Alumno: Por el énfasis con que me habla de él, se diría que es usted un gran admirador de Rousseau…
Maestro: Sin duda se trata de uno de los pilares en los que se asienta nuestra Pedagogía Andariega.
Alumno: ¿Cómo se puede uno entusiasmar con un autor tan ambiguo como era este y con varios siglos de diferencia en cuanto a metodologías?
Maestro: Me encandilé de él leyendo su libro “Emilio o la educación” en el mismo lugar donde naciera, en Ginebra y allá por el año de 1712. Estaba yo trabajando como emigrante en una fábrica de quesos suiza (Laiteries Réunies se llamaba) para obtener el dinero con que proseguir mis estudios de Magisterio aquí en España cuando esa obra cayó en mis manos. Y me la leí, paseando en torno al Lago que embellece esa ciudad: el Lago de Leman. Fuera porque no me podía permitir gastar el sueldo en cines, viajes o restaurantes, o porque me entusiasmara la obra…, lo cierto es que me pasé varios fines de semana dando vueltas y más vueltas, tanto a aquel lugar tan idílico, como a las ideas que Rousseau desgranaba en sus escritos.
Alumno: Segú he estudiado, Rousseau, junto a D´Alembert, Diderot, Candillac y otros muchos, colaboró en la elaboración de la Enciclopedia, escribiendo artículos sobre música y melodramas. Con todo, el hecho de abandonar a sus cinco hijos en un hospicio (“a l´usage du pays” como él mismo escribió en sus “Confesiones”), resulta contradictorio con las teorías que predicaba. “Las acciones de los hombres son las mejores intérpretes de su pensamiento” –constata el refrán.
Maestro: En cuanto a que dejara a sus hijos a cargo de instituciones públicas, es algo que resulta absolutamente deleznable. Sobre esa acción no tengo nada que decir, salvo que la vida errabunda que llevó, huyendo de todas partes a causa de sus ideas reflejadas en sus escritos, quizás pudiera servir de explicación a tal aberración, aunque no de justificación.
Alumno: Entonces, ¿qué es lo que le llama la atención de él?
Maestro: La persistencia en sus propias ideas. Una constancia que le llevó a enemistarse con el resto de enciclopedistas y a mantener tesis absolutamente revolucionarias para su época. Y, educativamente hablando, la importancia que da al sentimiento (lo que hoy llamamos “Aprendizaje emocional”). De hecho, para él, el juego y la manipulación gozosa son requisitos imprescindibles para el aprendizaje. Un sentimiento por cierto que, a pesar de ser intuitivo, debe educarse. Para Rousseau, la relación entre sentimiento y experiencia es equiparable a la existente entre conocimiento y experiencia. Pero dime tú, querido alumno: ¿cuál es la realidad de la educación que se imparte en el sistema reglado de los colegios hoy en día?
Alumno: La verdad es que en los colegios existe una fuerte tendencia a acelerar artificialmente el desarrollo intelectual y afectivo de los niños. Hoy los contenidos preponderan sobre los objetivos; las finalidades sobre los procesos; las metodologías efectistas sobre el trabajo paciente de los educadores… Diciéndolo de forma resumida: hoy impera La Titulitis: esa necesidad de sacar buenas calificaciones; de no fracasar repitiendo curso y obtener, de cara al Sistema, unos resultados estadísticamente envidiables.
Maestro: Pues eso es precisamente lo que denunciaba Rousseau. Para él la regla fundamental de la educación no era ganar tiempo, sino perderlo. Pero no perderlo en el sentido peyorativo, sino tratando de no acelerar, obstaculizar o perturbar el proceso natural de maduración que conlleva todo aprendizaje. A eso lo llamaba él: “la educación natural”. Una educación fuera de convencionalismos sociales. Rousseau huye radicalmente de esa presión social que se da hoy, tendente al éxito llamativo. ¿En qué cabeza cabe que se enseñe a leer y a escribir a niños con cinco y seis años? ¿Y las tablas de multiplicar con siete y ocho? Para él la relación entre individuo y ambiente natural consiste en un fraguado lento, en una relación activa basada en la movilidad del educando y su propia investigación. Esa relación le llevará a un constante aprender en base a la novedad que ofrece el entorno.
Alumno: He leído que otro fundamento de su pedagogía era la percepción sensorial…
Maestro: Así es. Para él, todo lo que entra en el entendimiento viene por los sentidos. Según su doctrina el primer razonamiento del niño será una razón sensitiva, la cual le ha de servir de base a su posterior razonamiento intelectual. Decía él que “Nuestros primeros maestros son nuestros pies, muestras manos, nuestros ojos… Reemplazar con libros su aportación no es aprender a pensar, sino aprender a servirnos de la razón de otro: aprender mucho y no saber nada”. Y proseguía: “Sólo a fuerza de andar, palpar, numerar y medir las dimensiones aprendemos a evaluarlas. Pero si lo hiciésemos sentados, esa capacidad nunca se afinaría. Quiero que mi alumno no tenga otro maestro que la Naturaleza, ni otro modelo que los objetos; que tenga presente el original y no el dibujo que se representa en el libro. Que copie una casa de una casa, un árbol de un árbol, un hombre de un hombre, para que se acostumbre a observar bien los cuerpos y sus apariencias, y no creer en las imitaciones convencionales”.
Alumno: En líneas generales estoy de acuerdo con él, lo mismo que con usted. Yo mismo puedo testificar lo importantes que fueron para mí esas experiencias vividas fuera del aula. Sin embargo me parece excesivo ese empeño de Rousseau (al igual que me sucede con el suyo propio, señor Isidro) por sacar a los niños al exterior… Se diría que los peligros de la calle, del campo o de las propias inclemencias del tiempo se la traen a ustedes al pairo.
Maestro: ¿Al pairo, dices?
Alumno: Usted sabe de sobra que si hay una condición inexcusable de los padres a la hora de dejar a sus hijos en la puerta de la escuela es precisamente esa: la de que allí dentro se les aporte la seguridad y el confort imprescindibles para mantener su integridad física y moral.
Maestro: Será porque conciben el colegio como un aparcamiento de niños vigilado, no como un centro de entrenamiento para la vida. A este propósito, mi Pedagogía Andariega, efectivamente, suscribe totalmente las premoniciones de Rousseau a este respecto:
“Observad la naturaleza y seguid el camino trazado por ella. La naturaleza ejercita continuamente a los niños; endurece su temperamento con todo género de pruebas y les enseña muy pronto qué es pena y qué es dolor. Endurece sus cuerpos habituándolos a las inclemencias, al hambre, a la sed y a la fatiga. Se puede hacer robusto a un niño sin exponer su vida y su salud. Y aun cuando corriese algún riesgo no se debería vacilar, puesto que los peligros son inseparables de la vida humana. Un niño soportará cambios que no resistiría un hombre.”
Alumno: Pero el hecho de que los niños estén todo el santo día fuera de las aulas conlleva un descontrol en los aprendizajes… Las enseñanzas de sus profesores quedarán un tanto diluidas en un entorno en el que la distracción está a la orden del día. Dentro de las aulas la verificación es más efectiva. Además hay mil recursos: digitales unos y prácticos otros, que el profesor puede utilizar para impartir los contenidos…
Maestro: Distracción, descontrol, recursos digitales, contenidos… Pero muchacho ¿De verdad, piensas que eso es lo propio de un niño? ¿Ese es el papel que quieres para ti como futuro profesor?
Alumno: Las opciones que usted me da son de lo más excéntricas: calle, calle y más calle… Niños de un lado para otro, padres en jaque y profesores convertidos en guías turísticos…
Maestro: ¿Cuál es la finalidad de la educación según tu criterio?
Alumno: Preparar a los niños para cuando sean adultos. Enseñarles las habilidades intelectuales y emocionales que van a necesitar para integrarse en la sociedad. Adecuar sus capacidades para el mundo digital que está a la vuelta de la esquina y que va a regir sus vidas…
Maestro: Preparar, adecuar, regir…. Lo que tú propones no es educar, si acaso “instruir”… Hace un momento denunciabas la “titulitis” como el virus del siglo y confesabas que es la experimentación fuera del aula es que más te satisfizo y ayudó a salir adelante… ¿A qué viene desear para los demás lo que no sirvió para ti mismo?
Alumno: Pero es que la realidad es otra. Si llevo a la práctica sus teorías me voy a convertir en el hazmerreír de los compañeros y en objeto de críticas de padres e inspectores.
Maestro: No te falta razón: de hecho Rousseau no sólo fue objeto de burla sino, como adelantábamos, objeto de persecución… Sin embargo, siguió erre que erre, insistiendo en que educar es facilitar en los niños el afán por aprender. Procurarles situaciones que favorezcan tal objetivo. Pero captar su atención dependerá del interés que le ofrezca lo que le pongamos delante. Interés que, a partir de cierta edad, se basará en el principio de utilidad. Estarás de acuerdo en que no se comprende bien lo que no se aprende por sí mismo; y no se aprende por sí mismo lo que no se tiene interés en aprender por carecer de utilidad. Lee este párrafo suyo:
“Haciendo que vuestro alumno esté atento a los fenómenos de la naturaleza, bien pronto le haréis curioso; pero para nutrir su curiosidad, no os apresuréis nunca a satisfacerla. Poned las cuestiones a su alcance, y dejadle resolverlas. Que él no sepa nada porque se lo hayáis dicho, sino porque lo haya comprendido por sí mismo; que no aprenda la ciencia, que la invente. Si nunca sustituís en su espíritu la autoridad a la razón, él no razonará jamás; únicamente será el juguete de la opinión de los demás.”
Alumno: Si como estar de acuerdo… ¡claro que lo estoy! Pero es que el cambio que proponen ustedes es tan radical que el Sistema lo va a echar por tierra a poco que asome la cabeza…
Maestro: Yo te diré lo que va a suceder a poco que, como tú dices, “asomemos la cabeza”. Primero nos quitarán el lenguaje (como han hecho con pedagogos clarividentes y Movimientos de Renovación Pedagógica); a continuación crearán sus propios principios apócrifos, amén de metodologías sucedáneas y, por fin, presumirán de haber revolucionado la enseñanza, dejándolo todo igual que estaba… ¿De quién crees que han copiado ese concepto aparentemente tan novedoso como es el de la tan cacareada “Formación en Competencias” sino de Rousseau? Concepto y novedad que por arte de birlibirloque sigue manteniendo a los niños amarrados al duro banco de las sillas, los ojos puestos en el horizonte de la pantalla del ordenador y condenados a galeras de por vida.
Isidro García Cigüenza
Blog personal ARRE BURRITA
Comentarios
Una respuesta a «Isidro García Cigüenza: «Rousseau y la Pedagogía Andariega. La ‘Titulitis’, un virus letal»»
De acuerdo con Rousseau, pero qué diferente es cuando alguien experto «te enseña» a mirar la naturaleza. Es como cuando estás viendo un cuadro y viene el autor y te lo explica. De pronto, descubres infinidad de matices, detalles o puntos de vista en los que no habías reparado. De ahí la importancia de un buen maestro. Que enseñe a mirar, a aprehender por uno mismo, a captar.