Vista aérea de la Residencia EntreÁlamos :: Web Residencia

El buen samaritano

Era tarde algo borrascosa, los álamos del jardín bamboleaban sus ramas y, sus copas que apuntaban al cielo oscilaban empujadas por la fuerza del viento sobre sus nutridas hojas. A pesar de ello era tarde agradable, porque en pleno verano estábamos y bajo la influencia de una ola de calor que terminaba. El viento y los nublos refrescaron y la buena temperatura invitaba al paseo.

Tocaron mi puerta, levanté con dificultad por culpa de mi edad, abrí la puerta, era Antonio mi buen amigo, que, con su característica sonrisa, siempre dibujada en su cara, me invitaba a dar un paseo por los jardines.

Hace buena tarde vamos a aprovecharla y darle una larga caminata a las piernas. Me dijo: Con su cayado que cogía con su mano derecha. Antonio está hecho un roble y hombre con muy buena experiencia de una vida bien vivida y una jubilación sabiamente llevaba.

Acepté su invitación. Al traspasar las puertas de recepción y abrirse sus hojas acristaladas, un soplo de brisa lamió nuestro rostro, una agradable sensación invadió nuestro cuerpo. Ya nos alegramos de haber decidido nuestro paseo vespertino.

Bajamos la rampa derecha del jardín delantero. Mi compañero comentaba que ya era hora de sentir tan agradable clima después de lo sudado. Ahora se ha puesto de moda en los partes meteorológicos que, tras un periodo de mucho calor y antes de terminar éste venga lo que llaman, otra ola. Es enfado de la Tierra con nosotros que no la cuidamos.

Antonio, quedó en silencio un momento al llegar cerca de la cancela de entrada. En la parada de autobús un hombre montaba en un coche que acababa de llegar, parecía su amigo, Teodoro García Fuentes, que hacía rato le había visitado. Pero hacía bastante rato de eso… Se dispuso a llamarlo, para interesarse, por si tenía algún problema. No pudo. El coche arrancó llevando dentro a su amigo.

Jardines delanteros de EntreÁlamos :: Residencia

Fue motivo de preocupación para Antonio. No obstante, seguimos nuestro tranquilo paseo entre los árboles y plantas por los senderos del jardín. Su agradable e interesante conversación me distraía y escuchaba atento lo que decía. Siempre hablaba mucho y bien de su profesión de enfermero titulado. Verdadera vocación sentía y morriña aún tenía de su trabajo, como siempre decía, era una bonita profesión con la que se puede hacer mucho bien a muchos.

Ya cansados nos dispusimos a volver, ya terminada una vuelta completa al recinto por los jardines delanteros y los de atrás que, dejan todo el edificio rodeado de espesa y bonita arboleda en la que predominan los álamos. Estos dan nombre a la “Residencia EntreÁlamos”.

Mi compañero en aquella tarde de paseo no dejaba de pensar en su amigo visitante de esa mañana, es por ello por lo que enseguida le llamó por teléfono.

¡Oiga! ¡oiga! Hola… ¿Eres tú Teodoro?

Sí, dime Antonio, ¿Qué pasa?

-Me tenías preocupado, ¿Quién era ese coche que te ha recogido en la parada de la residencia?

-No te preocupes. -Le contestó-. Porque he vivido una historia maravillosa que, te contaré:

-Salí de la residencia de tu visita, y me fui a la parada de bus que tardaba y no llegaba. Pasado un buen rato un coche que circulaba hacia Granada se paró junto a mi altura y el conductor, sin llegar a bajarse, muy amablemente me pregunto:

– ¿A dónde va señor?, podría llevarle. Cuando le contesté que, a Granada, aquel hombre sintiéndolo mucho se excusó.

Perdone, pero no voy allá. Tranquilo el bus estará a punto de llegar. Y se marchó despidiéndose muy cortésmente. Yo seguí esperando.

Acceso a la Residencia, en cuyas inmediaciones se encuentra la parada del autobús ::R. L.P.

Pasados unos largos minutos y, de forma inesperada, aquel mismo coche volvió por el lugar, rodeó la glorieta y, como hiciera antes, se acercó y se puso a mi altura. En aquel momento algo temí, no me fiaba de lo que estaba ocurriendo y puse todo mi ser a la defensiva aumentando mi atención, en mucho, cuando aquel conductor echó el freno de mano, bajó del coche y hacia mí se dirigió. Yo temblaba y temía por mí.

No obstante, su gesto era alegre y su semblante también. De forma muy correcta, me pidió perdón por haberse marchado antes dejándome abandonado en la parada de bus.

Me invitó a subir y me preguntó a dónde iba. Aquel extraño comportamiento no acababa de gustarme, pero era tal su corrección, era tal su tratamiento y educación hacia mí que abandonando todo temor decidí subir al coche y me dejé llevar.

No habíamos andado más de cien metros cuando el conductor que no dejaba de mirarme con una sonrisa extraña que yo no lograba desentrañar qué la provocaba. Este se dirigió a mí, desacelerando algo el coche y prestando atención a lo que yo podría responderle y de forma decidida me preguntó:

– ¿Es Vd., por casualidad D. Teodoro García Fuentes?, yo quedé anonadado y pasmado, me preguntaba por qué y cómo aquel hombre sabía mi nombre. Sin dejar de mirar insistió, yo repuesto de mi impresión le puede afirmar que si me llamaba así…sí, sí yo soy Teodoro García, a la vez que el desconocido.

– ¿Y Vd. no me recuerda a mí?

No lo conocía ni le recordaba y esto me intrigaba cada vez más. Al verme bajo la influencia de mi desconcierto, con cierta euforia se dirigió otra vez a mí. —

¿No me recuerda, que hace muchos años cuando trabajaba de A. T.S. en el hospital fue usted quien me salvó esta mano que, por grave accidente tenía a punto de perder? ¿No recuerda los tratamientos que me mandaba y con la profesionalidad que operaba esta mano que ya perdía?

El buen samaritano

Si, hombre D. Teodoro yo soy aquel hombre que le debo mucho a Vd. y mire por donde le he dejado abandonado en el sucio banco de una parada de autobús.

Cuando por primera vez me acerqué a usted no estaba seguro de que fuera quien yo creía. Al marcharme algo se activó que abrió mi mente y un rayo de luz hizo en mi recordar y reconocer lo que aquel hombre hizo por mí, hace muchos años. Mi conciencia despertó y entré en razón. Faltó tiempo para volver a recoger a aquel al que tanto debía y que yo ahora podría corresponder. Por eso D. Teodoro, gracias y perdón. Gracias por lo que me hizo y perdón por lo que yo hoy hice a Vd.

Se abrazaron, ambos recordaron y los dos se reconocieron, cuando llegaron a casa de Don Teodoro, ambos emocionados se intercambiaron identidades y quedaron para en poco tiempo volver a celebrar este encuentro, lleno de coincidencias, buenas voluntades y mejores sensaciones que, tocaron los corazones de ambos.

[LUCAS 10:33-37- Pero un samaritano, que iba de camino, vino cerca de él, y viéndole, fue movido a misericordia; y acercándose, vendó sus heridas, echando aceite y vino; y poniéndole en su cabalgadura, lo llevó al mesón, y cuidó de él].

Granada, agosto de 2023

Gregorio Martín García

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