Era más aldea que pueblo, aquel conjunto de viviendas de pobre estructura, tejados de chamizos y mal acondicionados, dando ello lugar a que la vida se hiciera en la calle y hasta los animales de propiedad privada de aquellas gentes, deambulaban sueltos fuera de sus cuadras, si es que algunos las tuvieran.
En plena calle crecía, engordaban y deambulaban la cabra y la gallina, también estaba el marrano, como allí se les decía a los cochinos. Y allá hozando por acá picando y comiendo, y así viviendo, todo era menor gasto para sus dueños. Y con todo esto, con estas costumbres y formas impuestas por las circunstancias, el tiempo avanzaba, la vida transcurría y aquel villorrio de gente humilde y formalidad intachable, sus jornadas de rudo trabajo cumplía en su ahínco por tener en sus mesas el necesario alimento cada día, tratando de olvidar la aún cercana contienda de fratricida maldad que sumió a España en escasez y falta de útiles y alimentos necesarios para rellenar una vida. Agravado ello por la pertinaz sequía de años pasados, que hizo que se conociera tal época como «los años de la jambre». Una sociedad aún acobardada por tanto horror, callaba y trabajaba, callaba y de vivir trataba sin dar ocasión a represalia alguna.
Era tal el ambiente de necesidad que había días que nuestra modesta aldea era tomada por ingentes grupos de pobres de solemnidad, que vestidos de harapos y con maltrechos cuerpos, de lejanas tierras venían a pedir caridad a un pueblo que como ellos de ella escaseaba.
Recuerdo con dolor como aquellas gentes llegadas al pueblo se repartían y con unas brillantes y viejas latas de excesivo uso gastadas, en sus manos portaban y las usaban…¡¡no!! para pedir dinero no, ¡no lo había!, solo pedían de puerta en puerta y con cansados pasos por ellas se desplazaban apelando a la caridad que con frases hechas y llenas de retórica estudiada y con la tristeza que sus almas llenaba, rogaban un pedazo de pan, un poquito de caldo de aquella olla que en el fuego estaba a cocción lenta preparando la comida del presente día. Muchas veces la tal vianda tenía más de caldo que de «tajás» ya que aquellas muy libres hervían en el agua de los, a veces, insípidos guisos.
Algo que fuertemente me impactó, lo vi un día de aquellos en que nos visitaban, en la Placetilla, así llamada por su pequeñez como tal y su irregular forma. Ubicada en la calle principal, poco después de pasada la iglesia considerando el sentido de marcha hacia el viejo cine de junto a las casas nuevas. A uno de ellos y con su brillante lata, salía de una de las casas del lugar donde con el corazón oprimido de dolor, y en acto caritativo le sirvieron un buen cucharón de caldo del que hervía al fuego de aquel hogar.
Nada más poner el pie en la puerta, su hermano menor que esperaba, tomando un trapo, lo mojó en aquel caldo y presto lo llevó a su boca chupándolo, en un acto desesperado de hambre inmensa que le roían las entrañas de su necesitado cuerpo.
Para comerlo no tenían ni cuchara, aunque no la necesitaban y además conseguían que, de aquella manera en que tomaban el caldo, éste más les duraba. Eran circunstancias adversas y muy tristes, situaciones tan complicadas las culpables de que Benalúa de las Villas presentara un aspecto más que triste con escenas como estas. Su gente dedicada al trabajo, trataba de olvidar estas situaciones centrando su tiempo y su esfuerzo en el quehacer diario, que era escaso. Ello contribuía a que el aspecto de la villa, sus viales, sus casas y demás estructuras, fueran de aspecto algo deprimente, solo salvado por el escaso cuidado de sus propietarios y familiares.
Las calles, plazas y rincones, abandonados y con firme de tierra, hacía que en tiempos de lluvias se convirtieran en un verdadero barrizal hasta tal punto que para poder caminar por ellas- Hacía falta colocar piedras en hilera consiguiendo lo que se llama pasaderas. Así permanecían todo el invierno y sería la primavera con sus largos días y su mejor tiempo la que conseguía que aquellas vías, se asentaran, se secaran y como resultado de su humedad se compactaban quedando en mejor aspecto.
La construcción, la obra civil, un ambiente más que humilde, pobre, ya que aún de chamizo y juncos se presentaban algunas cubiertas de sus humildes viviendas, las había en cierta cantidad y en varios puntos del pueblo, barrios altos e incluso en plena calle Real, la principal.
Las otras, las que no lucían chamizo o junco, de vieja teja moruna era su cubierta y de piedras sus muros, cogidas con barro, gréa, mezclada con paja o, bien de adobes que ellos mismos fabricaban con el mismo material y una especie de cuadrado de madera que lleno de aquel barro con paja y raseado éste, con una regla, al vaciarlo conseguían un ladrillo con cierta consistencia que puestos unos días al sol, lo daban por terminado, ya podía ser usado como material de construcción.
Había una tercera forma de construir paredes o muros para las casas, consistente este en hacerse con una buena tierra que había de estar lo mejor posible, limpia de materia o semilla orgánica para así evitar que en el futuro al desdoblar o germinal creara pequeños huecos en el interior del tapiar, que así se llamaba tal obra, y la introducción de agua y humedad diera al traste con la pared.
Era enormemente trabajoso y lento el tapiar, aunque este era resistente pero además tenía una mejor cualidad. Era un inmejorable aislante para evitar el frío o el calor, según estación y, el ruido, por ello valía el tiempo y el trabajo a él dedicado, consistente en golpear insistentemente con apisonadoras manuales, fabricadas de gruesos y pesados troncos con un asta para asirlos y que manejados con cadencia regular y movidos hacia arriba y hacia abajo dejaban descargar fuertes y pesados golpes sobre la tierra que iban añadiendo al tapiar, que aprisionado entre tablones aguantaba el topetazo de los golpes de los pesados mazos de madera, logrando compactar, fortalecer y aprisionar la tapia que formaría la futura vivienda.
Es muy probable que aún persistan construcciones hechas de tapiar en Benalúa y que se encuentren en perfectas condiciones de seguridad y prestación, algunas habrán de tener cien años o puede que más.
Recuerdo como anécdota que una de las últimas obras efectuadas por este sistema en nuestro pueblo, fueron dos casas en la parte de arriba de la acequia llamada por aquel tramo, el caz,
Está ubicado cerca del molino que fue de la familia Carrillo y posterior de los apodados Huérfanos, Rafael y Daniel, y cerca de los talleres de los Carpinteros hermano Pareja.
Una de esas casas era propiedad de la madre de Moya.
Del análisis y observación de estas construcciones que hablamos, se puede sacar una idea clara del proyecto y estética, de la aldea, de su fisonomía, su trazado y de no muy destacada belleza. De todo esto escaseaba y presentaba un humilde y sencillo estado de urbanismo del medievo, en el que faltaba la piedra tratada y todo material noble que pudiera enriquecer la construcción.
Había algo que sí tenía nuestra villa, vistas desde distintos ángulos de enfrente: la Cará, la Loma Los Endrinos, el Santuario, Realengos y desde el mismísimo Morrón. Vista desde allá, desde esos puntos descritos, su panorámica me atraía y ejercía sobre mí un extraño encanto que hacía que siempre detuviera mis pasos para contemplarlo. Quizá fuera morriña, atracción por ser mi cuna, por ser el lugar donde hacía mi vida, más que por su hermosa figura.
Pero si, si había algo en aquellas vistas que valía la pena contemplar. La suavidad de sus líneas, la perspectiva de sus moriscos tejados por sus chimeneas acompañados y el “ordenado” desorden de la construcción arbitraria de la mayoría de sus casas, sus calles tortuosas sus fuertes contrastes de color; blancos cal, grises humo y color ladrillo o tapiar que no había sido enfoscado, con sus muros sin mortero con mechinales y agujeros en algunas paredes aun no acabadas.
Era un caótico conjunto de abstracta configuración y aspecto que cual puzles invita por su complicada figura a retarse a su composición, tras largo tiempo de contemplación de su original estampa. Diríase que hasta su olor llegaba, si, el olor a pueblo, el olor a lo nuestro: ambiente, saturado de miles matices formados por sus habitantes humanos o animales. Cobertizos en gallineros transformados, palomares, pajares o cuadras, así como el humo de cada mañana.
Todo ello tamizado y filtrado por las alamedas arbóreas, sotillos ribereños de nuestro río, con pequeños meandros con sus líneas sinuosas y repetidas de verde bosque franqueados. Pero hete aquí que algo más enriquece dicha estampa observada y recreada desde aquellos puntos desde donde se divisaba. Era el sonido ambiente que a toda bella vista debe acompañar como música de fondo: El rumor del pueblo, el rumor de sus gentes, el rumor y sonido de lo que en él ocurre cada momento. Del cómputo de todo te formas un maravilloso escenario en tu mente que idealiza aquel sitio donde vives.
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Paseo sus campos en mañana soleada, admiro mi pueblo desde lejanía mediana, a propósito, ello, para seguir oyendo aquello que oí hace ya años…”su rumor de pueblo” sonidos de sus gentes y el sonido ambiente de lo que en él ocurre ahora en cada momento, en que caminando lento admiro y veo lo que enfrente tengo.
Por la Loma de los Endrinos subo, después de haber bajado del Cerro, y por aquí busco lo que desde allí vi, pero con distinto ángulo en lo que percibí allá y contemplo ahora.
El sol calienta agradablemente mi espalda, el ruido de molturación de la cercana fábrica almazara de la cooperativa San Sebastián no me deja oír aquel ruido de pueblo que hace tiempo oyera, lo que ahora oigo es ruido de máquinas que Verdi-negras aceitunas muele, con chorro de aceite que brota verdoso, saliendo: “Amarga y Pica”, símbolo de progreso, avance tecnológico y un mejor estado de bienestar, en lugar idóneo de vida.
Relación social, actividad económica y cultural lo demuestra, el distinto ruido que ahora suena en nuestro pueblo, que al igual que aquel y junto con otros olores de estos tiempos ahora vividos y tras filtrarse por los mismos sotillos y bosques ribereños de nuestro río, dejan en el ambiente, no tufillo a animal como antaño fuera, es ahora distinto, a mejor. El de animal de carga y el de carne o leche recién ordeñada, ya no está. Ya no existe en aquella zona y lugar. La evolución han venido en limpiar de todo eso a la villa y pueblo que ahora contemplo desde acá arriba desde el carril de la Loma de Los Endrinos por donde hace años no caminaba ni observaba todo el silencio que me acompaña con el rumor lejano del ambiente a pueblo venido a más desde que yo lo viera en tiempos pretéritos a esta fecha en que todo ha venido en cambiar y que palpo tan solo en mi caminar desde aquel otero desde el que observo y admiro todos aquellos matices que resultan de una villa que ahora allá veo y que no es igual a la que antes viera.
Resultado de la evolución ganada con el trabajo y ahorro de las gentes de una villa que es ahora mucho mejor de lo que antes fue.
Bajando al pueblo en mi largo paseo, trato de continuar con lo que vi desde el otero de la loma que hace rato paseé. Me fijo más, con otra distinta inquietud antes de esta mi observadora caminata. Calles más limpias, por el buen hacer y costumbre ancestral de las amas y señoras de sus casas que por costumbre tiene muy de mañana salir a barrer y asear todo el tramo correspondiente a su fachada, y lo consiguen, el pueblo está, sin lograrlo del todo, pero más limpio y aseado que lo estuvo. Sus calles y vías con sus calzadas remozadas, de riego asfáltico o cemento, dejando a ambos lados espacio para la acera que conforman calles mejor trazadas. Sus casas ya no son de chamizo, en eso se prosperó mucho, ahora son algunas casi mansiones y con bellas balconadas que permiten mirar el ambiente de sus gentes. Las que bellas mansiones no son, es porque son bonitos chalét con sus jardines de entrada que dan hermosa alegría a todas las casas incluidas sus calles en las que imponen aquella arquitectura propia del pueblo. Sus cubiertas o tejados todos bien construidos y moderna teja, y si alguna es de teja moruna, que las hay, no es por falta para comprar nuevas sino por el contrario, es debido a que la teja moruna más imperfecta fabricada, da un ambiente más señorial y noble a la casa que así las luce, eso dio, hace tiempo lugar a crearse un mercado de teja moruna con elevado precio por pieza. Quien tenía una vieja casa, ésta valía más por sus tejas que por su estructura.
Es Benalúa de las Villas un pueblo moderno que si no lo es más, debido a que sus habitantes les dio hace unos años por ir a vivir a la capital. Pero auguro y deseo que todos los que nos fuimos, comencemos a volver. La ciudad no es lo que era y el pueblo es ahora mejor de lo que fue.
La paz hallada en ellos, las relaciones sociales y vecinales, la economía manifiesta en relación con la gran ciudad, la tranquilidad, la ausencia de prisas, la libertad al pasear, están avisando a todos los que nos fuimos que debemos volver, pero acompañados de algunos hijos o amigos que descubriendo la vida pueblerina desean más ser cateto de pueblo que estresado de ciudad.
Hoy en día es más cateto y torpe, el de ciudad en pueblo que el de éste en ciudad. Un capitalino es lo más absurdo e inútil para vivir en el agro que un pueblerino de ahora, que casi se pasa de fino en la gran ciudad.
Así qué…¡¡De cateto, nada!!
Cateto… ¡tú! Qué siendo de ciudad no sabes cómo en el pueblo te has de portar.
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Inspector jubilado Policía Local de Granada
Comentarios
8 respuestas a «Gregorio Martín García: «Los años de la ‘jambre’»»
Me encanta!
Señora Llani, a mi me encanta que le encante. Un saludo.
«La ciudad no es lo que era y el pueblo es ahora mejor de lo que fue.» Leyendo el artículo dan ganas de irse a vivir a un pueblo de los que guardan esa esencia que tan bien ha descrito el autor del mismo.
Sr, Dani le agradezco sus amables palabras, siempre vienen muy bien. Además, le puedo asegurar que los pueblos han cambiado, suelen tener todos los servicios y la tranquilidad y paz de ellos no suele encontase en la gran ciudad. Ánimo y viva en uno de los muchos y muy bonitos que tiene granada, por ejemplo, si me permite aconsejarle, le diria que Benalúa de las Villas. Un saludo y reitero mi agradecimeinto.
Unos recuerdos muy lejanos, es increíble como son relatados con tanta memoria y nitidez.
Siii, el pueblo está ahora precioso, cada día más floreciente. Es un pueblo que invita a regresar y disfrutar de esa vida tranquila y más relajada que el bullicio de la ciudad..
Sí, señora Ana, recuerdo con clarividente memoria lo de hace muchichimos años. quizá por la morriña que siento por ellos qué fueron para mi inmejorables. Vividos en ese pueblo que describe donde la vida del bienestar es una realidad.
Gracias por sus palabras. Un afectuoso saludo.
Magistral y acertada descripcion retrospectiva de unos años duros en la Historia de nuestras ciudades y pueblos, que tu humanizas con tu relato y pequeñas anecdotas que todavia mantienes en tu prodigiosa memoria.
Enhorabuena por este articulo D. Gregorio
Gracias D. José B. Disfruto escribiendo esos relatos que Vd tan bien trtata en su comentario y tambien disfruto viendo como hay buenos lectores que con su lectura honran mis relatos.
Gracias D. José B. Un afectuoso saludo.