¡Amigos, dejad esos sonidos!
¡Entonemos otros más agradables
y rebosantes de alegría!
(De la Oda a la Alegría)
El 7 de mayo de 1824 Ludwig van Beethoven asistió al estreno en Viena de su Sinfonía nº 9 en re menor, op. 125, que sería además la última, dado que falleció tres años después. Había introducido en su cuarto movimiento, como música coral, la Oda a la Alegría del poeta alemán Schiller, lo que suponía una clara innovación en las creaciones sinfónicas del momento, exclusivamente instrumentales, y una evidente ruptura, por tanto, con las normas estéticas que las regían. Fue un gran éxito y el público que llenaba el Kärntnertortheater* aplaudió con fuerza, aunque el maestro, ya sordo del todo, no se percató del final de la interpretación, pese a hallarse en el mismo escenario, hasta que uno de los solistas se lo dijo. Solo entonces se volvió a los asistentes y pudo comprobar sus aplausos y saludar.
Desde entonces esta obra rompedora y sublime se ha convertido en una de las más valoradas de la Historia de la Música a la vez que de las más simbólicas de ideales como la libertad, la fraternidad y el europeísmo, llegando a ser en 1985 el himno de la Unión Europea.
Sin embargo, no fueron aquellos tiempos de su composición los más representativos de dichos valores. Las guerras napoleónicas habían finalizado casi nueve años antes en Waterloo con la derrota del emperador francés y de su plan de una Europa unida bajo la tutela de Francia. Desde 1815 los monarcas absolutos recuperan el poder en sus reinos o imperios e imponen en el continente su rancia doctrina política, opuesta a las modernas ideas de La Ilustración, y unas nuevas fronteras a su gusto y no al de los pueblos a los que tiranizan “por mandato divino”.
En ese ambiente opresivo de vuelta al Antiguo Régimen se difunden de manera clandestina por los distintos estados, cada vez más, dos ideologías subversivas: el Liberalismo y el Nacionalismo, que coinciden en la defensa de la libertad. Pero mientras la primera se refiere a la del propio individuo, en consonancia con los principios inspirados por los ilustrados del siglo XVIII, el Nacionalismo propone la libertad conjunta de esos pueblos sometidos o divididos por los monarcas que han vencido a Napoleón. En Francia y España será el Liberalismo el más contrario a sus soberanos absolutos, pero en Grecia, Bélgica, Italia, Alemania,… tendrán mayor presencia las ideas nacionalistas.
Cuando se estrena la Novena Sinfonía España ha vuelto a la fuerza al absolutismo tras el Trienio Liberal (1820 al 23), iniciado mediante el pronunciamiento militar de Riego y finiquitado por Fernando VII con ayuda de las tropas francesas enviadas por “su hermano” de la Santa Alianza, Luis XVIII —los Cien Mil Hijos de San Luis—. Hasta el punto de que nuestro más reconocido artista de esos momentos, Francisco de Goya, sintiéndose amenazado por la represión iniciada contra los liberales por el rey Fernando, decide abandonar ese mismo año 1824 su casa de Madrid, pese a la vejez, y exiliarse en Burdeos (Francia), donde morirá. Y sin duda hizo bien, porque todavía con este Borbón, “ominoso” y “felón”, moriría ejecutada en Granada, por su compromiso liberal, Mariana Pineda.
En Grecia, en esa década, la situación es incluso peor: se libra una larga guerra para conseguir la anhelada independencia del amo y señor absoluto de la Península Balcánica, que es el sultán otomano. Su gran eco internacional llevó al pintor francés Delacroix a realizar, también en 1824, una de las obras más conocidas del Romanticismo, La matanza de Quíos, acerca de unos hechos en los que fueron masacrados por los turcos unos 20.000 habitantes de las islas griegas.
Y Alemania e Italia están muy fragmentadas, en especial la primera, donde no se ha logrado restituir el viejo Sacro Imperio, aniquilado por Napoleón, y su lugar lo ocupa una débil confederación de treinta y nueve estados germánicos entre los que se encuentran, como más poderosos, Austria y Prusia. Pero sí está presente en muchos, dentro de esta confederación —en la que vive Beethoven—, el deseo de restaurar aquel milenario imperio, lo que ensanchará progresivamente las bases del nacionalismo alemán hasta la proclamación, en 1871, de un Segundo Imperio (o II Reich) —sin Austria— que nace ¡en Versalles! de una nueva victoria sobre Francia.
Faltaba mucho, cuando Beethoven estrenó su última sinfonía, para que la libertad y la fraternidad alcanzaran al viejo continente, que incluso viviría sus peores momentos en la siguiente centuria.
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Teatro de la corte imperial y real de Viena.
Enlace a la Novena Sinfonía, Oda a la Alegría, por la Orquesta Ciudad de Granada, el 21-VI-2020:
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Profesor de Historia en el IES Padre Manjón
y autor del libro ‘Un maestro en la República’ (Ed. Almizate)