La película “Joker”, está provocando una necesaria reflexión sobre los trastornos mentales. Esta sencilla frase, ha captado mi atención estos días; “lo que esta sociedad desea es que las personas con enfermedades mentales dejen de tenerlas y sean normales”.
La enfermedad mental ha sido objeto, por parte de la comunidad médica y psiquiátrica y posteriormente, por la neurología y neuropsicología, del estudio de la “carencia”, de lo que falla en el individuo. Así, durante siglos, los trastornos mentales sólo se han entendido desde una concepción fisiológica, desde un disfuncionamiento únicamente cerebral que coloca a la persona que lo padece como única responsable. A esto se suma, que la enfermedad mental sea la más estigmatizada, ya que su manifestación es conductualmente “anormal”, lo que ha provocado que sea catalogada de muy peligrosa.
Todas las “disfuncionalidades mentales”, de una u otra manera están “mal vistas”, quizá porque su estudio siempre se ha enfocado en lo que es diferente a lo “normal”. La obsesión se ha puesto, pues, en la etiquetación y en el diagnóstico de la severidad de los distintos trastornos, de manera que se deja a la industria farmacéutica la misión de curarlos. Lo curioso, es que, dentro del espectro existente de fármacos para la enfermedad mental, se utilizan los mismos fármacos para las distintas enfermedades mentales, dosificándolos, eso sí, en función de la severidad del trastorno diagnosticado.
Así, podemos decir, que el DSM V, o el CIE 11 son “compadres” de las farmacéuticas, y que la una diagnostica, la otra vende, y ambas, que son lo mismo y pertenecen a la órbita empresarial que gobierna el mundo, se forran.
Las etiquetas sólo han servido para separar al “normal” del loco. Lo que pasa ahora, es que todos estamos locos, a todos, este consumista mundo nos ha desquiciado y la diferencia ya no es tan grande por ejemplo, entre una persona que padece TDH (cajón de sastre en el que se etiqueta a los niños y niñas con otras inquietudes, distintas, a las de estar sentados siete horas seguidas de forma pasiva e inerte), de otra que padece esquizofrenia, ya que ambas se tratan con el mismo fármaco; antipsicóticos, y ambas ahora, estigmatizadas por igual. Gracias al avance en el estudio del epigenoma y epigénetica se está, tímidamente avanzando, en la concreción farmacológica específica para cada “enfermedad”.
Pero como digo, aparecen eso sí, ahora se reconoce, enfermedades mentales sociales: estrés, ansiedad, depresión, fobias, síndromes (ya hablé del postvacacional), etc. Esto significa que ya, por fin, también, se considera responsable a la sociedad y a la política de los trastornos mentales. Y esto es una gran noticia: es la sociedad la que enferma, la principal causa (véase como cada época tiene sus propias enfermedades mentales) y por paradójico que parezca, es también ella, la que estigmatiza, la que maltrata, lo que ella misma ha creado, de locos, vamos.
La Psicología, en todo este contexto, debería encargarse no sólo de dotar a las personas de las herramientas necesarias para poder superar los problemas de adaptación a esta sociedad (prefiero denominar así a lo que conocemos por trastornos), sino que, además debería ayudar a encontrar el sentido de la vida, único y personal, a todos los que lo han perdido, y que somos la mayoría.
No debe centrarse la terapia psicológica, por ejemplo, sólo al tratamiento eficaz de la depresión desde un enfoque conductual-cognitivo y psiquiátrico necesario, si no también ir más allá: ocuparse del vacío existencial del hombre y la mujer en el actual contexto histórico, analizar sus causas y ayudar a buscar y encontrar el significado vital que hemos perdido.
Encontrar nuestra propia esencia, la de los demás, desde la aceptación y la benevolencia: esto es lo que debería perseguir la Psicología ahora. Su revolucionaria aparición, debe alzarse de nuevo e ir más allá de su fijación en el déficit, para avanzar y descubrir qué es lo que hace sano un cerebro, a una persona, a una sociedad.
Ya se sabe, no hay otra medicación, no hay otra “cura” que nos salve a todos, que no sea el AMOR. Hasta que éste no tome el control, nos espera la locura a todos y cada uno de nosotros.
Esta frase que repito hasta la saciedad: “la base de un cerebro sano, es la bondad, y ésta se puede entrenar y aprender” del psicólogo Richard Davidson, constituye la llave, la única que tenemos para salvarnos.
“Ama, sólo así te puedes salvar, sólo así puedes salvar a alguien”
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