La invasión rusa a Ucrania era lo que faltaba para comprobar inequívocamente la interdependencia que mantienen unas fronteras con otras
Cuando Ortega y Gasset proclamaba su europeísmo a principios del siglo pasado con la rebelde cita: “España es el problema, Europa la solución” y denunciaba el aislamiento de nuestro país que nos definía como “una raza que muere por instinto de conservación”; cuando Unamuno entendía (aunque más tarde cambió su parecer) que había que europeizar a España; o cuando el gran historiador Vicens-Vives llegó a interrogarse si, España sola, realmente existía de entre las grandes naciones que surgieron del Renacimiento, no hacían otra cosa sino expresar un sentimiento desconsolado de la decadencia española y una denuncia acibarada del aislamiento, del atraso moral, cultural y económico en el que estaba sumida nuestra nación con respecto a Europa.
Por el contrario, cuando nuestros políticos y sociólogos de finales del siglo XX primeros años del siglo XXI se deshacían en elogios, agitando las destrezas de nuestros demócratas gobernantes, para mostrarnos el presuroso avance de nuestra economía en cortos periodos de tiempo, no hacían otra cosa sino ensalzar – entre delirios triunfalistas – su adhesión, acatamiento y aceptación a la globalización de mercados; es decir, su lealtad a la culminación del proceso histórico de la expansión del capitalismo.
Habíamos llegado a ser importadores de capitales, vislumbrábamos que seríamos contribuyentes netos de los fondos europeos y habíamos pasado a ser el país de la inmigración, en lugar del de la emigración como en otros tiempos. Se nos había hecho creer que toda la época de benevolencia económica de la que habíamos gozado, durante este tiempo, era gracias a Europa y a través de Europa; sin embargo, nunca habíamos caído en la cuenta de que habíamos entrado también de hecho y de derecho en el capitalismo económico mundial, pero, a su vez, habíamos perdido la libertad. De hecho, David Cameron hizo hincapié en que los países que estaban dentro de la zona euro verían sus presupuestos casi redactados por Bruselas; con estas declaraciones no hacía más que poner sobre la mesa una nueva elucidación del concepto de soberanía nacional.
Tan solo al iniciarse la crisis de finanzas en EE. UU., en 2008, que se extendió rápidamente por todos los países europeos, trajo consigo la hostilidad hacia la clase política del mundo occidental, por el escaso poder de determinación que podían tener los gobiernos sobre los mercados y el gran capital, acumulado en manos de grandes corporaciones unidas, incluso, en grandes consorcios financieros de muchos lugares del planeta; además los oligarcas internacionales han estado manejando a su antojo las bolsas de valores de todo el mundo, asediando cada vez a los gobiernos y organismos internacionales para dominarlo todo.
Ahora no solo nos hemos europeizado -el gran sueño ., sino que hemos globalizado mundialmente nuestras economías con consecuencias tan irreversibles para la historia de la humanidad que no sabemos a dónde nos llevarán, pero, que, sin lugar a dudas, ya se pueden observar los efectos en los países subdesarrollados, a los que se les condonó la deuda, sí, por supuesto que sí, pero a cambio de ese dios globalizador de las economías mundiales que les impide siquiera, al menos, poder consumir sus propios productos, pues estos son importados a mitad de precio por sus mismos dirigentes; así que, la miseria y la hambruna se han instalado como presente y futuro de estas sociedades, en la que la muerte y el llanto se dan la mano para bochorno de la humanidad.
La invasión rusa a Ucrania era lo que faltaba para comprobar inequívocamente la interdependencia que mantienen unas fronteras con otras; interdependencia que provoca desde las escasez de materias primas a las tremendas dependencias de fuentes energéticas, pasando por la carencia de componentes tecnológicos de primera necesidad en el mundo actual. Europa entera se ve zarandeada antes de cumplirse el primer cuarto del S. XXI, sobre todo por haber entendido que Rusia había pasado del comunismo al capitalismo y no caer cuenta del pasado autocrático de los rusos – primero fue un imperio, después una impía dictadura y ahora algo que le llaman democracia – como hemos observado en todos los gestos tanto interiores como exteriores de sus dirigentes; pero, lo peor de todo es que se sitúa como la primera potencia nuclear del planeta y además con demasiados apologistas a sueldo de su encubierta dictadura.
Los gigantes dormidos (China y Rusia) se despertaron hace mucho tiempo y adoptaron, sin apenas esfuerzo, el cambio de sus sistemas productivos, es decir, pasaron del comunismo al capitalismo salvaje, valiéndose fundamentalmente de los intercambios comerciales que ofrecían las democracias liberales occidentales; sin embargo, la distribución de la riqueza de estos países se ha creado alrededor de una influyente oligarquía financiera internacional que nunca se asomaron – mínimamente – al sentido de la libertad, entre otras razones, porque jamás la conocieron. Han vivido en otros mundos que ahora quieren imponernos con la creación de «un muevo orden mundial» en connivencia con algunos imbéciles que circulan por nuestras latitudes.
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