Nuestra llegada, con el crucero fluvial, debía haberse producido a primeras horas de la mañana, pero por obra y gracia del Tour Operador [menos mal que era DINÁMICO] nos obsequió, con sorpresa, primero por lo bajo y después con premeditación y alevosía: como el barco no llegó nos llevaron a un hotel excelente ¿Qué hacer cuando es la una de la madrugada y habías arrancado a las seis de la mañana? Llevábamos casi veinte horas en pie desde que saltó la alarma para ponernos en marcha hacia el Aeropuerto de Barcelona.
Así que te acabas reprogramando mentalmente y buscas el descanso con denuedo, apenas cuatro horas teníamos para dormir, mientras que en la habitación nos esperaba una cena fría bastante insípida, de hecho la gastronomía egipcia no es precisamente excepcional si comparamos con otros países, excesivamente especiada y repetitiva.
Fue fácil optar por el descanso puesto que a las cinco nos abrirían el comedor para poder desayunar algo caliente. E inmediatamente aparecería el guía para llevarnos a los primeros templos del día. Cuando llegábamos a esta ciudad, antiguamente conocida como Latópolis, estábamos más que preparados para visitar el Templo dedicado a Khum, el carnero. Se trata de un impresionante edificio grecorromano que imitaba al original que había levantado Tutmosis III [dinastía XVIII] y erigidos en la orilla occidental del Nilo.
En ambos casos el dios con cabeza de carnero que modeló a la humanidad con el barro del río de la vida -por supuesto antes de la llegada del cristianismo, con ello vemos que eso de plagiar viene de lejos- y se valió de la imprescindible ayuda del alfarero del lugar.
Durante milenios el río fue sepultando bajo sucesivas capas de arcilla ese antiquísimo centro urbano y sobre esos restos se fueron colocando sucesivas oleadas de colonos y todo quedaría olvidado hasta que hace un par de siglos, concretamente en el año 1860, estos yacimientos serían devueltos a la actualidad, las sucesivas excavaciones [aún falta una buena porción por desenterrar] han dado luz a una parte del templo, entre ellos la sala hipóstila de Claudio [41-54 a. C.], la zona está a unas decenas de metros de la ciudad, por no decir que el yacimiento forma parte de la mismísima Esna.
En la fachada encontramos varios cartuchos que aluden a otros tantos emperadores romanos: Claudio, Vespasiano, Tito… hasta Decio que moría en el 249. El entramado del Templo es magnífico y las 24 gigantescas columnas no dejan de impresionar al visitante. Entre sus centenares de metros, preciosamente ilustrados, los expertos han descubierto las extraordinarias y fastuosas fiestas que aquí se celebraran. Gracias al egiptólogo que nos tocó de guía, la verdad es que recorrer Egipto con un experto resulta una experiencia más enriquecedora y, en cierta medida, casi te compensa el mal trago de la operadora turística. En muchos casos sus explicaciones nos hacían volver a nuestra infancia y las sesiones dobles del CINEMA PÉREZ cuando las Navidades y la Semana Santa de aquellos años sesenta se llenaban con míticas películas basadas en los tumultuosos tiempos de la llegada de Jesucristo.
Ya saben, cuestión de fe, pero los críos de mi tiempo disfrutábamos con esas historias que venían a cubrir el vacío intelectual de nuestro tiempo en una zona agrícola que ya estaba en desbandada y, año tras año, el pueblo perdía habitantes. Hoy, con apenas cinco mil almas y tres o cuatro veces el perímetro urbano de mi infancia, cuando te paseas por sus calles –no siendo día de celebración o fiestas cuando el pueblo se desborda- crees estar en otro mundo. Entonces era difícil no encontrar gente por la calle o por los caminos. Hoy, lo alucinante, es encontrar a alguien a quien saludar… ¡Otra de las conquistas del progreso que acabó despoblando las zonas rurales!
La soledad y el silencio serán, invariablemente, el compañero cuando deambulas por esas calles Bajas que fueron tu infancia [Barrio Árabe le llaman ahora] que son simples recuerdos en tu particular GPS ya que, infinidad de casas [por no decir calles enteras] simplemente se desplomaron.
Pasear por Esna, al menos su fauna doméstica, sus huertos y sus burros, me devolvían a esos tiempos pretéritos de mi infancia donde el día a día era tranquilidad, juegos y vida al aire libre, disfrutando como un enano, que para eso es el tiempo cuando eres niño y, curiosamente, en esa etapa atesorabas una serie de conocimientos prácticos que hoy sorprenden a la gente que al final te pregunta ¿dónde naciste para poder hablar así de los períodos avícolas si no tienes pinta de campesino?
Y, dependiendo de la edad, siempre acabe preguntando al interrogador si hizo el bachillerato de los setenta. Cuando me contesta afirmativamente, entonces le digo: acuérdate del Romance ¡AY DE MI ALHAMA! Ahí nací, ahí me crié y ahí retorno cada vez que puedo, por suerte en los últimos tiempos, con mucha asiduidad, como si el tiempo se estuviera acabando.
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Maestro de Primaria, licenciado en Geografía
y estudios de doctorado en Historia de América.
Colaborador regular, desde los años 70, con publicaciones especializadas
del mundo de las comunicaciones y diferentes emisoras de radio