Gregorio Martín García: «Un dilema: amor entre dos corazones, 1/3»

El despertar es como cada mañana, algo intranquilo y perezosamente pesado. Cuesta trabajo, sobre todo en noches en que mi mente ha bregado ajetreada a su libre albedrío, ha ido a su aire y se ha empleado en recuerdos ya pasados o faltos de conocimientos claros. Toda una noche que puede haber sido de intrigas y embrollos más que de un sueño. Pesadas, tristes y desconcertantes las unas y plácidas éstas.

Llevo un tiempo… unos años, en que mi dormir no es placentero y no es aprovechable para mi descanso físico. Sí que me duermo rápido, pero con la misma rapidez entro en esos torbellinos que sin ser demasiado vigorosos si lo son suficientes para que aquel sueño de juventud que ahora recuerdo esté muy alejado de mis experiencias…

¿Duermo o solo dormito… ?

No puedo decir que alguna noche me vaya a la cama con ese deseo de estirar todo mi cuerpo, en posición de descanso total.

Para luego encontrarme con un cuerpo que no quiere descansar. No deja de moverse, quizá, buscando la posición adecuada y no la halla, quizá esté lejana y perdida.

Alguna de esas noches he preferido mudarme a mi cómodo sillón y empalmar el mal sueño de la cama con el más relajante y agradable. ¿ O  será solo una sugestión subyacente en mi ánimo que lleva a pensar eso?

Ya hace tiempo que sufro de ese algo que no acierto a expresar, aunque sí entiendo.

La vida cambia, se transforma y cualquier cosa que ocurra en ella la puede alterar. Es como todo, evoluciona o involuciona y se presenta como todo aquello que se gesta y ocurre a su alrededor.

Es tan sorpresiva la vida. Es tan inesperada su trayectoria que puede terminar y casi siempre así termina: De forma tan totalmente distinta que con otra se pudiera trastocar. O quedar esta destrozada o anulada de aquella senda que pareciera iba a marcar.

¿Vivo yo en otro espacio? ¿Estoy con mi vida cambiada? Me pregunto y no respondo porque no puedo contestar. No sé qué puede estar afectando a mi forma de pensar, a mi forma de ser que noto en mí que alguna que otra vez no soy lo que fui ni vivo para lo que viví.

Viví siempre con mi espacio afectivo ocupado. Lleno de ese complemento que es el aditamento que completa el afecto en ese otro ser que marca el amor.

No. No es que se acerque el fin, al menos eso creo y espero, pero dentro de estos cuerpos que en llegando a senil estado experimentan cambios significativos. Muchas capacidades quedan disminuidas, pero, por otro lado, con ella, con la vejez, se consolida la plena madurez y, se culmina el desarrollo de la vida.

En todas estas reflexiones entro, todo esto lo remuevo dentro de mí y voy descubriendo que algo me pasa o algo pasó que, me noto como otro. Algo así como un vacío vital que dejó de llenar mi vida y mi cuerpo y, que ahora no lo siento, no lo noto ni vivo con ello.

¿Qué me falta? ¿Qué, no tengo?

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Paseaban la calle principal del pueblo, lo hacían con sus bromas, con sus desenfados, saltos y gestos, contentos y en grupo de irregular conjunto que, la calle casi cortaban. Los cinco paseando, solo poniendo su atención en aquellas guapas muchachas que la misma calle gozaban con aquel espléndido clima de una tarde de mayo de los años sesenta.

¡Guapas iban ellas! Y muy en “sus puntos”, también. Sobre todo, al cruzarse con estos chicos del pueblo… No fueran estos a pensar que, ellas estaban allí para verlos pasear.

De eso y, similares conjeturas demasiado pueriles se guardaban entonces todas las chicas del lugar. Las cosas entonces eran así en los juegos del amor entre el hombre y la mujer.

Había que disimular y, si a un chico a una de ellas gustará, ésta había de simular y mostrarse distante y ausente por mucho que su corazón hablará distinto lenguaje.

Los chicos, no pensaban así, con sus formas marcaban diferentes cuestiones de las relaciones entre hombre y mujer.

Uno de los que en el grupo iba, sí que se fija y mira, ¡y cómo!, a una de aquellas tres que paseaban. Sí, eran tres. La observada ocupaba el centro, en la fila que el trío formaba.

La ruta de aquellas ahora era distinta, es por ello por lo que el que tanto miraba de sus amigos se separó para seguir viendo a la chica por la que anhelaba un encuentro y exponerle algo de sus sentimientos, a esa del puesto central del trío por ellas formado.

Era intención, ya muy pensada y madura, del que seguía a las chicas que, en uno de estos paseos, abordarla para decir a ella aquello que guardaba desde hacía algún tiempo en su corazón …

La falta de ocasión adecuada, la falta de decisión necesaria, para cumplir dicha misión, no se daba casi nunca y es por eso por lo que varias veces, quizá… alguna docena, hizo lo que hoy hacía, dedicarse a seguir a quien él quería y trataba de “pretender”.

Era tal el respeto a esa palabreja que le daba casi miedo tan siquiera nombrarla, para él se decía, que lo que pasaba es que sentía mucho respeto por ella. Eso le entorpece y cuando se dispone a hablarle se atropella. Cosas y causas que tiene el juvenil amor de esos maravillosos años en que sufrimos y amamos con sinceridad absoluta y todo lo damos con cuerpo y alma.

[Continuará. /…]

 

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Gregorio Martín  García

Inspector jubilado de la Policía Local de Granada y

Autor del libro ‘El amanecer con humo’

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