Toda la vida nos han dicho qué es ser hombre y qué es ser mujer. Para ellos significa tener que ser fuertes, dominantes, competitivos. Y para nosotras comprensivas, delicadas, sumisas. Y durante mucho tiempo esto ha funcionado así pero ahora, por suerte, y gracias sobre todo a la lucha y a la toma de conciencia de muchas mujeres (y hombres) a lo largo de los últimos siglos, las cosas han cambiado y siguen cambiando.
A lo largo del curso el profesor de Historia de España nos iba compartiendo, además de material propio de la materia, artículos y noticias de actualidad para hacernos reflexionar y relacionar nuestra vida cotidiana con lo que damos en clase. Me llamó la atención y la curiosidad uno de estos artículos que nos compartió para hacernos reflexionar e identificar las herencias sociológicas del franquismo y del fascismo, qué cosas nos han llegado de ellos, qué cosas se han mantenido o están de nuevo surgiendo. El artículo se titula “El taller que indaga en la masculinidad tóxica detrás de “Adolescencia” [https://www.eldiario.es/sociedad/taller-indaga-masculinidad-toxica-detras-adolescencia-dibujan-hombre-violento-no-quieren_1_12158802.html].
En este artículo se habla de un taller que se realizó con adolescentes a partir del estreno de la serie en Netflix “Adolescencia”. En este taller ellos, los chicos, dibujan el tipo de hombre prototipo (lo representan fuerte, musculado, con coches de alta gama, miembros viriles, armas, tatuajes, dinero, mujeres, etc.). Lo que más me llamó la atención es que, según los investigadores del experimento, no lo hacen porque quieran imitar ese estereotipo, sino porque en realidad y subconscientemente lo rechazan.

Para mí, desde mi propia perspectiva, significa cierto alivio ya que, la verdad, muchas veces cuando se habla de feminismo o de masculinidades tóxicas los chicos se suelen poner a la defensiva. Creen que estamos diciendo que son malos sólo por ser hombres, o que ahora tienen que ser “perfectos”. Pero nada más lejos de la realidad. No se les pide la perfección sino que piensen, que se cuestionen, que se den cuenta de que no es normal que tengan que reprimir sus emociones, que tengan que competir con otros hombres para sentirse válidos, que la violencia y la agresividad sea la respuesta automática ante el conflicto, etc.
Yo, como mujer, también he crecido en este sistema y estas actitudes y roles sociales, siempre se me ha enseñado a normalizar comportamientos agresivos en los hombres, a justificar su frialdad como si esto formara parte de su naturaleza, a que mi papel ha de ser el de suavizar o sobrellevar este tipo de forma de ser y comportarse por parte del otro género. Pero personalmente me aburre y me agota ya demasiado tener que explicar y hacer entender que todos merecemos un respeto, ya que lo considero algo básico. Tener que explicar que expresar tus sentimientos o mostrarte “débil” cuando no estás para otra cosa no te hace “menos hombre”, pero sí te hace más humano.
No creo que el tema sea tan difícil de entender. Las mujeres no necesitamos héroes, ni salvadores, ni protectores. Necesitamos hombres con responsabilidad afectiva, con valores de comprensión, apoyo y con cierta inteligencia y madurez emocional. Considero que juntos podemos construir una sociedad más sana, más libre, más justa para todos y todas, una sociedad en la que los hombres se permitan ser ellos mismos, sin tener que demostrar constantemente su masculinidad y su virilidad.
Y sobre todo, que no se sientan amenazados o minusvalorados por las mujeres cuando nosotras nos rebelamos y reaccionamos ante estos roles sociales masculinizados y machistas y decidimos ser nosotras y empoderarnos porque, como decía el cantaor Enrique Morente: “la rebeldía no es una agresión, es simplemente la libertad de ser honesto con lo que llevas dentro en cada momento”. No serlo genera insatisfacción y complejos que acaban en violencia, el reflejo de la impotencia. Y siempre es mejor ser rebelde que violento.
Lucía Díaz Martínez
Alumna de 2º de Bachillerato
IES Montes Orientales de Iznalloz (Granada)

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