Pedro López Ávila: «El virus y la empresa»

Cuando se gestiona bien, la disyuntiva que se ha vendido entre salud o empresa no se hubiera sostenido en el tiempo.

Vaya por delante que lo primero es la salud pública, pero si alguien tiene la esperanza de que después de esta crisis sanitaria, económica y de turbulencia política por la que estamos atravesando, la condición humana de la sociedad en la que vivimos va cambiar, me parece a mí que se equivoca. Por mucho que estemos viendo gestos de fraternidad y de aflorar los más nobles sentimientos de humanidad (incluidos los de los empresarios) hacia los más débiles, no es menos cierto que si alargamos un poco la mirada, tan solo un poquito, observaremos que hay miles de personas con pequeños negocios instalados en la más perpetua irritación, envenenados y recogidos sobre sí mismos, a la espera de iniciar su actividad económica para sobrevivir. Cuando se gestiona bien, la disyuntiva que se ha vendido entre salud o empresa no se hubiera sostenido en el tiempo.

Lo que sucede es que existen individuos (bien armados ideológicamente, y que no han trabajado en su vida) que menosprecian la función social del empresariado y estiman desde sus escaños, que el tener aspiraciones empresariales es poco menos que una ambición diabólica. El pasto intelectual del que se nutren muchas de estas cabezas, que se autodenominan progresistas, es repetir el parlanchineo de discursos agotados, y con esto y alguna cosilla más creen que ya han agotado el pozo de su conocimiento. En su orden moral no hay existencia más feliz que depender del sueldo de los contribuyentes. Cualquier cosa que no sea esto para ellos serían aspiraciones locas que iría en contra de sus propios intereses.

La Ministra de Trabajo y Seguridad Social, “miembra” del Congreso de los Diputados, perteneciente al Partido Comunista y más conocida por su clarividencia expositiva y didáctica a la hora de explicar qué es un ERTE, exigió a las empresas que no se produjeran despidos hasta 2021 y mantuvieran los contratos temporales. Según la Srª Díaz, los que no mantengan el cien por cien de las plantillas, deberán devolver las ayudas. Algo parecido a lo que dijo el Presidente del Gobierno si no le aprobaban el último Estado de Alarma: ¡qué te quito el ERTE, leche!. Claro, así la Srª Arrimadas, temerosa ella, acudió rápidamente en socorro del vencedor. Estas circunstancias, como parecen lógicas, alcanzan un efectismo ético abrumador entre los simpatizantes de estas izquierdas mientras, por el contrario, genera un grave sentimiento de inquietud en el empresariado y, aunque no lo parezca, a veces también en los trabajadores.

Y uno dice, sin tener conocimiento alguno de economía, que si muchas empresas están cerradas o funcionando al cincuenta por ciento y sin saber cuándo se logrará alcanzar “la nueva normalidad, ¿Cómo es posible mantener en la mayoría de los casos a todos los empleados? Pues nada, eso.

Digo yo que para mantener el empleo y poder sostener los puestos de trabajo es necesario salvar primero la empresa, que se ha visto forzada a no tener actividad, aunque para el neoizquierdismo, cuyas ideas navegan por el inmenso océano de la estupidez, conlleve la enojosa contrariedad de que se salve también el empresario.

Y para que esto no parezca tan solo una opinión me gustaría sostenerlo con algún dato: El negacionismo existente en contra las figuras de Amancio Ortega o de los hermanos Roig, por ejemplo, en este país siguen estando estigmatizadas como no lo estarían nunca en ningún país inteligente y avanzado del mundo. Aquí siempre estarán juzgados bajo la arcaica consideración de ser en esencia explotadores que se portan muy mal con los empleados. Tener aspiraciones empresariales en este entorno social, que para un servidor de ustedes es una heroicidad, significa para otros poco menos que una actitud fascistoide, y en una sociedad así es demasiado complicado exponer la economía propia para crear empleo.

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