Francisco J Cabrera García

Francisco Cabrera y su ‘Curso de latín para principiantes. Manual urgente de bolsillo’

Curso de latín para principiantes (Editorial Nazarí, Granada, 2024) de Francisco Cabrera es un libro que destaca. Su calidad excepcional en la prosa, el trabajo literario que hay en cada cuento y la conformación de sus personajes, pueden ser reconocidos rápidamente por sus lectores.

El objetivo de esta reseña, más que reforzar la percepción entre quienes ya consideran el libro como una excelente pieza literaria o, al mismo tiempo, despertar el interés de aquellos que aún puedan tener dudas, intentaré ofrecer algunas claves para una lectura renovada que permita apreciar cómo los cuentos que componen este libro conectan lo cotidiano con lo mágico de nuestra realidad y consolidan a Francisco Cabrera como un cuentista profesional.

Desde la perspectiva del estudio de los procesos de escritura y de la génesis de la literatura, esta obra representa una valiosa oportunidad para explorar y reinterpretar la estructura narrativa del cuentista sureño. Este análisis se basa en una comprensión del proceso creativo, cuyo resultado final merece ser destacado como un aporte literario sobresaliente. A partir de esta premisa, se desarrollarán tres ejes principales que permitirán desentrañar las diversas capas y estrategias empleadas por el autor para consolidar el cuento como su forma de expresión más distintiva. En última instancia, el escritor logra convertir la experiencia del pueblo en una narrativa cosmopolita de altos estándares literarios.

En primer lugar, este libro evoca la génesis del relato sureño. El cuento debe ser uno de los géneros más complejos de la literatura, más aún si proviene del sur. La búsqueda de réditos económicos rápidos y fama fugaz en los circuitos intelectuales latinoamericanos hizo que la profesionalización del escritor tenga su base en el cuento. Al igual que en España, en Suramérica, a medida que pasaba el tiempo, el cuento adquirió mayores complejidades, el relato era menos simple y sus personajes más complejos. Así, a partir de la década de 1960 el cuento se transformó en pequeñas historias que tenían por objetivo ser más atractivas que un simple chisme, ser ágiles para no perder a un lector que no siempre era de los más asiduos y ser más cautivantes que las narraciones lineales compartidas en el bar de la esquina.

El libro de Francisco Cabera es la representación de ese trabajo literario. Al pasar por cada una de las páginas de esta obra se vendrán a la cabeza Los cuentos de la selva del uruguayo Horacio Quiroga, El viaje olvidado de Silvina Ocampo, El último pirata del chileno Salvador Reyes, los cuentos de Borges, Escritos en el exilio del dominicano Juan Bosh o La juventud en la otra ribera del peruano Juan Ramón Ribeyro. Todos con algo en común: obras de escritores destacados que se transformaron en el puente entre dos formas canónicas de hacer libros, el enredado modernismo y el intocable boom latinoamericano. Curiosamente, al igual que Francisco, muchos de estos autores provenían de pequeños pueblos y no de las grandes ciudades, ni mucho menos de familias ricas que pudieran sustentar su escritura. El cuento, en este sentido, se convirtió en el género del obrero de las letras, de quien necesitaba resultados inmediatos. Lo que distingue a este género es su aparente simpleza: no requiere historias fantásticas repletas de violencia y miseria, ni lamentos marcados por la culpa de clase. Lo esencial del trabajo es la escritura cuidadosa en la construcción de los personajes y del hilo narrativo. Es un arte que no depende de los grandes capitales culturales ni de las vastas bibliotecas de las élites urbanas. Para el caso del autor, este mundo de improbables experiencias se lo dio el pueblo de Huéscar.

Portada del libro ‘Curso de latín para principiantes’ (Ed. Nazarí)

Este tipo de libro, sutil, directo y, por qué no decirlo, entretenido, invita a reflexionar sobre su origen y sobre las razones que llevan a escritores como Francisco a dedicar su trabajo a narrar historias aparentemente simples, pero profundamente significativas. Relatos que, con su delicadeza, logran ser dignos del papel y del estudio, transportándonos a través de la imaginación y del tiempo. Un ejemplo de esta maestría narrativa se encuentra en un cuento como “Yzur”, del cuentista argentino Leopoldo Lugones, que trata sobre la obsesión de un hombre por hacer hablar a un chimpancé, sin éxito. Al preguntarle al autor sobre el origen de la historia, este explicó: “Semejante idea, nada profunda al principio, acabó por preocuparme hasta convertirse en este postulado antropológico”. Así, el arte de contar radica en transformar lo cotidiano en algo extraordinario, algo que este libro logra con creces.

En segundo lugar, el libro de Francisco representa el arte de la expresión cotidiana gracias al uso de diferentes estrategias y herramientas literarias. Curso de latín para principiantes combina postulados antropológicos con una narrativa envolvente, transportándonos a mundos diversos que merecen ser destacados. Por ejemplo, en el cuento “El arquitecto de los espirituosos”, el autor desarrolla relatos complejos con saltos temporales que nunca pierden coherencia, explorando las vueltas de la amistad y las largas trayectorias de vida, todo ello ambientado en torno a un mal gin o un buen barrilito compartido en una copa con un amigo. Otro aspecto digno de mención es el uso magistral de la ironía. En “La doctoranda ingenua”, Francisco demuestra que esta herramienta literaria, manejada con precisión, añade profundidad y humor. En este relato, la ironía alcanza su cumbre en un pie de página, donde el autor explica el dicho “Ningún mal hay sin ningún bien” y lo remata con su propia voz: “El que no se consuela es porque no quiere”. Estas cualidades confirman que Francisco domina el arte de contar historias con ingenio y sensibilidad.

En “El fabulador desmemoriado”, Francisco desarrolla una idea sutil pero contundente: un buen mentiroso debe construir bien su mentira. En apenas cuatro páginas y media, el autor entrelaza amor y engaño mientras integra diversas voces que enriquecen el relato y añaden capas de complejidad a los personajes y la trama. Al leerlo, uno reconoce la profesionalización de la escritura, un cuento que claramente no podría haberse escrito de una sola sentada. Por otro lado, en “De padres, hombres y donjuanes”, Francisco aborda cómo nuestra sociedad enfrenta —o evade— los abusos y la violencia machista, incluso cuando estos ocurren muy cerca. Este cuento, con su profundidad, invita a la reflexión, y aquí radica una de las mayores virtudes del autor: su capacidad de dar la libertad al lector para que haga su propio juicio de valor. Eso es puro talento narrativo.

Por último, un tercer eje es destacar el trabajo de un escritor avezado, que ya puede ser reconocido como un experto del relato corto. Este libro, escrito por un profesional de la escritura, demuestra un dominio de las herramientas del lenguaje y la narrativa sin recurrir al exhibicionismo técnico. Su autor comprende la esencia del oficio: facilitar la lectura y ofrecer múltiples interpretaciones. En este contexto, los pies de página destacan como una herramienta fascinante que Francisco utiliza de forma innovadora. Tradicionalmente empleados para demostrar erudición y respaldar ideas, aquí los pies de página nutren al texto con humor, ironía, y una complicidad que va más allá de lo académico. En ellos se encuentran guiños al lector, comentarios irónicos y reflexiones que enriquecen la lectura, transformándolos en un elemento esencial que merece atención cuidadosa.

Por otra parte, en secciones como El caso genitivo, Francisco introduce un narrador omnipresente con un giro particular: este no solo relata, sino que también puede contradecirse, cambiar de opinión e incluso de sexo. Este recurso otorga al lector una nueva responsabilidad, la atención activa, pues debe discernir desde qué perspectiva se narra y cómo los personajes actúan en consecuencia. En conjunto, estos elementos confirman la maestría de Francisco para crear historias que no solo entretienen, sino que también invitan a una lectura crítica y reflexiva.

No hay forma de cerrar esta reseña sin hacer alusión a un aspecto destacado de este libro como es el uso del latín, un recurso que atraviesa varias de sus narraciones y que merece una mención especial. Cabrera utiliza este idioma de manera sutil pero poderosa, mostrando cómo, a pesar de su aparente lejanía, el latín estructura muchas de nuestras reglas y otorga un aire de seriedad a las frases. En los cuentos, este recurso no es simplemente decorativo; los personajes secundarios lo emplean en momentos clave, ya sea para resolver situaciones, marcar hitos en sus vidas o incluso asombrarse ante sus propios descubrimientos. Como en la vida cotidiana, el latín en esta obra no es lo fundamental, pero su presencia discreta deja una huella profunda en la narrativa.

A través de estos usos del latín en diferentes contextos, Francisco ilustra cómo los lenguajes cruzan y transforman las vidas de los personajes. Más que ofrecer una lección técnica, el autor construye una obra que se asemeja a una guía literaria, donde entrelaza historias aparentemente simples con narraciones estructuradas con precisión. Con esta maestría, logra que el lector lea latín como si fuese un idioma cotidiano, integrándolo sin esfuerzo en las tramas. Por estas razones, este libro no solo merece ser leído, sino disfrutado, pues el lector, sobre todo del sur, se verá representado de cómo lo cotidiano y lo extraordinario se entrelazan en la literatura y en nuestras vidas.

Sebastián Hernández

Universidad FinisTerrae

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