Pero, algún tiempo después, cuando los programas están ya cubiertos por una leve pátina dentro de un gran almacén, desterrados e inútiles en mitad de una larga estantería, alguien, un desconocido, los saca de allí con urgencia y los devuelve a las mismas pantallas que ocuparon años atrás. La redifusión es una estrategia habitual de las emisoras para rellenar los espacios vacíos de la parrilla y hacer frente a los recortes. Entonces, los espectadores ven esos trabajos por primera vez o vuelven a mirarlos ahora con mayor atención, desde la nueva óptica que otorga siempre el paso del tiempo.
Tuve una de estas experiencias una tarde de sábado del mes de agosto. A punto de despedir mis días de descanso, me tropecé en La 2 con un episodio antiguo de la serie documental La Mitad Invisible, un programa divulgativo sobre arte que pretende profundizar en cada capítulo en el conocimiento de una obra y su autor. Un formato original con el sello inconfundible de Sant Cugat, el centro de producción de TVE en Cataluña.
El capítulo que me atrapó analizaba la obra “El alma dormida” de la fotógrafa española Cristina García Rodero (Puertollano, 1949), portada de su mítico libro “España oculta”.
La imagen, tomada en 1981, muestra a una niña vestida de blanco que parece levitar delante de la tapia del cementerio de Saavedra (Lugo). La fotografía es una de las más conocidas de la autora y pertenece a la colección del Museo Reina Sofía.
Al día siguiente de ver el programa, un suplemento dominical publicaba un reportaje sobre su última exposición “Con la boca abierta”, donde la fotógrafa ha reunido este gesto cotidiano a lo largo de su obra.
Ambas coincidencias me activaron una serie de recuerdos ocultos y como tengo la mala costumbre de guardar papeles viejos, encontré en mi casa una carpeta llena de apuntes y enseguida comencé a recuperar un fragmento de vida que tenía prácticamente olvidado. Recordé que había conocido a Cristina en agosto de 2005, hace ahora una década, en un curso de la Universidad Internacional de Andalucía en la sede Antonio Machado de Baeza.
El curso estaba dirigido por el antropólogo Stanley Brandes de la Universidad de Berkeley y tenía como principal atractivo las lecciones magistrales de García Rodero sobre el proceso de trabajo en la fotografía documental y especialmente, el análisis en primera persona de sus impecables ensayos fotográficos.
«España oculta» (Lunwerg, 1989) fue su primer proyecto. Un viaje de 15 años a las fiestas y el folklore español. Una exposición y un libro que reunieron lo popular, lo mágico y lo extraordinario de los pueblos y las gentes de España, «un país que salía de 40 años de oscuridad y que cambiaba muy rápido». Danzantes, mayordomos, sacerdotes, alcaldes y mendigos se entremezclan en sus páginas en riguroso blanco y negro, junto a elementos rituales de la fiesta y la fe religiosa.
Un proyecto personal realizado con total libertad durante muchos veranos y fines de semana entre 1973 y 1988. «Siempre he decidido libremente lo que quiero hacer y quiero que quede una obra» nos confesó en Baeza. La plena libertad que otorga poder financiarse con el sueldo de profesora de universidad y saber rechazar encargos menores a lo largo de la vida.
Un primer encargo fue la invitación a participar junto a fotógrafos internacionales en el proyecto «A day in the life of Spain» (Collins, 1988) para documentar a lo largo de 24 horas la realidad del país. Su retrato de una joven madre onubense vestida de flamenca con su hijo en brazos ocupó, finalmente, la portada del libro. Otro encargo decisivo fue el reportaje dedicado a la Familia Real en 2012.
Cristina nunca ha tenido aspecto de reportera, sino de persona normal. “La gente asimila una foto fuerte con un físico fuerte y esperan alguien mucho más grande”. La recuerdo amable y cercana. Menuda y nerviosa. Perfeccionista. Tímida hasta pasar desapercibida. Es indiscutible que su aspecto es frágil y sus ojos grandes. Y ella misma reconoce que muchas veces pregunta con los ojos para ver cómo reacciona la gente, sobre todo, los protagonistas de sus imágenes. Entonces, sus ojos asombrados parecen volar en busca del instante y la emoción.
Dicen que se acostumbró a mirar de niña, desde que compró su primera cámara con 16 años y comenzó a hacer fotos de sus seres queridos. «Lo importante es siempre ponerse en el lugar del otro, de la persona que fotografías, mi proceso es intuir y acompañar a los personajes que me interesan». Foto a foto, proyecto a proyecto, ha ido cumpliendo años hasta alcanzar cuatro décadas de carrera. Una labor reconocida con el Premio Nacional de Fotografía (1996) y su ingreso en la mítica agencia Magnum (2009). Que la ha llevado a recorrer muchas veces España, Cuba o Haití y retratar la vida en un instante. Ahora, gracias a la prensa y la televisión, podemos descubrir su obra o revisarla desde la nueva óptica que otorga siempre el paso del tiempo.
JULIO GROSSO MESA
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