“Si profundizamos un poquito en los hechos, si nos elevamos sobre la cotidianeidad y los intereses, nos acercaremos a la verdad y si sabemos aceptarla, habremos llegado al acuerdo, a la ciencia, a la paz, al paraíso.”
Ciertamente que en este año dos mil veinte, estamos viviendo un tiempo excepcional, un modelo de relación interpersonal inesperado y nunca experimentado. Una coyuntura de confinamiento, de dudas, de incertidumbres, y, sobre todo, de enfermedad y pérdida de vidas humanas, que, posiblemente, no hayamos sabido valorar en toda su crudeza y repercusión. Pero, a pesar de ello, ya estamos en la nueva normalidad y parece que preludiamos su superación (¿?). En cualquier caso, ha quedado demostrado que nos guste o no, estamos obligados a convivir cívicamente los unos con los otros, como lo hemos hecho ahora en España. La realidad es muy tozuda y no nos permite vivir solos, ni tampoco masificados y mucho menos enfrentados. Los seres humanos necesitamos desplegar nuestra individualidad, pero, aún más nuestra sociabilidad; somos sociales por naturaleza, y únicamente en el paradigma del respeto mutuo y la fraternidad puede estar nuestro futuro.
En tiempos de crisis, es más necesario que nunca que alguien -principalmente nuestros gobernantes- nos orienten, nos ofrezcan información y esperanzas fundadas para afrontar las situaciones y encontrar soluciones. Sus mensajes nos llegan de muchas maneras, pero, sobre todo, a través de la palabra: discursos, debates, entrevistas, etc. Los discursos constituyen el modo ideal de comunicar, de convencer, de compartir ideas, acciones y emociones. En mi opinión y desde la experiencia, los requisitos de un buen discurso, los podríamos resumir en tres: conocer con certeza la realidad sobre la que se opina, hablar con honestidad y sinceridad y comunicar con claridad a los receptores, conociéndolos y ofreciéndoles informaciones estimulantes.
Decía Platón que “el diálogo, es el camino de la sabiduría” y en este orden, el debate debería de ser el camino del entendimiento. Las personas tenemos una necesidad ontológica y afectiva de comunicación, pero no sólo en el amor o en la amistad, sino también en el conocimiento, en las creencias o en el pensamiento. Pero, a la empatía se llega por convicción, con interés, desde la colaboración y sin coacción. Si no tenemos voluntad de entendimiento, si no admitimos de entrada la posibilidad de una equivocación, si no estamos convencidos de las bondades del consenso político e incluso le enviamos mensajes lacerantes a la oposición, nunca podremos llegar al acuerdo, a la cooperación, al bienestar. Qué magnificencia posee la autocrítica, qué valiente y valioso es aceptar y rectificar nuestros errores. Si profundizamos un poquito en los hechos, si nos elevamos sobre la cotidianeidad y los intereses, nos acercaremos a la verdad y si sabemos aceptarla, habremos llegado al acuerdo, a la ciencia, a la paz, al paraíso.
Pero qué lejos queda todo esto de lo que vemos y oímos en las crónicas parlamentarias. La palabra diatriba, según la RAE, significa discurso o escrito violento e injurioso contra alguien o contra algo. Parece que este concepto nos es más familiar que los anteriores. El error principal, consiste en el trasnochado y mal intencionado empeño de dividir a la población en izquierdas y derechas, en buenos y malos; potenciando el enfrenamiento y la exclusión entre unos y otros, cosa que los ciudadanos civilizados jamás admitimos y los educadores siempre rechazaremos. Con ello, evitan explicaciones, argumentos, fundamentos, razones o el dato preciso de sus actos, porque no los tienen. Que empobrecedor resulta reducir a dos simples opciones políticas, la diversidad, la grandeza y la riqueza de la vida humana.
No les gusta la convivencia democrática, libre y tolerante que los españoles llevamos ejerciendo desde 1978. No comprenden la complejidad y dinamismo de nuestro planeta, ni la dimensión creativa, espiritual y simbólica de las personas y mucho menos, “el atributo más propio e irrenunciable de la condición humana: la libertad”, según Marías.
(Nota: Este artículo de ANTONIO LUIS GARCÍA RUIZ se ha publicado en las ediciones de IDEAL Almería, IDEAL Jaén e IDEAL Granada correspondientes al 9 de julio de 2020)
Leer más artículos de
Catedrático y escritor