Tras las multitudinarias manifestaciones que desencadenó en 2003 la invasión de Irak por EEUU, con las funestas consecuencias que acabaron derivándose de ella, era razonable pensar que en el futuro, cualquier ocupación violenta de un país pequeño por otro considerablemente más fuerte obtendría una respuesta social de parecido calibre. Era lógico pensarlo, pero no ha sido así, o no totalmente. Sorprenden, por todo ello, dos fenómenos que se están produciendo desde febrero de 2022 hasta el momento presente. Nos referimos a la invasión de Ucrania por el ejército ruso en febrero de 2022 y al actual arrasamiento de la franja de Gaza por el ejército israelí, aunque en este caso, la intervención se ha producido como consecuencia del terrible atentado perpetrado por Hamás en el pasado mes octubre. La respuesta social y política a estos tres episodios bélicos ofrece características muy peculiares que merecen ser analizadas con algún detalle.
En el caso de Irak, la reacción social estaba más que justificada. No la había habido, o esta había sido muy tímida, a la intervención americana en Afganistán tras el atentado de las torres gemelas de Nueva York el 11 de septiembre de 2001. Se entendió mayoritariamente que la inspiración y planificación del horrendo atentado por Al Qaeda y por su líder, Bin Laden, justificaba una intervención que neutralizara a quienes estaban en condiciones de perpetrar otros atentados de dimensiones desconocidas hasta entonces. La decisión posterior de invadir Irak era, en cambio, resultado de la elucubración del presidente americano, George W. Bush, que acusaba a Saddam Hussein de estar en posesión de armas de destrucción masiva, nunca encontradas con posterioridad. El apoyo de Tony Blair y de quienes fueron catalogados por Bush como países de la nueva Europa (entre otros, España, Portugal, Italia o Polonia) no fue secundado ni por la ONU ni por países europeos relevantes, como Francia y Alemania, ni por superpotencias como Rusia y China. Esa división de opiniones no lo fue tanto en el ámbito social, ya que las manifestaciones masivas que se produjeron por todo el mundo, también en los países cuyos gobiernos apoyaban en distintos grados la intervención, dieron fe del tamaño de la brecha que se producía entre la decisión del poder político y la valoración social.
En el caso de la duradera y letal invasión de Ucrania por Rusia, se ha producido un fenómeno bien distinto. Numerosas personas, a menudo de posiciones ideológicas antagónicas, lejos de condenar lo que suponía la ocupación violenta de un país soberano como Ucrania, la justificaron en mayor o menor grado, al menos en los primeros meses. Muchas de ellas, autodeclaradas pacifistas, entendían las razones aducidas por Rusia, a pesar de lo discutible y hasta de lo pintoresco de las mismas. Las analizamos brevemente:
La primera era culpar de ese ataque a la OTAN y a EEUU, o a Zelenski, o a la UE, por sumisión a la superpotencia americana. En este caso, el de la supuesta responsabilidad inicial de la OTAN -más bien de quien la lidera, aunque también de sus palmeros- en el origen de la invasión, podemos reconocer la torpeza y hasta la irresponsabilidad de quien en el momento de la desintegración de la URSS y del Pacto de Varsovia, prometió verbalmente no integrar a ninguno de esos países en la estructura “defensiva” de sus antiguos adversarios occidentales, promesa verbal que incumplió pasados algunos años, cuando fueron entrando las repúblicas bálticas y bastantes de las que formaban parte del Pacto de Varsovia. Es cierto también que una opción posible de quienes habían firmado el tratado del Atlántico Norte era disolverlo, puesto que había desaparecido el bloque antagonista, o al menos una parte de él, porque quedaba el país más poblado de la Tierra, China, en la que seguía imperando un régimen comunista. Hasta aquí, las posibles razones de los más convencidos anti-OTAN. Pero hay algunos “argumentos” que pueden rebatir aquellas razones: la imagen que para numerosos países que habían formado parte de la URSS o del Pacto de Varsovia ofrecían las democracias occidentales, libres y prósperas, integradas no solo en una estructura militar defensiva, sino también en una organización eminentemente económica, como la UE, en fase de crecimiento e integración de países menos prósperos, era una razón determinante para solicitar apuntarse a tan atractivo club, como decisión libre de un país soberano, que tiene derecho a elegir a sus compañeros de viaje hacia la libertad y la prosperidad. Es más que probable que si el país líder de la desintegrada alianza hubiera dejado claro desde el primer momento que su objetivo era avanzar resueltamente hacia otro modelo más democrático, racional y esperanzador que el que apuntaban desde el principio su funcionamiento interno y su actitud con los antiguos componentes o socios, más de uno de los países que decidieron romper con los valores de quienes ya no eran un modelo, sino un obstáculo insalvable para su realización libre y soberana, habrían permanecido unidos en la búsqueda de un nuevo horizonte que les había sido negado en la cada vez más denostada etapa anterior, de sumisión incontestable.
Otra de las razones de quienes defienden abiertamente la invasión o, al menos, la «entienden» es la ideología supuestamente nazi del gobierno de Zelenski. Es sorprendente que quien ha acreditado en numerosas ocasiones, con eliminaciones físicas de adversarios (Navalny es el último caso de una larga lista) y otros métodos mafiosos, su actitud radicalmente antidemocrática, catalogue como nazi a otro país y justifique su agresión como “operación especial”, en principio para proteger a la población prorrusa del Donbass, y luego para “desnazificar” Ucrania. Por muchos déficits que pueda presentar la democracia ucraniana, es demostrable que en su Parlamento, la proporción de las fuerzas que pudiéramos conceptuar de extrema derecha es mínima y el grupo mayoritario, al que pertenece Zelenski, no es de ese signo político, por mucho que el batallón Azov, que sí lo es, haya cometido excesos en sus actuaciones contra milicias prorrusas en el Donbass. Pero incluso si lo fuera, ¿ello justificaría una ocupación, que pronto dejó de tener el supuesto objetivo inicial de proteger y liberar los enclaves prorrusos, para bombardear y arrasar objetivos civiles de todo el país, incluida la capital, Kiev? ¿No era Saddam Hussein un sátrapa y quienes ahora “entienden” a Putin conceptuaron como totalmente injustificable el pretexto de las inexistentes armas de destrucción masiva y la invasión de Irak, causante de cientos de miles de muertos?
Otro reproche dirigido por los detractores de la respuesta de Ucrania a la ocupación arrasadora de su país es no haber planteado y aceptado desde el principio una solución diplomática. A estas alturas de la historia, sería absurdo rechazar la solución diplomática de los conflictos entre dos países, pero en este caso hay que matizar qué entendía Rusia por solución diplomática. Si solo se trataba de anexionarse el Donbass, ¿por qué se dirigieron ataques desde el principio hacia otras zonas de Ucrania, incluida la capital? ¿No quedaba claro con estos movimientos, como se ha demostrado después, que lo que pretendía era acabar con el gobierno presidido por Zelenski y poner en su lugar a un gobierno títere, como algunos de los que desde hace décadas tienen anulada por Moscú su soberanía real? Además, hablando de soluciones diplomáticas, será interesante volver a recordar las lecciones que nos da la historia sobre la forma en que los seres humanos hemos pretendido dar respuesta a la incuestionable verdad de que una guerra es la más indeseable e indeseada respuesta a un conflicto entre naciones. ¿Se nos han olvidado las nefastas consecuencias de la desidia con que reaccionaron las potencias occidentales a la anexión de Austria por Alemania y la ocupación de los Sudetes en Checoslovaquia en 1938? Las numerosas iniciativas diplomáticas y de apaciguamiento por parte de los países europeos fueron determinantes para que Hitler comprendiera que podía repetir la jugada, pero a gran escala, como hizo sucesivamente, entre 1939 y 1941, con Polonia, Dinamarca, Noruega, Bélgica, Holanda, Luxemburgo, Francia, Yugoslavia y Grecia. Lo intentó incluso con el Reino Unido. Visto todo esto, ¿alguien duda de que la invasión de Ucrania era la primera de las aventuras bélicas con que Rusia quería restablecer su antiguo imperio y su honor mancillado por la disolución de la Unión Soviética y del Pacto de Varsovia, “la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX”, según palabras textuales de Putin? ¿No era previsible que sucediera lo que estamos viendo y lo que proclaman sin rubor dirigentes y medios de comunicación rusos? Ya sin los subterfugios iniciales, dejan negro sobre blanco que el objetivo no era, ni es, otro que la palmaria y simple anexión de toda Ucrania y la “rusificación” de los supervivientes de lo que consideran una cálida y amorosa “operación especial” que, como queda patente cada día, siembra todo el país de prosperidad, lazos de amistad y deseos fehacientes de iniciar una nueva etapa de concordia e identificación afectiva y política.
Por si el injustificable conflicto ucraniano no fuera suficiente tragedia, asistimos impotentes en la actualidad a la aún mucho más letal y mortífera intervención del ejército israelí en la franja de Gaza. En este caso, la espantosa incursión de Hamás en territorio de Israel el 7 de octubre de 2023 produjo de inmediato el rechazo unánime y sin reservas de tan abominable acción terrorista. Pronto, sin embargo, se pudo comprobar el calibre y las características de la respuesta de Israel. Los bombardeos masivos de edificios civiles, educativos, hospitalarios, inicialmente en la zona norte, pero después y en la actualidad, también en la zona sur, adonde fueron obligados a desplazarse los gazatíes del norte; el bombardeo, incluso, de campos de refugiados o masacres inexplicables, como las producidas en las últimas semanas en varias aglomeraciones de personas hambrientas en torno a convoyes que suministraban alimentos, producen la estupefacción y el horror de muchos ciudadanos, pero no los suficientes en la sensibilidad de quienes siguen apoyando casi sin reservas la desproporcionada intervención israelí, sobre todo EEUU, pero también muchos países europeos. El derecho a defenderse de Israel no puede justificar de ninguna manera lo que ya va siendo mucho más que una intervención defensiva: todo un fenómeno, al menos, de crímenes de guerra, pero también de lo que lleva camino de convertirse en un auténtico genocidio, con la monstruosa cifra, hasta ahora, de cuarenta mil palestinos muertos, entre cadáveres rescatados y otros aún bajo los escombros. Conociendo los planes declarados por Israel, no sabemos hasta dónde puede llegar el número final de víctimas. Una vez más, también en este caso, se produce el doble rasero en no posos ciudadanos: Unos solo rechazan la furia con que el ejército israelí está actuando, pero son incapaces de declarar abominable el asesinato de más mil doscientas personas y el secuestro de más de doscientos rehenes. Otros justifican casi incondicionalmente a Israel por ser un país democrático, atacado salvajemente por terroristas y por ello con derecho a hacer lo que está haciendo. No parecen tener en cuenta las masacres de niños y mujeres, con bombardeos diarios que no están dejando piedra sobre piedra en lo que constituía hasta la intervención actual la zona con mayor densidad de población del planeta, convertida también por Israel en la mayor prisión al aire libre vista jamás, como es catalogada a menudo. Cualquier posicionamiento que abomine por igual de las dos mortíferas acciones es descalificado por los partidarios incondicionales de ambos bandos como sospechoso o de antisemitismo o de apoyo sin reservas a Israel.
Son estos malos tiempos para hablar de racionalidad y de coherencia, no solo en el análisis del devenir de estos conflictos. El posicionamiento dubitativo, cuando no descaradamente favorable a Israel de muchos ciudadanos y de gobiernos de países occidentales, habla bien a las claras de la incoherencia de quienes se declaran garantes y defensores activos de los derechos humanos. Lo mismo podríamos decir de quienes, desde posiciones pacifistas y de izquierda, no saben reconocer que por la vía de asesinar a inocentes civiles jamás se podrá avanzar hacia una sociedad más justa.
José Manuel Martínez Alcalde
Profesor jubilado de Lengua y Literatura
Comentarios
4 respuestas a «José Manuel Martínez Alcalde: «Guerras, pacifismo y dobles raseros»»
Enhorabuena por tu análisis, José Manuel. Gracias
Se hace necesario recordar que el mundo esta en guerra para seguir buscando la paz.
Enhorabuena también a Antonio Arenas, por el nuevo «fichaje» para idealenclase
Gracias, Carmen. Iré enviando, actualizados, otros artículos que me publicó IDEAL entre 2020 y 2022 y algún otro inédito.
Enhorabuena, J.M. por tu análisis de política internacional, un terreno en el que es difícil moverse. Los tiempos no fáciles para la poesía los traduces muy bien en tiempos de incoherencia e irracionalidad en la política internacional actual. Que la conciencia ciudadana que se va sembrando con estas ideas, tamizadas de equilibrio y acierto como tú sabes hacer, sirvan para perseguir la paz con más determinación.
Gracias, Juan, por tu generosa valoración.