Juan Antonio Díaz Sánchez: «Los ‘médicos’ del Arte»

Los cofrades estamos en todos los sitios

en los que se nos pide que estemos.”

(Marta Iáñez Bolívar)

Una de las buenas costumbres que tengo, cada Día de Navidad, es escuchar en la radio el tradicional “Cuento de Navidad” que, cada año, a medio día, nos regala la Cadena SER. Radioteatro, teatro de voz o de la imaginación es como se le denomina a este subgénero dramático, que conforma, en sí mismo, una forma clásica de hacer radio, llegando así a entusiasmar a los radioyentes cuando escuchaban los seriales en aquella España analógica.

He querido iniciar este artículo hablando del radioteatro puesto que la visita, que no hace mucho tiempo realicé, al taller CRBC (Conservación y Restauración de Bienes Culturales) fue a través de escuchar la voz de la maestra –en el más puro sentido gremial del término‒ que lo regenta: Lucía Ruíz Gómez. Sin embargo, a pesar de su extraordinaria juventud, cuenta ya con el grado de maestra en dicho oficio que, por supuesto, no deja de ser un Arte. Sin lugar a dudas, esta joven maestra es una de las mentes más preclaras en el panorama actual del orbe cofrade granadino, un valor en alza, constituyendo en sí misma un ejemplo a seguir. A continuación, explicaremos al detalle el porqué de esta afirmación.

Criada en granadina cuna, cofrade de barrio por excelencia, como es el de Santa Clotilde, envuelta por mosquitera realizada en hilo egipcio, entre sábanas de seda con olor a naftalina, y el escapulario de la Virgen del Carmen, durmió esta bella niña. Fue su tío Javier Gómez, insigne cofrade de la Muy Antigua y Real Hermandad de Nuestra Señora de la Soledad y Descendimiento del Señor, quien, junto a su hermana, es decir, la madre de Lucía, Belén Gómez, los encargados de educar cristianamente a nuestra protagonista en cuestiones religiosas y de piedad popular, haciendo de ella una prudente cofrade alhambreña. Por consiguiente, diremos que a Lucía le “nacieron los dientes” entre túnicas nazarenas, capillos, mantillas, peinetas, cera, enseres, casa de hermandad, parroquia…, es decir, todo aquello que conforma la Granada Cofrade. Esa misma Granada que todos guardamos en nuestra cajita de taracea –más granadina no la hay como la Tarasca‒ y en lo más profundo de nuestro corazón, hizo que en Lucía despertara el amor por el Arte.

Sin embargo, no sólo esta preciosa circunstancia, que es bastante frecuente entre los cofrades andaluces, fue la que hizo de alcahueta entre Lucía y el Arte, sino que hubo otra bastante más desagradable –pero no por ello es que sea menos relevante, de hecho, por esa importancia la vamos a tratar‒; resulta que Lucía, durante su infancia, sufrió esa terrible lacra social que es el acoso escolar. Con muchas dificultades añadidas producidas por dicho execrable acoso, Lucía, como si de Helena de Troya se tratase, es decir, cual heroína, nunca se rindió por difíciles que fueran las circunstancias, que lo fueron. Ella, que es una mujer muy valiente, una gran mujer, logró concluir sus estudios secundarios y tomó una de las decisiones más acertadas que ha tomado hasta la fecha: estudiar el Bachillerato Artístico en la Escuela de Artes y Oficios de Granada.

Pues bien, en dicha escuela conoció a uno de sus mejores profesores de Historia del Arte: Jairo Molina, quien hizo que, en el corazón de nuestra joven restauradora, germinara la semilla de amor hacia el Arte, aquella que su familia, cofrade, había sembrado en ella desde su nacimiento. A partir de este momento, Lucía encontró en el Arte el amor y el cariño que algunas indeseables personas, de triste memoria e infausto recuerdo, habían pretendido destruir años atrás. El Arte y su amor por él hizo que Lucía volviera a nacer a la vida, a creer de nuevo en el ser humano, a repensar que en esta vida, afortunadamente, encontramos a muchas más personas buenas que malas. Digamos que a Lucía el Arte le regaló unas “lentes nuevas” para que, a través de las mismas, volviera a ver la vida en sus aspectos más alegres, positivos, amables y buenos. Lucía volvió a ver la vida exactamente como ella es, es decir, rebosante de bonhomía, alegría, generosidad, bondad, sensibilidad…, puesto que, en definitiva, Lucía es una mujer buena en el más puro y machadiano sentido de la palabra.

Así fue como nuestra excelsa protagonista decidió formarse académicamente para dedicarse profesionalmente a la restauración y conservación de obras de arte. Me voy a tomar la licencia literaria de, metafóricamente hablando, afirmar que Lucía es “médica del Arte” puesto que ella estudió Restauración y Conservación, que es la “medicina del Arte”, en la Escuela de Arte y Diseño de Andalucía. Aclararemos que los “médicos del Arte” son los restauradores y conservadores; los hacedores del mismo, los artistas; y los estudiosos de éste los historiadores del arte y filósofos de la estética. Esto no es óbice para que se trabaje, actualmente, desde la praxis multidisciplinaria, eso sí, siempre y cuando cada profesional se dedique a su área de conocimiento y no se produzca intrusismo de unas profesiones en otras, es decir, de un área de conocimiento en otra. En dicha institución académica sus profesoras –en adelante, utilizaremos la palabra maestra puesto que implica unas connotaciones mucho más personales y humanas que superan lo meramente educativo o formativo‒ hicieron por Lucía mucho más de lo que debían hacer puesto que, afortunadamente, una vez más, pudo comprobar a través de ellas que en este mundo abundan las buenas personas y es que eso, precisamente, fueron sus maestras.

Se da la circunstancia que Lucía es una persona poseedora de criterio propio, la cual no está dispuesta a doblegarse ante las viejas prácticas gremiales exigidas, en la mayoría de las ocasiones, por el oficio en base a trasnochados y anacrónicos comportamientos, que son más propios de la España del No-Do, en blanco y negro, que de la actual. Por lo tanto, durante las “brumas de octubre” del año 2021, Lucía comienza su más íntima andadura, montando su propio estudio de restauración.

Voy siguiendo, a través de la prensa, los proyectos, que va realizando, y trabajos de restauración y conservación que va acometiendo. No obstante, como en este artículo quiero poner una intervención, que ejemplifique todo lo que vengo diciendo, voy a hablar de la restauración que, junto a sus colaboradores: el artista, José Manuel Ocaña; y la restauradora, Ana López; Lucía llevó a cabo en las sagradas imágenes titulares de la Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno y Nuestra Señora de los Dolores Coronada de la villa de Caniles. Sin lugar a dudas, un trabajo magnífico, inconmensurable, repleto de la más absoluta profesionalidad y, como todo lo que Lucía hace, poniéndole el mayor de los cariños, todo el mimo posible, la excelsitud de su persona, la bonhomía de su espíritu y el infinito amor aflorado en su corazón.

Para ir concluyendo, quiero terminar este artículo con el amor puesto que con ese amor es con el que Lucía afrontaría uno de sus mayores sueños profesionales y personales, cuando la precise, la restauración de la antigua Virgen de las Tres Necesidades (actual Virgen de la Esperanza) de Granada obra de uno de los más insignes maestros de la Escuela Barroca Granadina: José Risueño Alconchel (1665-1732). Así que, como terminó el epílogo de su obra, San Manuel Bueno, mártir; don Miguel de Unamuno: “¡El que quiera entender, que entienda!”

 

 

 

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