Angelita se disponía a cargar el cántaro en la cadera ya que acababa de llenar los dos que llevaría hasta su casa, cuando vio que montando la yegua se acercaba Federico a abrevar al animal. Su bonita cara se enrojeció y sus fibras internas la atenazaron dificultando colocar adecuadamente el botijo sobre una de sus moldeadas caderas.
Toda tembló al ver a Federico acercarse sobre aquella bonita yegua lucera, larga crin y aseada cola que pisaba con arte y se movía con estilo ecuestre, amaestrada por el jinete que la montaba. Algo entendido en equitación. Y que ahora miraba con secreto interés a la moza que el botijo en su cadera cargaba
No es qué le uniera nada personal a Federico con el que ni siquiera había cruzado más palabras que las normales de un saludo al cruzarse en la calle. Pero le atraía, le gustaba, y por eso en su mente guardaba recuerdo de su atractivo y de su elegante estilo. Llegados desde el corazón, donde habían nacido.
Toda turbada, ya con sus cántaros cargados de hábil manera y femenina forma se disponía a marchar. En ese instante Federico que la seguía con la mirada clavada en ella, le dirigió un amable saludo:
– Buenos días nos dé Dios a ti y a mí, Angelita.
– Buenos días, Federico. Se dijeron ambos.
No hubo más, y eso fue todo. El encuentro que aquella mañana tuvo y que le puso azorada y nerviosa toda la mañana y qué le mantuvo con un sabor y bienestar agradable.
En el pueblo sabían que se gustaban. Al menos que a Angelita él le atraía, fue este el motivo por el que en el Pilar se sintiera algo incómoda, con la llegada de Federico, que fue observada por las demás vecinas que en la cola de la fuente esperaban llenar sus botijos y que seguro quedaron, entre ellas, sacando algún cuento o comentario.
Cosas de los pueblos, donde debido al grado de conocimiento entre todos los vecinos, se dan casos de estos, en que se crea un escenario de sutiles emociones que conocidas por muchos vienen a fraguar momentos curiosos, interesantes, jocosos o alarmantes, que el vulgo se encarga de divulgar minimizando éste o por el contrario aumentarlo de tal manera que al final no se pareciera a lo que en origen fue.
La verdad es que a Angelita le gustaba mucho Federico y a este no le pasaba desapercibida ella.
La atracción de ambos maduraba y aumentaba entre ellos la cercanía, si bien, Federico a parar a Angelita una de aquellas veces que con ella se cruzaba, no se atrevía, pero su pecho palpitaba cuando la veía. Entre bromas y risas los amigos les hurgaba y del asunto le decían que cuando se decidirían a declararse el amor. Ambos, muy jóvenes aún. Federico dieciocho, Angelita algunos menos, aunque su edad no sabíamos, pero le echamos algo más de dieciséis a aquella preciosa mujer.
Los dos trabajaban colaborando con la casa familiar, el uno en faenas del campo para lo que era buen labrador de las tierras que su padre poseía. La otra, mujer hacendosa y ejemplar trabajadora de sus quehaceres domésticos, ayudando a su madre. Y así ambos recorren la senda de su juventud, enamorados, no declarados, pero por todos sabido.
Pasaban los días en su trabajo diario.
Mientras la vida, la actividad laboral y social seguía por sus cauces normales; Los agricultores, mozos y peones, iban todos los días al campo a sus cotidianas faenas y a sacarle a sus tierras el ciento por uno que habría de mantener a la familia en sus gastos cotidianos.
Las mujeres, no eran menos, y Angelita una de ellas, asumió la falta de útiles y electrodomésticos y demás enseres. Esto hacía de sus vidas una dura carrera por conseguir cada día que su hogar mantuviera el orden, la limpieza y la mejor economía; junto con la muy directa educación manutención y cuidado de los hijos.
Es digno de mención el tiempo dedicado a las tareas diarias de hacerse con agua, bajar al río y en esfuerzo agotador lavar enormes canastas de trapos, que sobre sus caderas portaban por largo y difícil camino hasta su casa donde cansada y rendida había de continuar con los miles tareas de humildes hogares campesinos.
La necesidad de almacenar agua, que habían de transportar en grandes vasijas de arcilla, cántaros, de unos treinta litros, les ocupaba mucho tiempo en horas de trabajo.
Continuará …/…
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Inspector jubilado de la Policía Local de Granada y
Autor del libro ‘El amanecer con humo’
Comentarios
2 respuestas a «Gregorio Martín García: «El amor y la cola de los botijos. En la Fuente del Pilar, 1»»
No sé sí esta bonita historia de amor fraguada en él entorno de la emblemática fuente del Pilar cuanto tiene de verdad o de novela romántica lo verdadero es las historias qué sé produjeron en las noches calurosas de verano haciendo cola en la fuente del Pilar esperando que su hilito de agua fresca llenarán los pesados cántaros que una vez llenos después de largas horas de espera cargados en las caderas de peculiar manera las mozas llevaban a sus distantes domicilios estraordinario relato Gregorio
Paco, tiene todo de verdad…muy poco de adorno, pero eso que cuento es verdad muy verdad, tan verdad como del relato es el fondo. Allá en aquellos días hubo unos enamorados que se comportaron como narro en este escrito. Pequeños matices diferencian a la historia de lo dicho.
En las próximas entregas de este mi relato cuento con exactitud extrema como se desarrollaba la cola de los cantaros. Así que atento Paco por si de ello te falta algo de conocimiento de lo que relato. -lo dudo-.