Observen bien la foto de portada. Hay una iglesia en ella. Sobre el pantano. No en esa formación rocosa que queda como un islote y que conocemos como el Púlpito de Canales, sino casi en lo alto de la colina que tanto recuerda al Veleta en su perfil. Si se fijan, verán un tejado inclinado, en el mismo sentido que toda la montaña, y también algo vertical, casi imperceptible, como una antena, poste eléctrico o pararrayos.
Están ante la iglesia del nuevo Canales. Pero digo “nuevo” porque el de siempre, el que existía antes de construir la presa, está bajo las aguas. Es lo que tenía esa política hidráulica: dejaba sumergidos pueblos enteros, como este del que hablamos.
Y el nuevo Canales, más arriba, contó con una nueva iglesia. La estamos viendo desde la carretera GR-3200, que conecta Pinos Genil con Guéjar Sierra, aunque para llegar a ella tenemos que regresar hasta Pinos y tomar la A-4026 para acceder a la A-395, que lleva a las pistas de esquí y a las cumbres de Sierra Nevada. Será un trayecto de muy pocos minutos, porque enseguida tendremos a la izquierda la salida que necesitamos y bajando un corto trecho llegaremos al lugar donde se levanta.
Ahora estamos justo sobre el pantano; a 1074 metros de altitud, según nos marca el GPS del coche. Bajamos de él y nos acercamos a la cancela del recinto que rodea el templo; nos cuesta mucho abrir porque está muy encajada, como de no usarse con frecuencia. Finalmente lo logramos y podemos acercarnos a la entrada del edificio, junto a la cual una placa nos informa de la fecha en la que fue “bendecido” por el arzobispo —el 11 de abril de 1982–, pero olvida decirnos el nombre de su autor. Además, la puerta está firmemente cerrada. Vamos a tener que conformarnos con esa pobre información y con verlo por fuera, lo que ya es bastante cautivador —y no solo debido a su arquitectura, sino también a las impresionantes vistas del embalse y de las colinas nevadas sobre él—.
Realmente la iglesia es como una excelente atalaya. Sin embargo, no es la habitual de los pueblos granadinos: ni es blanca ni tiene campanario, sino que es de piedra, hierro y cristal. Llaman mi atención esos pilares metálicos que sostienen la cubierta. Como esta cae hasta acercarse al suelo, son bajos, de perfil cuadrado y contribuyen a la bellísima imagen del exterior. También me fijo en eso que desde la carretera de Guéjar Sierra parecía una antena. Realmente son dos elevadas cruces de hierro que suplen al campanario tradicional de otras iglesias, porque hay una pequeña campana unida a ellas.
Voy sintiendo cada vez más coraje por no poder entrar cuando descubro un recoveco con un alto escalón que puede permitirme verla por dentro a través de esas cristaleras que recorren todo su perímetro entre los muros de piedra, que son muy bajos, y la inclinadísima cubierta que parece flotar sobre el templo. Y efectivamente, accedo como un ratero a la pequeña plataforma y me asomo al interior. La suciedad de los vidrios no me impide maravillarme: estoy junto al altar, cerrado por detrás con unos grandes ventanales hasta el suelo que convierten las montañas cercanas en un espléndido retablo natural. No hay imágenes, excepto un Cristo, porque la naturaleza es la mejor imagen. Realmente, el que hizo esta iglesia entendía dónde estaba lo sagrado.
Puedo, incluso, tomar algunas fotos y fijarme en otros detalles: todo el pavimento parece de cerámica y el techo es de madera. Son los dos materiales que se añaden a los que ya habíamos visto fuera. Resulta increíble, con ellos y una suma sencillez se ha conseguido ese espacio recogido para el culto y a la vez plenamente abierto al supremo mundo exterior. Racionalismo en estado puro.
Al salir preguntamos a unos chiquillos que se encuentran cerca si son de Canales, y es curiosa su respuesta: “nuestros padres son de aquí”. No obstante, como también les interrogo sobre cuándo se abre la iglesia para misas, me dicen que solo durante las fiestas, en los primeros días de septiembre.
Ya en casa consulto en internet. En la Guía digital del Patrimonio Cultural de Andalucía, que edita el Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico, averiguo que su autor fue Carlos Pfeifer de Formica-Corsi, un arquitecto de ascendencia alemana aunque nacido en Málaga, formado en Barcelona y que trabaja en nuestra ciudad hasta su jubilación pocos años después de la realización de esta iglesia. Leo también que su planta es octogonal, que las ventanas son de plexiglás y que la cubierta es diédrica. Y no son tecnicismos sin importancia: gracias a todo ello el resultado es el que vemos: diferente y espectacular, como el perfecto santuario en esa acrópolis sobre el pantano y frente a las cumbres de Sierra Nevada.
Lástima que no sea valorada, que habitualmente prefiramos lo tradicional o lo historicista, confundidos siempre con “lo artístico”. Porque esta iglesia de Canales debería serlo. Debería formar parte del legado arquitectónico de nuestra provincia, estar cuidada y abierta, contar con paneles explicativos, figurar en los libros de Arte y ser incluida en las rutas educativas y turísticas de esta tierra. Todo eso es lo que se haría si el país se esmerara en conservar toda su riqueza; por el contrario, a veces, hasta ignoramos que la tenemos. ¿A qué está esperando la Consejería de Cultura y Patrimonio Histórico?
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Profesor de Historia en el IES Padre Manjón
y autor del libro ‘Un maestro en la República’ (Ed. Almizate)