Los cementerios han sido, desde que así lo propusieron los románticos del siglo XVIII (especialmente en Europa) y XIX (sobre todo en España), esos lugares lúgubres, de apariciones, donde el contacto entre la vida y la muerte se hacía tangible. Hoy, por el contrario, se han invertido algunos de estos valores; y ahora, en las grandes necrópolis, podemos ver a grupos de visitantes que acompañan a un guía que les informa de los valores artísticos de los panteones, y de las personas ilustres que albergan sus muros.
La mayoría de los pequeños cementerios de los pueblos todavía no han llegado a esos niveles, pero no por falta de valores, sino seguramente por falta de conocimiento e información. Aunque precisamente este puede ser uno de sus peligros y es que el desconocimiento y la presión urbanística –que también se hace notar en los camposantos- acechan implacablemente contra un patrimonio menor, sin duda oculto y escondido, pero de enorme interés para quien tiene ganas de mirar con otros ojos las tumbas de nuestros antepasados. El cementerio de La Zubia no es una excepción, y poco a poco sus antes extensos patios con tumbas en tierra ha sido desplazados por modernas filas de nichos que arrinconan inexorablemente los pocos panteones que todavía perviven. Desde esta sección queremos reivindicar esos pequeños tesoros escondidos que son nuestros cementerios, ejemplificándolos en nuestra villa de La Zubia.
La historia de los cementerios en La Zubia está por hacer, pero tenemos algunas noticias sobre los mismos que nos puede servir de aproximación. Poco o nada sabemos sobre los enterramientos de otras épocas en nuestra localidad salvo lo que han podido identificar los arqueólogos en la antigua villa romana del laurel, las tumbas aparecidas cuando la construcción de la carretera, o en el espacio del Cobertizo Viejo. Dejamos para otro momento el estudio de los mismos que tanto puedan aportar para conocer nuestra pequeña intrahistoria.
Tampoco hay apenas referencias a los cementerios de época musulmana y no conocemos su existencia en La Zubia salvo por un pleito entre el Duque de Clèves y las iglesias de la Vega de Granada, editado por el investigador Lorenzo Luis Padilla Maldonado. A este noble flamenco, Adolfo de Clèves (1498-1525), pariente lejano del emperador y su cortesano, le fueron entregados en 1518 numerosos bienes, entre ellos los llamados macáberes, es decir, hazas destinadas anteriormente a cementerios, y que habían dejado de usarse como tales tras la conversión forzada de los moriscos en 1500.
En 1521 se hizo una visita a estos terrenos y se le dio posesión al duque de los mismos, y entre ellos se cita un espacio en La Zubia del que es difícil conocer su ubicación hoy día:
“En ansy mismo le dio posesyón en la dicha alquería de La Zubia de otro pedaço de macaber ques cerca de la dicha alquería con una casa que en él está que se dezia Rábita donde hazian la çala en tiempo de moros, e un olivo en medio del en que dize que podrá aver diez marjales poco más o menos, que alindava por dos partes con heras del Conçejo e por la otra parte con tierras de Gonçalo Almalaqui e por delante un Camyno, e por delante con casas de Adulhaças, y en la dicha casa e Mezquita avía una higuera e un granado.”
Los datos no permiten conocer la ubicación exacta, pero está claro que parece ser una de los pequeños oratorios musulmanes que había en la localidad. En un lugar del texto se le llama correctamente rábita, aunque también lo denomina mezquita. No parece que sea el antiguo cementerio que debió estar junto a la mezquita mayor, dado que su descripción lo aleja del pueblo: “cerca de la dicha alquería” dice el texto, es decir, no en el mismo centro de la localidad. Debe tratarse entonces de una de las varias rábitas que había en el lugar, “donde hacían la çala en tiempo de moros”, o sea, uno de los sitios adecuados para realizar las oraciones en época musulmana.
Sabemos bastante más de los cementerios con la llegada de los cristianos, casi siempre asociados a las iglesias construidas en La Zubia. Del primer edificio religioso (1501-1526) tenemos noticias muy escasas. No se conoce si este primitivo edificio fue la antigua mezquita reutilizada como templo cristiano; y tampoco hay ningún dato sobre su posible utilización como lugar de enterramiento. Este primer edificio debió arruinarse o no ser suficiente, por lo que hubo que empezar a construir uno nuevo en torno a 1526 que perduró hasta la década de los años 60 del siglo XVI. Los libros de cuentas de esta nueva construcción reflejan minuciosamente una orden del 7 de julio de 1557 para “que se lave y raspe la portada del çiminterio y que se ponga una cruz en el çiminterio, después de hechas las puertas que han de hazer los vecinos del pueblo”. Parece que este cementerio debió estar situado junto a la iglesia, presumiblemente en la actual plaza que hay entre el Ayuntamiento y la Iglesia. En el libro de apeo de 1571 se hace referencia al mismo lindando también con el Barranco, es decir, con la actual calle Fernando de los Ríos, por donde discurre embovedado el Barranco de Corvales. Sabemos de su existencia hasta al menos finales del siglo XVI, y todavía se citaba en 1594. Los cementerios anexos a las iglesias subsistieron durante mucho tiempo, pero su existencia está poco documentada porque sólo era usado por aquellos que no podían pagarse algo mejor.
El principal lugar para inhumar serían las iglesias, y en su interior se enterraban a los fieles difuntos, atendiendo a una escala de importancia. La primera fila de difuntos (el primer trance) era la más cercana al altar mayor y por tanto la de más importancia, y por la que la iglesia cobraba más dinero; conforme se alejaba el precio disminuía, hasta llegar a la última fila, la que daba a la puerta del templo, el último trance, que en nuestro caso fue el trance de pobres, donde se enterraban las personas sin recursos para poder costearse una tumba; como los esclavos, extranjeros y los párvulos (criaturas bautizadas de hasta cinco años). El trance de pobres debió suponer el abandono paulatino del cementerio anexo a la iglesia.
En 1582 una orden establecía cómo debían distribuirse estos trances, que empezaban en el arco toral, el que separa la nave principal del altar:
“Yten manda y ordena que por quanto en las sepulturas no ay orden como en las otras yglesias deste arçobispado que acabada la dicha yglesia haga que se diuidan y repartan los trances de las sepulturas del arco toral para abajo hasta las dos puertas de en medio de la dicha yglesia y en ninguna sepultura de los dichos trançes no entierre a nadie sino fuere conforme a la orden que se le diere y de las dos puertas hasta el fin de la dicha yglesia les llebe conforme a la calidad de sus personas remitiéndolo al buen aluedrio de los dichos cura y beneficiados con tal que no suban de preçio de quatro reales”
Como digo, este sistema era el utilizado en todas las iglesias, y fue la norma durante la modernidad. La iglesia promocionaba estos enterramientos en base a dos argumentos. Uno más teórico basado en la visión de las sepulturas como parte de la educación moral de los fieles que así podían recapacitar sobre su último destino y de este modo reconducir su comportamiento para conseguir la salvación eterna. El otro argumento era más pragmático y consistía en el cobro de las tasas que ya se han visto por el uso del suelo de los santuarios como sepulturas. Los enterramientos más ricos se permitían lápidas e inscripciones funerarias, pero lo usual era que la mayoría se cubriesen con simples esteras. Un sistema donde las losas que cubrían las sepulturas eran descubiertas frecuentemente para dar paso a los nuevos inquilinos. Cada cierto tiempo se procedía a una operación consistente en el vaciado de los huecos, trasladando los huesos que quedaban a un osario, y dejando libre de nuevo el espacio.
AROMAS DEL LAUREL:
Un recorrido por la historia de La Zubia.
Alberto Martín Quirantes
Miembro del CEI Al-Zawiya
VER CAPÍTULOS ANTERIORES:
01 La Inquisición en La Zubia
02 Antonio Gala y los Sonetos de La Zubia
03 La Infanta de La Zubia