Francisco Martínez Sánchez: «Parad el mundo que me apeo»

Se ha dicho que la verdad es la primera víctima de todas las guerras. Cierto. Es que esa verdad se circunscribe a un espectáculo circense inmenso cuya carpa hoy se extiende desde Burquina Faso, Sudán, Nigeria, Yemen, Siria, Irán… hasta la Franja de Gaza y la invasión rusa sobre Ucrania. Y eso sin contar con las trágicas decenas de conflictos armados esparcidos por nuestro ancho mundo.

El pasado siglo XX, a pesar de su florecimiento industrial y, en general, cultural de gran trascendencia, sufrió el embate de una gigantesca revolución geopolítica en términos de inestabilidad internacional, tensiones y conflictos militares, terrorismos, magnicidios… A la primera guerra mundial siguió el auge de los fascismos en Italia, España, Yugoslavia y Alemania. En nuestro país, la Guerra Civil dio paso a la dictadura franquista. En 1939 la Segunda Guerra Mundial fue sembrando decenas de millones de muertos. En 1949 suceden sangrientas contiendas civiles en China, Corea, Vietnam… A ello hemos de unir la presencia de ETA en España y del IRA en Irlanda del Norte. Hoy vemos cómo el fantasma del pasado reverdece con desgarro emocional inquietante.

El pasado 4 de abril, en IDEAL, observábamos con inmenso dolor una imagen del impacto de un misil sobre un convoy que circulaba por Gaza con fines humanitarios, y que acabó con la vida de siete empleados del World Central Kitchen. Dicha imagen cobraba aún mayor estupor al contemplar a seis niños que observan de cerca la escena de la tragedia convertida en “normalidad”. Escenario que da vida a un manicomio global. Las imágenes ya casi no estremecen. ¡Es algo tan natural…! Buena razón para “bajarse de este mundo” a instancias de Groucho Marx. La estupidez humana hace centena de tiempo que ha puesto precio de derribo a nuestro planeta. Así, a diario, consumimos noticias como una sucesión de sainetes trágicos, casi sin cambios de decorado, que aprisionan el alma ciudadana al ver que no hay más salida a los diversos laberintos creados por la propia raza humana.

Cuando veníamos sufriendo dos largos años de barbarie rusa sobre Ucrania, la crueldad más bárbara de Hamás, movimiento terrorista de resistencia islámica, se cebó el pasado 7 de octubre sobre la población indefensa de Israel. Una operación de odio ya crónico se convirtió en nueva noticia con la respuesta contundente y desmedida por parte del ejército sionista. Los misiles demostraron no “entender” de ancianos, niños o mujeres… ¡Así hasta hoy! Albert Camus que definió la vida como algo absurdo, en “El mito de Sísifo”, no nos eximiría hoy de la desesperación ante el cuadro que se dibuja en nuestro planeta con amenazas nucleares incluidas. «El absurdo es el concepto básico y la primera verdad», diría.

La acción de Hamás fue absolutamente repudiable por su siniestra atrocidad. Pero, por otro lado, la opresión que los gobiernos de Israel, sobre todo bajo el mandato de Benjamín Netanyahu, han ejercido sobre el pueblo palestino ha sido trágica, brutal. La convivencia humana en la paz está más amenazada que nunca. Y, por extensión, el proceso de paz mundial está agazapada bajo una violencia cronificada sin medida. El recurso a la fuerza, anestesiando toda posibilidad de diálogo, termina perpetuando en el poder a los regímenes totalitarios. El caso más claro lo tenemos en Rusia con Vladimir Putin, con amenaza nuclear incluida. ¿Será posible encontrar alguna razón a tanta sinrazón? Estamos ante la degradación de lo humano. No en vano, Netanyahu, pretendiendo justificarse, ha querido comparar a los palestinos con los amalequitas del Antiguo Testamento, citando el pasaje de Samuel, (I Sam, 15:1) en el que se ordena exterminar al pueblo de Amalec. Así pretendía legitimar el exterminio indiscriminado sobre Hamás bajo apología religiosa, lo que ha sido condenado drásticamente por la comunidad internacional. Sin embargo, en Isaías, uno de los cuatro profetas mayores del Antiguo Testamento, leemos que “no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra” (cf. Is. 2,4). Y una vez más, en medio de esta desolación mundial, la voz del Papa Francisco clama: “Ninguna guerra justifica la pérdida de un ser humano”.

Sabemos que “el Derecho Internacional establece como principio básico que los Estados tienen prohibido usar la fuerza para resolver conflictos internos o externos”. Pero a la hora de la verdad, esto es papel mojado. Ya no hay límites… ¡ni siquiera con la necesaria proporcionalidad! No hay reglas por mucho que el secretario general de la ONU, Antonio Guterres haya recordado que «los civiles deben ser protegidos en todo momento y nunca utilizados como escudos”. Es el caso de Hamás. Pero, por su parte, Israel ha violado principios fundamentales de humanidad, como es infringir a la población árabe un castigo colectivo, indiscriminado, creando miseria en la Franja de Gaza. Las voces lo tachan de crimen de guerra. La situación, sin embargo, entraña una enorme complejidad geopolítica.

Confiemos en que el mundo de Groucho no se detenga para que nos bajemos, pues los humanos somos más resilientes de lo que parece. Y, parafraseando a Kant en “Sobre la paz perpetua”, esperamos que se aniquilen por completo las causas existentes de futuras guerras posibles.

[NOTA: Este artículo de Francisco Martínez Sánchez se publicó en la pág. 16 de la edición impresa de IDEAL correspondiente al jueves, 2 de mayo de 2024]

Francisco Martínez Sánchez

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