Ese libro es “En defensa del pluralismo liberal. Contra las religiones posmodernas” (Ed. Deusto) y su autoría corresponde a Lorenzo Bernaldo de Quirós, un académico español que mantiene estrechos vínculos con el mundo de la empresa. A poco más de un año vista de su publicación, me propongo en el siguiente artículo difundir, sumariamente, su contenido pues, como reza en el título de este escrito, aquel contribuye a iluminar bastante el estado del momento presente, que cualquier ciudadano responsable debería estar interesado en conocer, siquiera a grandes rasgos.
Este intelectual comienza su obra afirmando que vivimos en “tiempos de penumbra”, que guardan ciertas similitudes con el denominado “Período de Entreguerras” del pasado siglo: en efecto, en Occidente, la democracia y la sociedad abierta en que se sustenta, a pesar de sus evidentes logros, se ven crecientemente amenazadas por la acción conjunta de dos movimientos contrapuestos, a saber, la “corrección política” –de corte izquierdista- y su antagonista la “derecha iliberal”, las cuales, sin abjurar explícitamente del sistema democrático, lo van consumiendo desde dentro hasta dejarlo en una mera “carcasa”.
El análisis por parte de Bernaldo de Quirós de la genealogía de lo “políticamente correcto” representa uno de los apartados más fascinantes de su libro. Partiendo del concepto de “religión secular” (que hace referencia a doctrinas que, pese a carecer de elementos transcendentes, se parecen formalmente a las de carácter religioso por cuanto convierten sus tesis en auténticos dogmas que hay que proteger a toda costa, incluso con medios coactivos si resulta posible), nuestro autor considera que, en la anterior centuria, el ejemplo paradigmático al respecto fue el comunismo. No obstante, tras el colapso de los regímenes de “socialismo real” en los Países del Este de Europa y en la antigua Unión Soviética -simbolizado en la caída del Muro de Berlín en 1989-, el descrédito de aquel alcanzó tal extremo que la gran “Iglesia comunista” se fragmentó en toda una serie de “iglesias menores” (entre las cuales él destaca, sin ahorrar críticas contra las mismas, la “climática”, la “animalista” o la “feminista”). Esta constelación de “iglesias menores” conforman el cuerpo de la “corrección política”; con ellas “la lucha de clases”, la opresión de una clase por otra, ha sido sustituida por la opresión de una raza sobre otra, de un género sobre otro, de una orientación sexual sobre otra, de la especie humana sobre las restantes especies, etc., especializándose cada una de aquellas en combatir, a la manera de una “misión sagrada”, un tipo concreto de esas “injusticias”; de este modo, para expresarlo utilizando categorías propias del materialismo histórico, ya no se pretende transformar aspectos de la “infraestructura” (porque, en ese sentido, la economía de mercado ha demostrado ser, a día de hoy, imbatible), sino aspectos de la “superestructura” (por eso estamos ahora ante un “marxismo cultural” como prueba de la sorprendente capacidad de esa ideología de reinventarse a tono con la evolución de los acontecimientos). Como guardianas que son de nuevas religiones seculares (el climatismo, el animalismo, el feminismo, el lgtebeísmo, etc.), esas “iglesias posmodernas” (así las llama también este académico) poseen artículos de fe, tienen al frente líderes y hasta iconos, cuentan con legiones de fervorosos seguidores, señalan a los infieles y herejes en relación con la “santa causa” sometiéndolos a remozados procesos inquisitoriales y tratan de captar más prosélitos mediante “campañas de evangelización”, principalmente, a través del sistema educativo.
La pujanza actual de todas estas novedosas “sectas” se explica también, según este ensayista, aparte de por la relativa pasividad de quienes deberían lógicamente oponerse a ellas (una buena parte de las capas dirigentes del mundo occidental a nivel político, económico o intelectual), por la adhesión a sus postulados de otra corriente -ya clásica- de la izquierda como es la socialdemocracia, que busca, de esa manera, la renovación de su agotado ideario, lo cual ha redundado en la radicalización manifiesta de las formaciones políticas que la encarnan dentro y fuera de nuestras fronteras. De donde sí ha venido, en cambio, una vigorosa reacción contraria a aquellas ha sido desde la orilla de la “derecha iliberal” (en el poder, en el marco de la Unión Europea, tanto en Hungría como en Polonia) dado que percibe su existencia como un peligro mortal para los valores tradicionales que defiende; en ello reside, precisamente, el origen de esta última, cuyos puntos de vista más conocidos acerca del choque de civilizaciones, la inmigración, etc., censura, asimismo, severamente Bernaldo de Quirós.
El panorama resultante de los hechos antes descritos es definido, certeramente, por este autor en cuestión como de “guerra civil fría”: ciertamente, nuestras modernas sociedades se muestran cada vez más fraccionadas, polarizadas, de suerte que, en el ámbito público, se ha reemplazado el genuino debate racional de ideas y propuestas por un intercambio de invectivas entre las partes que persigue, además de infligir el mayor daño al adversario cuando no enemigo, afianzar, sobre todo, la propia posición dentro del “bando” al que se pertenece mediante la exhibición ante los correligionarios de altas dosis de agresividad y dureza verbales hacia el rival. De este modo, se aleja paulatinamente la posibilidad de grandes acuerdos básicos tan necesarios para el avance colectivo.
Pese a sus abismales diferencias de contenido, ambos movimientos coinciden en su afán por intentar imponer sus “concepciones de vida buena” al resto con la colaboración inestimable del Estado, el cual, en otra “vuelca de tuerca”, tiende ahora a criminalizar los planteamientos discrepantes con sus posturas creando nuevas figuras delictivas, con lo que se ataca “libertades con mayúsculas” como la libertad de pensamiento y expresión o de investigación. Finalmente, frente a todo lo anterior, Bernaldo de Quirós efectúa en su obra una enérgica vindicación de la autonomía moral, de la tolerancia, del diálogo, etc., es decir, de los valores que integran la “ética cívica”, la que permite a ciudadanos distintos coexistir en democracia, de cuya pervivencia no duda porque siempre la ha caracterizado el padecer una “pésima salud de hierro”.
JOSÉ ANTONIO FERNÁNDEZ PALACIOS,
profesor de Filosofía y Vocal por Granada de la Asociación
Andaluza de Filosofía (AAFi)
Ver también: