Coral del Castillo Vivancos: «Esperando el tren»

Siempre que podía iba a la Estación de tren, le gustaba ver salir y llegar los trenes, esta afición la había heredado de su padre que bajaba casi todas las tardes a la ciudad vecina al lugar donde vivían y que era la única de los alrededores que tenía estación, era muy pequeña y solo pasaban dos trenes de pasajeros, uno por la mañana y otro por la tarde y el mercancías que llevaba el mineral de unas minas próximas al puerto de una cercana ciudad marítima . A su padre no le gustaba viajar pero sí los trenes y hasta tenía en casa un pequeño trenecito con el que se entretenía las crudas y largas veladas de invierno , cuando le regalaron una hermosa locomotora réplica de una de las primeras que se construyeron fue el hombre más feliz y a todo el que iba a casa se la enseñaba ufano como su más preciada posesión.

A ella sí le gustaba viajar y mucho , ahora vivía en una ciudad capital de provincia con una estación de tren más grande que la de su infancia, pero cuando iba a ver salir o llegar trenes no lo hacía por el deseo de irse en uno de ellos sino para observar a los pasajeros que llegaban o que se marchaban, imaginaba sus vidas, el porqué de su viaje, les ponía nombres y hasta les hacía bajarse en alguna estación del trayecto o los llevaba hasta el final. Los convertía en protagonistas de rocambolescas historias e incluso se inventaba relaciones personales o profesionales entre varios escogidos al azar, en realidad hacía lo mismo que hace la vida , actuaba como un demiurgo, solo que al contrario de este a ella ya le daban el personaje y lo único que tenía que hacer era modelarlo, ahí es donde intervenía su imaginación.

Un día vio apearse del tren que venía de una ciudad distante a una señora de mediana edad, elegantemente vestida con un traje color vino tinto y un chal verde oscuro, era menuda pero grácil, morena y con ojos muy negros y brillantes que alumbraban toda su cara de piel aceitunada, apenas tenía arrugas y las pocas que empezaban a marcarse en su frente parecían cinceladas por un orfebre.

Llevaba de equipaje una maleta y un bolso de viaje de buena calidad, la estaba esperando una chica muy joven a la que le dió un gran abrazo, por la edad supuso que sería su nieta.

Enseguida su imaginación se apropió de las dos figuras. Las personalizó de manera inmediata, la señora era doña Carmen y la chica su nieta Sara, estudiante universitaria, hija del único hijo de doña Carmen que habia muerto cuando Sara era pequeña, la madre se había vuelto a casar pero Sara se había quedado con su abuela, la relación entre ellas era muy íntima y entrañable. Doña Carmen había estado unos días fuera atendiendo asuntos de una finca que era la fuente de sus ingresos.

Salieron de la estación muy contentas, cogidas del brazo y poniéndose al día de lo que cada una había estado haciendo durante la última semana. Las perdió de vista pero los personajes ya estaban creados y ahora se trataba de continuar la historia de la abuela y la nieta hasta que se aburriera o encontrara otros personajes más interesantes.

Las llevó a su antiguo y señorial piso en una de las calles principales de la ciudad , allí las estaría esperando Nati, la fiel criada. Y continuarían su rutina ya establecida.

Sara sus clases, sus sesiones de cine los fines de semana, salidas con amigos, alguna escapada a la sierra…, y Doña Carmen sus paseos con amigas que terminaban en invierno con un calentito chocolate con churros y en verano en la terraza de una heladería. Los meses de verano los pasarían en la finca, quizás Sara haría algún intercambio para aprender idiomas y todo seguiría su curso plácidamente…..

Cansada ya de esta historia predecible, empezó a buscar otros personajes en la estación de tren . Un día de invierno bastante frío, cuando volvía de la estación , se fijó en un amasijo de ropa acurrucado en el escalón de un portal, al lado había un cochecito de bebé lleno hasta donde ya era imposible que se sostuviesen de bolsas de basura repletas de no se sabía qué, era como la casa ambulante del bulto humano que se vislumbraba en el escalón, se acercó y agachándose vio una cara pequeñita de piel aceitunada en la que destacaban dos ojos negros y brillantes y con arrugas en la frente cinceladas por un orfebre , estaba enmarcada por una tela raída que había sido verde y el resto del cuerpo se lo cubría con un traje que en su época había sido color vino tinto.

Le preguntó si quería algo caliente y aquella cara le respondió muy educadamente que no dándole las gracias, le ofrecíó dinero pero tambíén lo rehusó, mientras hablaba con ella su imaginacíón se iba a doña Carmen, eran los restos de la ropa con la que la vió bajarse del tren, era su misma cara y sobre todo sus mismos ojos difíciles de olvidar, pero….no era posible, ¿ qué circunstancias tan terribles habría vivido para terminar así?, ¿ dónde estaría su nieta Sara?, como es lógico no le preguntó nada porque ¿ y si no se llamaba doña Carmen?, ¿ y si no tenía una nieta Sara? , ¿ y si nunca había viajado en tren?

A los pocos días la volvió a encontrar en la panadería de su barrio con su carrito de bolsas de basura como equipaje ,¿ qué habría sido de su maleta y bolso de viaje tan elegantes con los que se bajó del tren?, la anciana pidió unas galletitas de coco que pagó , ¿ le quedaría todavía algo del dinero de su finca? , todo eran conjeturas y preguntas sin respuesta porque la realidad era que el personaje de doña Carmen y su historia habían sido inventados , un escritor al uso completaría los tiempos y espacios vacios que faltaban entre doña Carmen y la mendiga y el resultado podría ser una novela algo folletinesca. Pero ella no era novelista y además perezosa para escribir, bastante había hecho ya , ahora que otros terminaran la historia si querían.

Se olvidó de doña Carmen y de la mendiga y siguió su costumbre de pasear por la estación de tren mientras esperaba que llegase alguno y desfilaran ante ella los pasajeros, aunque desde el encuentro con la mendiga inconscientemente buscaba siempre entre ellos a doña Carmen, puede que la mendiga no fuera ella y cualquier día Doña Carmen volviera de otro de sus viajes a la finca.

Un día concentrada en los viajeros del último tren oyó una voz a sus espaldas que la llamaba por su nombre “ Sara, Sara…, ¡ cuánto tiempo sin verte! ¿ qué haces aquí? ,¿ esperas a tu abuela? , yo también estoy esperando a mi hijo” era un viejo amigo de su abuela.

Coral del Castillo Vivancos

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Comentarios

2 respuestas a «Coral del Castillo Vivancos: «Esperando el tren»»

  1. MARIA JOSEFA FERNÁNDEZ ROMACHO

    Esperamos el siguiente. Un relato muy cercano

  2. Coral del Castillo Vivancos

    Gracias primor, el ayer sigue siendo hoy. Gracias por estar siempre ahí.

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