Reanudando la serie de personajes que algo dijeron sobre Granada, nos ocuparemos hoy de Pedro Mártir de Angleria. Humanista, escritor italiano nacido en Arona (Lombardía) en 1457 y muerto en Granada en 1526, cuyo verdadero nombre era Pietro Martire d’Anghiera.
En 1476 dejó Milán y marchó a Roma, donde permaneció por espacio de diez años (de 1477 a 1487). Estando en la Curia romana, trabó conocimiento con el conde de Tendilla, embajador de Fernando el Católico. El conde había llegado a Roma el 13 de septiembre de 1486. Debió de conocer a Mártir de Anglería en casa del obispo de Pamplona, y de este conocimiento surgió la amistad y la posterior invitación, una vez concluida su misión diplomática en 1487, de viajar a España, donde podría dedicarse a enseñar en la Corte de los Reyes Católicos.
En 1488 entró en la Corte de los Reyes Católicos, quienes le señalaron una renta y le agregaron a su Corte. Participó en el sitio de Baza y asistió en 1492 a la campaña militar de la conquista de Granada. Entre 1492 y 1501 Mártir de Anglería siguió la Corte itinerante de los Reyes Católicos, recorriendo las principales ciudades de España, dedicado casi exclusivamente a la enseñanza de los nobles.
Trataba de compaginar la enseñanza de latín, la formación moral y el conocimiento de la historia. Convencido por su amigo Fray Hernando de Talavera, tomó los hábitos. El rey Fernando le confió una misión diplomática ante el sultán mameluco de Egipto con el fin de que los acontecimientos de España, como la toma de Granada, no repercutiesen negativamente sobre los reinos cristianos y su comercio, sobre los peregrinos a Tierra Santa y sobre los frailes que cuidaban de los Santos Lugares. El 14 de agosto de 1501, Pedro Mártir salió de Granada y hasta el 23 de diciembre no pisó Alejandría, alojándose en casa del cónsul catalán, Felipe de Parets o Paredes. Un mes después recibió licencia del Sultán para la entrevista que se produjo a partir del 2 de febrero. El 27 salió de El Cairo y el 22 de abril llegó a Alejandría. El éxito de esta embajada fue completo . De esta embajada Pedro Mártir dejó un relato pormenorizado en su Legatio Babilónica, constituida por tres cartas escritas en latín y dirigidas a los Reyes Católicos. Siempre estuvo convencido de que Colón no llegó a Asia, dada la magnitud del globo. Rechazó las premisas básicas de Colón en cuanto el tamaño de la Tierra y la relación de tierra a agua. Consideró aquellas islas como idénticas a las Antillas de los antiguos geógrafos, situadas entre Europa y Asia. Mientras Colón creyó que Cuba era tierra firme, él siempre pensó que era una isla.
A la muerte de la reina Isabel y con la marcha de Fernando a sus reinos de Aragón, Pedro Mártir quedó cerca de Juana en un cargo de confianza. Como testigo de privilegio, sus noticias van a permitir conocer día a día los trascendentales sucesos de esos años, como la muerte de Felipe el Hermoso, el deterioro mental de la Reina y el accidentado traslado de los restos del Rey . Con la vuelta de Fernando el Católico a Castilla en 1507, Pedro Mártir formó parte de su séquito, acompañándolo en todos sus desplazamientos hasta que murió el Rey en 1516.
A Cisneros le tenía poca simpatía, de ahí que le dedique muy pocas líneas en sus cartas. Con la llegada del nuevo rey Carlos I, Pedro Mártir fue favorecido. Una muestra de ello fue el intento en 1518 de enviarlo como embajador ante el sultán de Constantinopla. Lo rechazó alegando su avanzada edad. Poco después fue enviado, como portavoz del Rey, ante las Cortes valencianas para tratar de calmar los ánimos de los cada vez más soliviantados súbditos.
En Valladolid vivió y presenció el final de la revuelta comunera. En sus cartas ha dejado unos testimonios de gran importancia. Hasta intentó mediar en el conflicto. En 1518 el nuevo Monarca le incorporó a los asuntos indianos y le nombró consejero de Indias. Dos años más tarde le encomendó las funciones de cronista, con un sueldo anual de 80.000 maravedís. Al final de su vida, en 1523, fue nombrado arcipreste de Ocaña y en 1524 abad de Jamaica, “paradisíaca esposa”, a la que nunca conoció, sino por las descripciones de los que regresaban de ella. En 1526, Pedro Mártir, cansado y algo enfermo, se retiró a Granada, donde en septiembre otorgó su testamento, para morir al mes siguiente. Fue enterrado en la catedral.
Sobre Granada , escribía el 30 de marzo de 1492 al arzobispo de Toledo:
«A juicio mío, entre todas las ciudades que yo he visto bajo el sol, se ha de preferir a Granada. A todas aventaja en la suavidad del clima, circunstancia principalísima para la buena elección de patria, pues he podido comprobar que no hace demasiado calor en el tiempo de verano ni demasiado frío en el invierno.
Casi a seis millas de la ciudad, sobre la cumbre de la cercana sierra, se ven nieves perpetuas que raras veces llegan hasta la ciudad misma. De aquellas nieves, de fácil acarreo, si por casualidad en el mes de julio aprietan los calores, sale un agua tan fresca para mezclarla con el vino, que supera en frialdad a la misma nieve. No obstante, si como suele acontecer, por lo general, en las casas frías en determinadas posiciones de Saturno respecto al Sol, sobreviene un frío desacostumbrado durante algunos días, fácilmente se le sale al paso gracias a los espesos bosques existentes en las misma montaña.
Y en cuanto a los paseos para solaz del espíritu, abrumado por los trabajos o por las preocupaciones, ¿qué regiones los consiguió iguales a éstos en apacibilidad de la naturaleza? La maravillosa Venecia está cercada por sólo el mar. La opulenta Milán disfruta únicamente de una llanura. Florencia, encerrada entre montañas, padece siempre horrorosos inviernos. En Roma constantemente batida por el soplo del Austro, que trae aliento pestífero de África, y ahogada por las emanaciones de las tierras pantanosas del Tíber, pocos llegan a viejos. Aprietan los calores estivales, que hacen flojos a los habitantes y los llenan de tedio.
Granada, en cambio, es en extremo saludable gracias al río Darro, que atraviesa la ciudad. Granada tiene montes y amplia vega. Granada disfruta de un perenne otoño. Tiene abundancia de cedros y de naranjales de todas clases en amenos huertos, que emulan a los de las Hespérides. Desde las montañas cercanas arrancan por doquier ubérrimas colinas y suaves montículos, cubiertos por todas partes de viñedos, bosques de mirtos y olorosos arbustos. Tan delicadamente adornados están los alrededores, que recuerdan los Campos Elíseos y por todos ellos –como sabes purpurado príncipe– corre continuamente el agua. Yo mismo he comprobado cómo infunde nuevos ánimos y recrea el espíritu fatigado la corriente de sus arroyos, que se deslizan entre los umbrosos olivares y huertos…»
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autor de las novelas históricas ‘La casa del cobertizo’,
‘Babuchas negras’ y del ensayo ‘Tres sinfonías’