Lo de vivir sin pensar en el futuro no es que sea una insensatez, sino que es directamente imposible. En todas las culturas y en toda la literatura, tanto profana como religiosa, se considera sensato al hombre previsor, al que piensa en el día de mañana. Necio, por el contrario, a quien no lo hace. Pensemos por ejemplo en la fábula de la cigarra y la hormiga. Periandro, uno de los siete sabios de Grecia, decía: “sé previsor con todas las cosas”. Por tanto no vale el simple, “vivamos el ahora, que del después quien sabe qué será”, que parece que tanto se lleva en la vida diaria y en la política.
Lo curioso es que mientras hablamos así, constantemente tomamos opciones de futuro: votamos en las elecciones, cotizamos a la seguridad social para asegurar una pensión, tenemos seguro de casa y automóvil, nos ponemos las vacunas de la gripe y del covid-19, controlamos nuestros niveles con análisis de sangre y hasta hacemos la compra de la semana. Eso son opciones de previsión de futuro. Y podríamos seguir enumerando muchas más cosas. Cada contrato: laboral, de alquiler, de prestación de servicios, habla de lo que vendrá. Una pareja habla de su futuro, y malo si no lo hace. Todos asumimos compromisos, temporales o de por vida, compromisos que hablan de futuro. Y cuando sólo miramos el ahora mismo, y despreciamos las consecuencias futuras de nuestros actos, es cuando más abundantemente “metemos la pata”.
Esa es la diferencia entre el sabio y el necio. El sabio mira más allá del momento, el necio se queda en el aquí y ahora. Y luego pasa lo que pasa. Claro que hay que vivir en el presente. Pero sabiendo que el presente es hijo de un pasado que ahí quedó y que nuestro presente lo vamos construyendo con la mirada puesta en el futuro. Así intentaremos contribuir a “construir un mundo mejor”. Cambiando algo un dicho, que reconocerán los lectores y las lectoras, “hay que preocuparse, pero sobre todo hay que ocuparse”.
Antonio
Alaminos López,
maestro retirado