El pasado 28 de noviembre presenté en el salón de actos del instituto Padre Suárez mi reciente libro En las tierras granadinas (Ed. Alhulia). Y quiero, mediante estas palabras, agradeceros vuestro apoyo, vuestro afecto y vuestro calor –en una noche muy otoñal y que empezaba a ser fría– a todos los que estuvisteis allí conmigo. Empezando por el vicedirector del instituto que acogió el acto, al que debo, junto a la directora del mismo, la generosa cesión de un espacio tan espectacular para la presentación. Demostrasteis un sentido abierto de «lo público» que comparto plenamente. En segundo lugar, ¡cómo no! a las dos personas que me acompañasteis en la mesa: Casto, gran amigo y profesor de Historia del Suárez, y mi hijo periodista, Fernando, que llenaste también el sitio de tu hermano. Disteis, entre ambos, una visión muy atractiva del libro, como solo los que más te quieren saben hacer.
Por supuesto, a todos los que estuvisteis sentados enfrente mía, en esos duros bancos de madera, ya con mucho uso, que amueblan el vetusto salón de actos de este instituto granadino. Delante de todos mi mujer, como siempre, para no perderte una sola palabra mía o de nuestro hijo y decírnoslo todo con la mirada. ¡Tú sola cubrías el banco entero! Mis tíos llegasteis pronto, comentándome que una conserje muy amable os había llevado al ascensor para evitaros los altos peldaños de las escaleras. Resultó un sorpresón para mí y ocupasteis ese día el hueco que mi madre, desde hace más de cinco años, no puede ocupar. También mi amiga de siempre, en cuya casa de La Herradura he sido, cuando niño y joven, muchas veces tan feliz. Mis hermanos y mis primos fuisteis esenciales ese día, transmitiéndome el cariño y el orgullo de nuestra familia. Al veros me pasaba como con nuestros tíos: veía también allí a todos los que ya no pueden estar con nosotros.
Y tantos amigos y amigas. Los del Manjón, queridos compañeros y alumnos de este año o de años pasados, «manjonizasteis» –en el mejor sentido de esta palabra inventada por mí– un espacio que, a priori, no era nuestro, pero que terminó siéndolo, porque lo llenasteis del alma de nuestro instituto. ¡Qué vacío y triste debió estar a esa hora el salón de actos de Gonzalo Gallas! Los del IES Mediterráneo (de Salobreña), que me recordasteis los mejores momentos de mi profesión. ¡Cómo no agradeceros, a aquellos que seguís viviendo en la costa, los kilómetros que hicisteis para acompañarme! Al igual que a los que llegasteis de Alcalá la Real, de Guéjar Sierra o de Chauchina.
O los que lograsteis cambiar el turno en el trabajo para librar esa tarde y poder estar con nosotros. Así como los que buscasteis solución a otras obligaciones o compromisos y fuisteis a escucharnos. Los que hicisteis preguntas al terminar las intervenciones, para que salieran temas que no habían salido aún, los de la universidad cuando estudiábamos, los que sois vecinos nuestros en Granada, las que fuisteis alumnas de mi abuelo en Cájar hace ya mucho tiempo, los que sois hermanos, esposas o hijas de mis amigos o amigos de mis hijos, las que sois sus madres o los que me conocéis desde aquella aventura de la sierra al mar hace cincuenta y dos años. No solo abarrotasteis el salón de la Gran Vía, sino que le disteis sentido al acto y mucha calidez al ambiente, que es lo que yo noté desde el principio al fin.
¡MUCHAS GRACIAS A TODOS LOS QUE ESTUVISTEIS ALLÍ!
Ver artículos anteriores de
Profesor de Historia en el IES Padre Manjón
y autor de los libros ‘Un maestro en la República’ (Ed. Almizate)
y ‘En las tierras granadinas’ (Ed. Alhulia)
