Una vez trazadas unas pinceladas generales sobre la llegada –y la salida– de los voluntarios internacionales que acudieron a España para socorrer al legítimo Gobierno republicano agredido por el fascismo, hoy, si les apetece, nos adentraremos en detallar someramente su actuación entre los estrechos límites de nuestra provincia. Una movilización de efectivos en los frentes de Granada, que, en este caso, corresponderá en exclusiva a la XIII Brigada Internacional.
Como es suficientemente conocido, entre octubre de 1936 y enero de 1937 se constituirán las cinco Brigadas Internacionales más conocidas –en total, llegarán a formalizarse siete–, que serán numeradas desde la XI a la XV. Al principio estarán integradas solo por los voluntarios extranjeros que vayan sucesivamente llegando a nuestras fronteras. Unas unidades y unos voluntarios que, para vencer los problemas de comunicación, tratarán de organizarse según su propia lengua vernácula. Posteriormente, las cuantiosas bajas sufridas por las brigadas obligarán a la incorporación de soldados españoles de reemplazo, –especialmente desde la primavera de 1937–.
La primera de todas ellas, la XI, desfilará bien pronto por la Gran Vía madrileña; el 8 de noviembre. Al día siguiente entrará en combate contra las fuerzas franquistas que ya asediaban los alrededores de la capital. Muy pocos días después se le unirá, en la defensa de Madrid, la XII. No hay ninguna duda de que su sola presencia constituirá todo un fuerte revulsivo para las milicias y una elevación del ánimo y de la moral para la castigada población que ya entonaba el consabido lema de resistencia y rebeldía pronunciado por Dolores Ibarruri, la Pasionaria: ¡No Pasarán!
La siguiente de las Brigadas Internacionales en entrar en acción será la XIII. Estará formada por los voluntarios llegados a mediados de noviembre y, tras unas cortas semanas de instrucción, será destinada a una ofensiva de distracción sobre la ciudad de Teruel. Maniobra que apenas tendrá resultados y que, a cambio, supondrá un elevado sacrificio humano para los brigadistas; entre muertos y heridos perderán “el equivalente a un batallón entero”. Posteriormente, tras el obligado reagrupamiento y ante la gravedad de las noticias que llegaban desde el sur peninsular, será destinada a Andalucía.
Los recientes estudios ligados a la caída de Málaga y a la desesperada huida de parte su población por la carretera de la costa hacia Almería, de febrero de 1937, –conocida como “La Desbandá”–, además de dar a conocer a la opinión pública tan terrible suceso, han permitido visibilizar la presencia de los primeros voluntarios extranjeros en la provincia de Granada. Así, como parte de la contraofensiva republicana destinada a frenar el avance por el litoral de los sublevados, será enviada a Almería la XIII Brigada. Los dos primeros batallones en llegar serán: el Tschapaiew y el Henri Viullemin.
En ese desesperado intento por taponar los frentes que se derrumbaban, el primer batallón, el Tschapaiew (también llamado «de las veintiuna nacionalidades»), será rápidamente desplazado hasta el pueblo granadino de Albuñol. Desde allí, siguiendo la investigaciones de Fernando Alcalde y la Asociación 14 de Abril para la recuperación de la Memoria Histórica de la costa de Granada, una parte del mismo se adentrará por la carretera de La Contraviesa hacia Rubite, para tratar de contener la posible infiltración enemiga por el valle del río Guadalfeo (y, de paso, al reagrupamiento de los milicianos en retirada). Mientras, el resto del batallón continuará su avance costero hasta la población de Calahonda. Donde entrará en “combate con las fuerzas sublevadas, a las que hicieron replegarse hacia Motril”.
Una vez estabilizadas las posiciones, muy pocos días después, el batallón será nuevamente desplazado de modo urgente a La Alpujarra. Ocuparán Trevélez y otras poblaciones cercanas como: Pitres, Pórtugos, Busquístar, Ferreirola y Mecina, y lograrán fijar la línea del frente hasta alcanzar las cotas cercanas al pico del Mulhacén.
Por su parte, el segundo de los batallones, el Henri Viullemin, tras una accidentada llegada hasta nuestra provincia y siguiendo la estela del primer batallón, será mandado a consolidar las posiciones ya establecidas por el interior. Es decir, a la Sierra de Lújar; en las estribaciones montañosas más próximas a Motril. No llegará a entrar en combate en esta ocasión.
Los otros dos batallones de la XIII Brigada Internacional que llegarán a Granada serán: el Juan Marco y el 9 Regimiento. Ambos habrían sido encuadrados en la reestructuración llevada a cabo a primeros de febrero de 1937, e igualmente serán destinados a reforzar los estancados frentes granadinos. Si bien, en esta ocasión, a mediados de mes, tomarán rumbo a Guadix y, tras una breve estancia en la ciudad accitana, se trasladarán hasta las líneas que rodeaban la capital granadina por el norte, en la zona de Colomera.
A finales de marzo el conjunto de la XIII Brigada Internacional será destinada al frente más inestable y peligroso de Córdoba. Los cuatros batallones, especialmente los dos primeros, habrían soportando unas temperaturas extremas. Más aún, si cabe, en ese especialmente frío mes de febrero de las altitudes granadinas, donde no faltarán ni el viento polar ni las copiosas nevadas; circunstancias difícilmente soportables hasta para los voluntarios venidos del centro y norte de Europa. Ahora, en su nuevo destino, en las numerosas refriegas de Pozoblanco, de Villanueva de Córdoba y, sobre todo, de Valsequillo sufrirán un número de bajas muy considerable. Como siempre, con la muerte acechando en cada paso y en cada trinchera a los jóvenes e idealistas soldados venidos de lejos. Puede que, corroborando, –aunque, seguramente sin saberlo–, lo ya dicho por Miguel de Cervantes muchos años antes: que “por la libertad (…) se puede y debe aventurar la vida”. Muchos de ellos así lo hicieron.
Por otra parte, aunque es menos conocido, decir que, con las Brigadas Internacionales también vinieron mujeres. Mujeres “que no vinieron luchar sino a salvar vidas”. En este caso me gustaría mencionar el caso de una enfermera neozelandesa, Dorothy Morris, que, desde su cómoda estancia en la metrópoli de Inglaterra, acudió en defensa de las libertades democráticas de la II República española. Ella sí que, con todo rigor, cruzó literalmente medio mundo para apoyar una causa que consideraba justa. Inicialmente lo hará destinada en una unidad de ambulancias. Después socorriendo a los refugiados de Málaga o ayudando a montar un pequeño hospital de campaña en Torvizcón; para atender a los enfermos y a los heridos de las cumbres de Sierra Nevada (la mayoría por hipotermia). Y, sobre todo, para garantizar la atención a la desvalida infancia que sufría los continuos estragos de los bombardeos aéreos. Lo hacía acompañando a los efectivos de la XIII Brigada y mientras escuchaba “el constante cañoneo de la artillería en las colinas cercanas y el disparo continuo de las metralletas”, tal y como contaba por carta a su familia. Después les seguiría a las líneas del frente cordobés y a los sucesivos y comprometidos destinos posteriores, hasta su definitiva salida del país.
Para concluir, pues, sirvan estas líneas de reconocimiento hacia las agrupaciones de voluntarios. Ese homenaje que, desde primer momento, el régimen franquista despreciará; profanando las tumbas de sus muertos y arrojándolos a gigantescas fosas comunes, persiguiendo y castigando la osadía de no estar en el “lugar correcto” y tratando de borrar para siempre su recuerdo. A pesar de todo ello, 85 años después, la memoria de esos hombres (y de esas mujeres) que, al decir del poeta Miguel Hernández, traían “un sabor a todos los soles y [a todos] los mares”; unas generosas “almas sin fronteras” cuyo gesto dejará una huella imborrable de entrega, de valor y de dignidad sobre una tierra herida que les acogía esperanzada: España. Por lo que su memoria continúa viva y muy presente en los corazones de buena voluntad de las sucesivas generaciones de españoles… Es de justicia que lo siga estando.
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Maestro del CEIP Reina Fabiola (Motril).
Autor de los libros ‘Cogollos y la Obra Pía del marqués de Villena.
Desde la Conquista castellana hasta el final del Antiguo Régimen‘,
‘Entre la Sierra y el Llano. Cogollos a lo largo del siglo XX‘ y coautor del libro
‘Torvizcón: memoria e historia de una villa alpujarreña‘ (Ed. Dialéctica)