¿El debate del siglo?

El martes 10 de septiembre se celebró en Filadelfia el debate entre los dos candidatos a la presidencia de los Estados Unidos: Kamala Harris (actual vicepresidenta) y Donald Trump. Una contienda a cara de perro y sin concesiones. Una encuesta realizada por la CNN al finalizar arrojó estos resultados: el 37% opinaba que había ganando Trump frente al 63% que dijo que fue Kamala Harris quien venció. De esta opinión son también los seis periódicos españoles que he consultado. En la disputa Trump aludió al presidente Joe Biden para llamarle pobre hombre patético y débil. Afirmó también que los demócratas permiten, no el aborto, sino la ejecución de bebés nacidos y que los inmigrantes haitianos se comen a los perros y a los gatos. Frente al ceño fruncido de Trump, Kamala mostró su sonrisa transmitiendo confianza, serenidad y fortaleza. Le reprochó al magnate sus ideas sobre el derecho al aborto, el asalto al Capitolio y sus recortes de impuestos a los millonarios. Se refirió igualmente a las oportunidades del porvenir mientras que él denunciaba la decadencia de la nación, el hundimiento y la crisis del presente. No obstante, todavía queda un largo camino hasta que se pongan las urnas. Trump se ha negado a aceptar otro debate.

A esta contienda unos le han llamado “El Gran debate” y otros el “Debate del siglo”, afirmaciones que no comparto y que justificaré. En mi opinión, en todo caso, el “Debate del siglo” fue el que llevaron a cabo John Fitzgerald Kennedy (JFK) y Richard Nixon (desde su posición de vicepresidente) en las elecciones por la presidencia de esta nación: el primero retransmitido por televisión. En la noche del 26 de septiembre de 1960 los dos candidatos se presentaron en el estudio de la CBS de Chicago ante el moderador Howar K. Smitch y un equipo de cuatro periodistas para discutir los temas de campaña. La audiencia se cifró en torno a setenta millones de norteamericanos, el 60% de la población con derecho a voto.

JFK quería debatir, ente otras razones, porque deseaba convencer a los votantes de que no era tan joven e inexperto para ser presidente. Algunas dudas barruntaban los republicanos sobre la disputa cuando el presidente Dwight D. Eisenhower desaconsejó a Nixon el desafío dado que era más conocido que Kennedy, tenía ocho años de experiencia ejecutiva como vicepresidente y había demostrado ser un portavoz eficaz. También lo desaconsejó Henry Cabot Lodge, el candidato a vicepresidente elegido por Nixon pero éste no hizo caso pues le encantaba la idea de enfrentarse a sus adversarios. Durante el debate Nixon se mostró tenso, con el ceño fruncido, demacrado y trabándose en ocasiones en sus frases. Su cara, empapada de sudor, aparecía desencajada por la tensión y con un espeso maquillaje, al punto que Daley, el alcalde de Chicago, dijo: ¡Dios mío, lo han embalsamado antes de morir! Además, dado que el fondo del plató era de color gris claro y Nixon vestía un traje del mismo tono, se difuminaba en una silueta confusa: Robert Dallek, “J.F. Kennedy: una vida inacabada” (2018).

Kennedy se pasó la noche anterior en el “Hotel Ambassador East” repasando con su equipo de campaña todos los temas que iban a tratar en el debate. Se presentó confiado en poder demostrar que era el candidato más valioso para la Casa Blanca. Estaba relajado, con mayor autocontrol y con un lenguaje claro que llegaba mejor a la gente. También dominó el plató mejor que su oponente. Vestía un traje oscuro que le daba un “look” reconfortante y un aspecto saludable dado que el día anterior había tomado el sol en la terraza de su hotel. Henry Cabot Lodge, compañero de candidatura de Nixon, dijo a su término: “Ese hijo de puta acaba de perder las elecciones”. Y efectivamente así fue: los sondeos dieron ganador a Kennedy; sin embargo, la audiencia de la radio apostó por Nixon, evidenciándose la fuerza de la imagen.

Los politólogos llegaron a hacer afirmaciones como éstas: la contienda se convirtió en un referente de la política; nada volverá a ser igual después de este debate; ha nacido la telegenia; o es la primera vez que los candidatos adaptan el lenguaje a los códigos de la televisión; eso sí, Kennedy mejor que Nixon. Éste fue consciente de que había perdido las elecciones al punto de afirmar: “Confiad plenamente en vuestro productor de televisión, dejadle que os ponga maquillaje incluso si lo odiáis, que os diga cómo sentaros, cuáles son vuestros mejores ángulos o de qué manera peinarse el cabello. A mí me desanima, detesto hacerlo, pero habiendo sido derrotado una vez por no llevarlo a cabo, nunca volveré a cometer el mismo error”.

John Fitzgerald Kennedy llegó a la presidencia de Estados Unidos el 20 de enero de 1961 en las elecciones más reñidas de la historia americana del siglo XX: un 49.72% del voto frente al 49.55 % de Nixon. “No preguntes qué puede hacer tu país por ti, pregúntate qué puedes hacer tú por tu país”. Ésta fue la frase más redonda del discurso que pronunció en la escalinata del Capitolio al ser elegido como el 35 presidente, el primero de religión católica, y con 44 años, el más joven de la historia de esta nación. Murió el 22 de noviembre de 1963 en el “Hospital Memorial Parkland” de Dallas (Texas, EE.UU). La causa fue el disparo realizado por Lee Harvey Oswald que impactó en su cabeza de los tres que efectuó. Lo hizo desde la ventana del cuarto piso del “Depósito de Libros Escolares de Texas” en el que trabajaba como empleado, cuando la limusina en la que viajaba junto a su esposa Jackie embocaba la plaza Dealey de Dallas: eran las 12.30 horas de una mañana alegre y soleada.

José A. Delgado

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