Con el consejo, el buen gracejo y las bromas de los panaderos empleados en aquel horno o molino iban avanzando en su trabajo cada amasadora, tras vaciar la masa solicitada esta comenzaba un laborioso trabajo con los puños y hasta con los codos, golpeando una y mil veces aquella masa que al principio gustaba y ya pasado un rato odiaban por lo mucho que había que moverla.
Al tiempo se le iba agregando condimentos en la cantidad sabida por casi todas y pronto las veíamos, tras haber trabajado la masa y dejarla un buen rato en reposo para su fermento y transformación cada amasadora comenzaba a hacer sus piezas de nochebuenos o tortas, partiendo de una bola de masa a la que intentaban dar forma, para lo que algunas se daban muy buena mano y otras eran torpes y hasta muy torpes habíalas, así les salía cada pieza de dulce nochebueno o torta de una forma diferente o más bien de una desgarbada manera sin forma ni pinta de ello.
Quedaba otro problema aún por resolver: Cómo habían de saber cada mujer amasadora cuales eran sus bollos o tortas si en el horno entraban todos o muchos a las vez, existiendo alto peligro de confundir unos y otros sin saber de quién eran y desconocer a su amasadora y dueña.
La gente del pueblo es algo ignorante por falta de algún conocimiento avanzado que ellas no hayan visto aún, pero son listas, muy listas y todo lo tienen solucionado.
Unas traen un puñado de garbanzos, otras son habichuelas y, las hay que traen habas o cosas parecidas a estas, a alguna que se le olvidó y no tuvo mejor acierto que de las leñeras de la hacina del horno recoger hojas secas de chaparro y esta igual que aquellas las utilizó para clavarlas en la masa del nochebueno y así tenemos que los señalados con garbanzos son de una, las habichuelas de otra y la de la hojarascas de nadie porque dentro del honor, como todo el mundo sabe, estas arden y sin señal se quedó. Problema que hubieron de arreglar y ya veremos cómo.
La de garbanzo tenía un garbanzo la de habichuela una habichuela y como quiera que la única que no tenía señal era la de las hojarascas pues habían ardido estas y no tenían nada. Pues resolvieron muy contentos de haber hallado el problema resuelto al acordar entre todos y por único acuerdo, que las piezas que no tenían señal eran propiedad de la de las hojarascas. Así la triste hoja de chaparro que ardió dentro del horno con su nochebueno se sacrificó y con ello le rentó a quien las puso sobre el nochebueno con un buen número de tortas más de las que había hecho y bastantes más de las que esperaba.
Sus compañeras no se conformaron mucho con ello y desde ese momento comenzaron a murmurar las unas con las otras y detrás de la “hojarasquera” a la que culpaban de liosa y falta de formalidad y buen criterio.
Frente a la boca del horno de la “Dora la del Molino”, ponían unas tablas de las que usaban para fermentar el pan en el cuarto caliente, a esas tablas, el maestro hornero o el maestro palas, iba sacando los crujientes y calientes nochebuenos, ante la puerta corredera de hierro y con una gran contrapesa para facilitar su apertura, se veía todo el fascinante interior del horno con aquel color rojizo y dorado que le daban las altas temperaturas y esa intuitiva y asfixiante sensación que daba al recrear la mirada dentro de aquel infierno que venía a mejorarlo la gran cantidad de dulces, tortas, nochebuenos y docenas y docenas de otros, de todos los sabores y variados aspectos que tapizaban las grandes y gruesas losas del suelo.
La boca del horno a la par que vomitada altísimos grados de flama que estrellaba sus grados sobre los rostros, el maestro palas con utilísima maña y movimientos de la larguísima asta lograba aupar a la alto de la pala varias piezas de aquellos bollos candentes que soltaba con pericial movimiento en las tablas que fuera esperaban.
Ante las miradas y expectación de todos que formando corro gozaban de aquel olor y agradable temperatura que les regalaba el horno, en cruda noche de invierno y frío seco del que se sufre en las calles del pueblo. Todos cansados y ya acabados con el trabajo de los dulces navideños, esperaban el turno para ir horneando, a la par probaban algún panecillo con pasas y nueces de los recién salidos. Y lo acompañaban con un suave y espeso chocolate, mientras iban guardándolos con delicadas formas en los canastos y cestos. Previamente identificados por las curiosas señales con las que personalizan su obra de dulces navideños.
La espera se hacía larga, ya avanzaban las horas de la noche. Y llegado el momento en que los hombres de aquellas damas que por un día fueron reposteras, se acercaban a ayudar en el transporte a las señoras. Esposas, hermanas, hijas…y novias esperaban a sus respectivos cónyuges.
Con las nuevas visitas aquello volvía a animarse. Ellas en un intento de ponerse más guapas, se atusaban el cabello y trataban de ponerse visibles ante los que las visitaban.
Solía ser normal que algún caballero tuviera el acierto de traer una botella de anís o cualquier otro licor que animaba a todos y acompañaban con los primeros y crujientes bollos que degustaron.
Un común adiós entre risas y jolgorio propia del día, en cada año se repetía, desde aquellos años lejanos en que los dulces navideños solo se hacían en casa, siendo aún más entrañable la anual faena que tanto recuerdo trae a todos los que en ella vivimos y añoramos con cariño los hechos y anécdotas de aquellos años en que todos fuimos felices y contentos con lo poco que teníamos que, era menos que ahora pero que aceptamos.
Día de nochebuenos, gran día era aquel en que con toda satisfacción y alegría marcamos época y hacemos historia en nuestro pueblo, Benalúa de las Villas.
¡Hasta el año que viene! Se decía, con la esperanza de volver aquel otro día!
[Final]
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Inspector jubilado de la Policía Local de Granada y
autor del libro ‘El amanecer con humo’
Comentarios
2 respuestas a «Gregorio Martín García: «Media fanega y un celemín de ‘nochegüenos’» (3/3)»
Pues como punto final a tú tan perfecta y entendible verídica y historia darte las gracias por tu empeño en que no se pierdan nuestras costumbres.
Contundente respuesta y acertadas palabras las tuyas. Gracias Paco.