Me parecía imposible que uno de los ángeles caídos –aquellos que fueron expulsados del cielo, arrancándole las alas, por rebelarse contra el Todopoderoso–, Azazel, el que “enseñó a los hombres lo que era la guerra y la brujería”, estuviese cercano a alcanzar el triunfo que le fue negado por los siglos de los siglos.
Y aún pensando que aquel adiestramiento calara en la humanidad antes del castigo, reflexiono que los habitantes de esta tierra hemos tenido tiempo más que suficiente para valorar las consecuencias de no haber corregido todas estas directrices contrarias a la convivencia pacífica.
No pretendo aquí dar una clase de Teología, ni plantar cátedra o magisterio al respecto, no sólo porque no soy experto, sino también porque siempre he considerado que, para ello, “doctores tiene la Santa Madre Iglesia”. Quiero, sin embargo, dejar patente una postura firme sobre lo que estamos sufriendo por orden y mandato de determinados líderes de pacotilla: es un crimen de lesa majestad atentar, de ningún modo o manera, contra los derechos humanos –a los que yo añado los “derechos ciudadanos” (de los que ya os he hablado en varias ocasiones)–.
Ansío que la verdad y la justicia nos conduzcan por caminos rectos, sin vericuetos ni falsas visiones de alucinados impenitentes. Y, quede claro, que esta remembranza viene a cuento de las heterogéneas noticias que me están llegando sobre descubrimientos y apariciones de diversos material –sonoro, fotográfico, manuscrito, cinematográfico, televisivo, etc.– que, por arte de birlibirloque, “es decir, con el arte de birlar, hurtar o estafar de repente, por sorpresa, con destreza y maestría” (José María Iribarren, “El porqué de los dichos”), acaparan los titulares de algunos medios de comunicación.
¿No os parece que la picaresca –que algunos tildan de “raíz española”–, os recomiendo leer “La vida del Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades” (anónimo, 1554), está acaparando espacios que no son propios de la honradez?
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de
Ramón Burgos
Periodista
