El día previsto para que los hornos estuvieran listos para la fiesta del amasado, desde muy temprano, las señoras con sus hijos se afanaban en organizar todo lo necesario para acercarse al molino a amasar sus nochebuenos.
Se visitaban unas a otras en horas aun nocturnas, sólo iluminadas por nuestra luna que, paseando toda la bóveda celestial cruzaba el pueblo y ya marchaba por el barranco del Sotillo descorriendo las penumbras y dando lugar a un día hermoso.
En el carro de la fábrica de Andar se montaban unas tantas que hacia ese lugar iban a amasar y hacer sus tortas. Así hacia el resto que, cargadas con sus canastas, bolsas y cestos, caminando se acercaban a los hornos más cercanos.
Mientras esto ocurría el ambiente navideño iba “in crescendo”. Paseando por el pueblo desde cualquier casa salían y se oían melodías y cánticos navideños. Mientras las mujeres del pueblo se afanaban en tener la casa limpia e instalado en ella un ambiente pastoril prenavideño. Mientras, maridos y padres hacían acopio de buena leña para quemar en las chimeneas del pueblo, donde a su agradable calor se cantaban villancicos y se contaban y narraban bellas historias, de las que yo ahora, cuento algunas de ellas a mi narradas.
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El Palo o tronco más gordo que se echaba en la chimenea, que a veces era una gran patilla de una encina arrancada. Le llamaban los del lugar “Nochegüeno” en alusión a los bollos y dulces típicos del pueblo, ésta duraba dando ascuas y muy buen calor bastantes de los días de Pascuas.
En la iglesia de la Encarnación, nuestra parroquia, el cura intentaba con ayudantes varios, montar un belén más real y bonito que el de los años pasados. Todos aportan, todos colaboran.
Y en un año de aquellos finales de los cincuenta del siglo pasado, D. Miguel González Álvarez del Manzano, a la sazón párroco del pueblo, trajo de Granada unas magníficas figuras para el portal, buenas y de buen tamaño. Creo, a fecha de hoy que esas mismas figuras que yo admiré tanto aún forman con ellas el entrañable Belén de cada año, destacan los tres magníficos reyes con sus donceles y pajes.
Recuerdo un año, que Manuel Sampedro, apodado “El Lápiz” y José “El Mosca”, viendo, en algún sitio, una estrella de Belén que se movía, quedaron ilusionados y, manos a la obra consiguieron lo mismo que antes vieron.
Con una especie de cono grande de cartón formado, lograron que una corriente de aire ascendente moviera una rueda del mismo material y esta con sus giros le daba vida a la estrella de aquel Portal.
Aquel artilugio de la estrella que, fue inventado por los que lo hicieron y colocaron en el Belén o bien, copiado, tuvo mucho existo, nadie comprendía como aquella estrella de Belén que en la parroquia habían montado, se movía…sí, ¡allí estaba!, en lo más alto del Belén, donde le corresponde, pero es que esta se movía y nadie sabía por qué o por quien. Sobre todo, los mayores que atraídos por la curiosidad se acercaban al portal de la Iglesia de Benalúa a ver cómo se movía la estrella que allá, ya hace muchos años, sobre el Portal donde Dios nació, se movía, igual que esta que, dos “manitas” inventaron y colocaron allí arriba, en lo alto, por encima de unos riscos que tenía aquel portal. Qué, nevados sobresalen con sus picos y barrancos, cañadas y manchones que, daban un natural encanto y una virtual realidad a aquella obra de arte que casi todos los años se hace en nuestro pueblo por Navidad. En el lateral del altar donde estaba San Sebastián o bien en el contrario donde estaba San Antonio.
Un desorden bien organizado se montaba en los molinos y hornos, cada año. Una quería el más cómodo y la otra el mejor sitio, todas plantean conflicto procurando para aquel día pasarlo extraordinario amasando sus condumios.
Que, por cierto, se colocan de rodillas sobre un buen cojín con su elegante delantal, a veces preparado para el caso y ante una gran tina o lebrillo de tamaño en función a la cantidad de harina a gastar en hacer el amasijo que diera por resultado un determinado número de piezas de a doscientos o doscientos cincuenta gramos de peso. Para conseguir equis número de nochebuenos o tortas, ya sabían los panaderos del horno que medida de harina habían de poner. La harina era medida por celemines, medios celemines, cuartillos, medias fanegas o fanegas etc. En función de la harina a gastar, la compradora le pagaba al dueño del horno, era lo único que les cobraba por dejarlas amasar en su molino. Era también de cuenta del panadero la leña del horno y demás gastos que hubiera a excepción de la harina.
Las especias, como aceite, sal, matalahúva, azúcar, pasas de uvas, nueces, almendras y otros, las traían las señoras.
Continuará. /…
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Inspector jubilado de la Policía Local de Granada y
autor del libro ‘El amanecer con humo’
Comentarios
Una respuesta a «Gregorio Martín García: «Media fanega y un celemín de ‘nochegüenos’» (2/3)»
Hoy mi reflexión lo hago sobre el Belén qué viene a bien ya que coinciden con la fecha de hoy, faltaban algunos días y ya sé empezaba a rondar la impaciencia por hacer de acopio todo lo necesario además de las figuras, musgo piedras vírgenes traidas de nuestra querida sierra, el papel de aluminio para su ruidoso rio en fin todo lo necesario y que nos tenia acupadas muchas tardes después de la escuela Gregorio buen artículo.