Mina de Almadén

Daniel Morales Escobar: «Las minas de Almadén: un descenso a la oscuridad de la historia»

El pasado lunes, aprovechando el puente de Todos los Santos, nos fuimos a Almadén, en el sur de la provincia de Ciudad Real, a conocer sus célebres e históricas minas de mercurio. Almadén es de esos lugares que está lejos de todo: a más de ciento veinte kilómetros de Cordoba, que le queda al sur, y a más, también, de cien kilómetros de la capital de su provincia está, por tanto, casi equidistante de ambas ciudades, la andaluza y la manchega; y tampoco otras poblaciones importantes de la zona, como Pozoblanco (Córdoba) o Puertollano (Ciudad Real), se encuentran muy cercanas.

Con esta explicación no es que quiera desanimar, sino justo lo contrario: todo lo bueno cuesta y a Almadén cuesta llegar, pero lo que nos ofrece compensa sobradamente el esfuerzo; porque no se trata solo de visitar unas minas ya clausuradas, sino que en ellas, a unos cincuenta metros de profundidad —que es donde se sitúa la única galería que se visita—, uno comprende mucho mejor la “infrahistoria” de nuestro país, la que está protagonizada por los que nunca fueron sus beneficiados: esclavos, condenados a trabajos forzados, niños y cientos de mineros que, siglo a siglo, durante unos dos mil años, penaron en esas oscuras galerías, de hasta 700 metros por debajo de la superficie y habitadas por murciélagos, para sacar un mineral necesario para el lujo y el enriquecimiento de los poderosos.

La historia empieza en la antigüedad romana, cuando del cinabrio —sulfuro de mercurio—, al triturarlo, se empezó a conseguir bermellón, un pigmento que se usaba con fines cosméticos y ornamentales mezclándolo con aceite de linaza. Posteriormente, en la época musulmana, fue cuando realmente comienza a obtenerse mercurio (llamado entonces azogue). Y serán los alquimistas los que primero descubran su principal poder: disolver el oro, así como la plata, para formar una amalgama1 con ellos.

Entibación en la planta primera, a 50 metros de profundidad. Foto: D.M.E.

A partir del siglo XVI el mercurio se manda a América con el fin de extraer esos metales preciosos de las ricas minas del Nuevo Mundo. Desde Almadén llega a Sevilla, en mulas y carretas y, desde aquí, por el Guadalquivir, a Sanlúcar de Barrameda, donde embarca hacia su destino trasatlántico. En estos momentos la mina de Almadén ha quedado bajo la explotación de los Függer, los banqueros alemanes de Carlos V, a los que se ha concedido el arriendo como pago por los préstamos que el emperador necesita para su costosa coronación en el Sacro Imperio. Los Függer intensificarán la producción ante la fuerte demanda de las minas americanas y, para ello, empezarán a utilizar a condenados a trabajos forzados, a los que se alimentará bien para que realicen las tareas más duras. Pero muy pocos terminarán su castigo y saldrán libres: las condiciones tan penosas llevan a la mayoría a una temprana muerte. Esto se entiende mucho mejor estando allí abajo, en esa oscuridad absoluta llena de agua a tus pies.

Malacate de San Andrés, del siglo XVIII, para la subida del mineral por el pozo del mismo nombre. Movido por animales. En la planta primera de la mina. Fotos: D.M.E.

En el XIX la mina pasa a manos de otra poderosa estirpe, la de los Rothschild, que adquirieron el arrendamiento mediante subasta. Llegaron a detentar el monopolio mundial de la producción de mercurio, porque también explotaban las minas de Idrija (Eslovenia) y de California (USA). Todavía a finales de este siglo tres documentos expuestos en el actual museo de la mina atestiguan la frecuencia del trabajo infantil en diversos quehaceres: en 1863 empezó a trabajar Julián Teodoro Montes, con solo 9 años de edad; en 1871 lo hizo Manuel Jesús Rodrigo, que tenía 11 años, y en 1878, con 10, José Campos.

Pozo de San Andrés y sus poleas, unidas al malacate. Fotos: D.M.E.

El siglo XX es el que pone fin a la explotación mediante concesión a compañías privadas. En 1921 se constituye el Consejo de Administración de las Minas de Almadén, dependiente del ministerio de Hacienda, y se inicia una modernización de los trabajos gracias a la electrificación, los martillos neumáticos de perforación y el transporte interior con locomotora y vagonetas. Asimismo, empiezan a darse una serie de mejoras laborales y de seguridad para los mineros: se reduce la jornada de trabajo, se crea un consejo mixto, de directivos y representantes de los trabajadores, que introduce beneficios sociales, como el comedor económico, los talleres de aprendizaje de la Escuela de Hijos de Obreros, el economato minero,…; sin embargo, las huelgas y revueltas son frecuentes debido, especialmente, a los excedentes de mano de obra por la mecanización. Con todo, tras nuestra contienda “civil”, la producción de mercurio se incrementó como resultado de la gran demanda ocasionada por la Segunda Guerra Mundial.

Maquinaria del siglo XX. Foto: D.M.E.

Desde el 2002 las minas se encuentran clausuradas debido a la elevada toxicidad del mercurio. Y la prohibición de su uso a partir del 2011, decidida por la Unión Europea, lleva al fin definitivo de la actividad extractiva. En el 2012 fueron declaradas Patrimonio Mundial de la Unesco y, en los últimos años, el Parque Minero de Almadén es el gestor de las visitas culturales y turísticas a este enclave imprescindible de nuestra historia, en el que uno se acerca, sobre todo, al continuo sufrimiento de los que pasaron su vida allí abajo.

1 .Aleación de mercurio con otro metal.

Tren minero en el que salimos al exterior. Foto: D.M.E.

 

 

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Daniel Morales Escobar,

Profesor de Historia en el IES Padre Manjón

y autor del libro  ‘Un maestro en la República’ (Ed. Almizate)

 

Daniel Morales Escobar

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