Imagen de la portada del libro 'Metafísica del amor' (Ed. Sequitur)

Arthur Schopenhauer: La mujer, cebo de la naturaleza (4/10)

IV. METAFÍSICA DEL AMOR EN SCHOPENHAUER

Dentro del pensamiento de Schopenhauer sobre la mujer es necesario distinguir dos niveles de discurso. Un primer nivel, presente en El Mundo como voluntad y representación, capítulo XLIV de los Suplementos al libro IV, de la edición de 1844 (2ª edición de la obra), titulado Metafísica del amor sexual en el que pretende decir la verdad sobre el amor, despojándolo del velo de la ilusión y sustrayendo el discurso amoroso a los poetas y literatos. En un segundo nivel, constituido por el capítulo veintisiete de Parerga y Paralipómena 1851, titulado Sobre las mujeres, se desarrolla el discurso propiamente misógino del autor (1).

En lo que se refiere al primer aspecto, Schopenhauer destaca la importancia de la novedad de su discurso sobre la sexualidad y el amor y afirma que si bien en el plano poético (tanto lírico como épico) y literario (novelesco) el tema del amor -del amor sexual pues no hay otro- es el principal asunto de todas las obras dramáticas, trágicas o cómicas de todas la épocas y lugares. Ha sido “tema eterno” para todos los poetas y pasión presente en la vida de todos los seres humanos, bien que con distinta intensidad, como nuestra experiencia nos certifica a diario. Se lamenta de que en el aspecto filosófico, sin embargo, no tiene precursores significativos que haya podido utilizar ni refutar. Y esa indiferencia que los filósofos del pasado han mostrado hacia el tema del amor le sorprende: “Debiera sorprender que un asunto que representa en la vida humana un papel tan importante haya sido hasta ahora abandonado por los filósofos y se nos presente como materia nueva” (AMM, 43).

Esta falta de atención le parecía ser el resultado de una pretenciosa negación de una faceta de la vida que atentaba contra el autorretrato racional del hombre. La realidad es que el tema no es nuevo, y Schopenhauer está equivocado al considerar que no tiene precursores, pero la urgencia con que el filósofo siente la necesidad de pronunciarse sobre el amor y sobre lo que tiene que ver con él, es decir, sobre la posición de la mujer y sobre la diferencia femenina, revela su intención de sustraer el tema del amor a los poetas, con el fin de hacer de él ciencia, verdadero saber, y metafísica. El filósofo es consciente de la urgencia de esta cuestión, que él sitúa en el ámbito público y en el privado. Su urgencia está justificada por la necesidad de pronunciarse sobre la petición de igualdad para los dos sexos, de dar una respuesta a la demanda de igualdad de las mujeres. La respuesta de Schopenhauer es un gesto de exclusión, un gesto que quiere devolver a la mujer a una antigua y tradicional sujeción, pero sobre la base de motivaciones nuevas.

Thomas Mann, Schopenhauer, Nietzsche, Freud, Barcelona, 1984, p. 82.

Schopenhauer es, en efecto, el primer filósofo desde Platón en aceptar la importancia crucial del sexo en la vida, y en esto se anticipa sin duda a Freud, como ya señalara Thomas Mann. Afirma que, a excepción de Platón (sobre todo en El Banquete y Fedro) y de algunos textos de Rousseau (en el Discurso sobre la desigualdad), de Kant (en la tercera parte de sus Observaciones acerca del sentimiento de lo bello y de lo sublime) y de Spinoza, nadie, antes que él, se ha ocupado tan seriamente del tema del amor y de la sexualidad (2). En efecto, es uno de los filósofos que con más insistencia pone de manifiesto el papel central del amor o del deseo sexual en la vida humana hasta tal punto que, en expresión de Alicia Puleo, con él la sexualidad toma carta de ciudadanía en el discurso filosófico a título de “vía privilegiada de acceso a lo Absoluto” en la medida que “se imputa a la sexualidad […] la perpetuación de la voluntad de vivir, de mantener la secuencia genealógica y, por tanto, la perpetuación de la cadena de sufrimientos en que la existencia consiste” (3). Coincide con esta apreciación Fernando Savater, para quien la sexualidad “después de tantos siglos de exclusión del campo filosófico”, se convierte con Schopenhauer “no en un tema más de cierta filosofía sino en la raíz misma de la comprensión del universo” (4).

La importancia concedida por Schopenhauer a la sexualidad tiene, una evidente y plausible base biológica (5). Biológicamente hablando, no es difícil sostener que la sexualidad “es el fin último de casi todo esfuerzo humano”. Schopenhauer en su estilo resueltamente biológico considera que:

“Dado que este es el proceso mismo mediante el cual la voluntad de vivir obtiene la vida, es de esperar que el impulso sexual sea el más poderoso de los requerimientos de la voluntad, próximo sólo al instinto de supervivencia de lo que ya existe. El instinto sexual se manifiesta como la más decidida y enérgica afirmación de la voluntad de vivir, en cuanto constituye para el animal y para el hombre el fin, el objetivo supremo de la vida” (AMM, 44).

El deseo sexual es, para Schopenhauer, en tan gran medida poderoso y apremiante que ningún otro placer puede suplir o compensar la privación de su satisfacción; es más, en aras de él, animales y hombres acometen cualquier peligro y disputa. El hombre mismo puede decirse que es la concreción u objetivación del impulso sexual, dado que su propio origen es un acto de copulación, y el deseo de sus deseos es un acto de copulación, y sólo este impulso perpetúa su aparición como fenómeno. Considera, en fin, la sexualidad o el amor, al igual que Freud, como un componente omnipresente en la vida humana tanto privada como pública. Viene a decir que es el gran inefable, el secreto público que jamás debe mencionarse abiertamente pero siempre se halla en las mentes de todos, incluso la más mínima alusión se comprende al instante.

Pero a Schopenhauer le interesa exponer la sexualidad con una luz poco favorable, y, por tanto:

“Tiene una influencia perturbadora sobre los más importantes negocios; que interrumpe a todas horas las ocupaciones más serias; que a veces hace cometer tonterías a los más grandes ingenios; que no tiene escrúpulos en lanzar sus frivolidades a través de las negociaciones diplomáticas y de los trabajos de los sabios, que tiene maña para deslizar sus dulces esquelas y sus mechoncitos de cabellos hasta en las carteras de los ministros y los manuscritos de los filósofos; (…) que rompe las relaciones más preciosas, quiebra los vínculos más sólidos y elige por víctimas ya la vida o la salud, ya la riqueza, la alcurnia o la felicidad; que hace del hombre honrado un hombre sin honor, del fiel un traidor…” (AMM, 45).

El beso. Autor Auguste Rodin

Schopenhauer hubo de resentirse de los trastornos del amor, pero se negaba a concebirlos como desmedidos o accidentales. La razón por la que Schopenhauer no piensa que esta preocupación casi universal por el sexo sea desproporcionada, es que se trata nada menos que del impulso que asegura la perpetuación de la raza humana a lo largo de todos los tiempos futuros, y, dicho de un modo más concreto y particular, el que determina los individuos que han de componerla. El hecho de que un individuo sólo pueda ser hijo de dos padres determinados, y no de ninguna otra pareja. De modo que el emparejamiento de los individuos determina no sólo que el mundo seguirá poblado, sino también por quién estará poblado. Tales “trastornos” eran, pues, enteramente proporcionados a la función y al fin del amor que no es ni la mera satisfacción placentera, ni el simple entretenimiento:

“¿Por qué tanto ruido? ¿Por qué esos esfuerzos, esos arrebatos, esas ansiedades y esa miseria? Pues no se trata más que de una cosa muy sencilla: sólo se trata de que cada macho se ayunte con su hembra. ¿Por qué tal futileza ha de representar un papel tan importante e introducir de continuo el trastorno y el desarreglo en la bien ordenada vida de los hombres? No se trata de una fruslería; lejos de eso, la importancia del negocio es igual a la formalidad y al ímpetu de la persecución. El fin definitivo de toda empresa amorosa (…) es en realidad, entre los diversos fines de la vida humana, el más grave e importante, y merece la profunda seriedad con que cada uno lo persigue” (AMM, 45-46).

En efecto el amor romántico o pasional –que es el nombre que damos a ese instinto sexual-, domina la vida porque: “lo que en él decide es nada menos que la formación de la generación futura”. Es, por ello, el amor, la pasión amorosa, la más inevitable y comprensible de nuestras obsesiones. El hecho de que rara vez tengamos en mente, esto es de manera consciente, la perpetuación de la especie cuando pedimos un número de teléfono a una mujer o a un hombre que consideramos atractivos, no representa objeción alguna a la teoría, ya que las relaciones sexuales entre los individuos no están, normalmente, motivadas por una preocupación consciente por las generaciones futuras, eso sería una proposición absurda, sino por una raíz instintiva. El intelecto, la reflexión consciente, como Schopenhauer sostiene, es de orden terciario, mientras lo que mueve realmente a los hombres, tanto en el sexo como en otras cuestiones, es la voluntad, que es primaria e inconsciente.

BIBLIOGRAFÍA Y NOTAS

1) Todas las citas referidas a la mujer que siguen se hacen siguiendo la recopilación de ensayos de Schopenhauer titulada El amor, las mujeres y la muerte (abreviado AMM), edición de Biblioteca Edaf (traducción de Miguel Urquiola, prólogo y cronología de Dolores Castrillo), Madrid, 1993 (citamos con la abreviatura AMM, seguida de la página), y la más reciente antología de sus textos sobre la mujer: Arthur Schopenhauer, El arte de tratar a las mujeres, (traducción de Fabio Morales; introducción y notas de Franco Volpi), Alianza Editorial, Madrid, 2008 (abreviatura ATM, seguida de página). Ambas obras recogen los textos sobre la mujer procedentes de El mundo como voluntad y representación (Metafísica del amor sexual”, capítulo 44 de los Suplementos, 1844) y de Parerga y Paralipomena (ensayo Sobre las mujeres, 1851). El mundo como voluntad y representación, volúmenes I y II, Editorial Orbis, Barcelona, 1985, con la abreviatura MVR, que recoge el texto íntegro de la primera edición de la obra de 1819. La edición más reciente y completa en castellano es la versión de Roberto Rodríguez Aramayo en Círculo de Lectores y Fondo de Cultura Económica de España, Barcelona y Madrid, dos vols., 2004, que supera la clásica de Ovejero y Mauri de Aguilar, de 1925.

2) Thomas Mann: Schopenhauer, Nietzsche, Freud, traducción de Andrés Sánchez Pascual, Barcelona, 1984, pp. 97 y 223-228

3) Alicia Puleo, Cómo leer a Schopenhauer, Madrid, Júcar, 1991, p. 80.

4) Fernando Savater, Schopenhauer. La abolición del egoísmo, Barcelona, Montesinos, 1986. Véase también del filósofo vasco su artículo La filosofía se desabrocha, op. cit.

5) Thomas Mann en op. cit. p. 91 considera en este sentido, parafraseando un conocido texto del filósofo, que “el sexo es para Schopenhauer el foco de la voluntad. En la objetivación de ésta, el sexo es el polo opuesto del cerebro, representante del conocimiento. Que en él ambas esferas poseían evidentemente una violencia que superaba en mucho el término medio, eso es algo que en sí hablaría sólo a favor de la plenitud y de la fuerza del conjunto de su naturaleza”. Para Schopenhauer, en efecto, “los genitales son el foco real de la voluntad… el principio conservador de la vida, asegurándole una existencia infinita en el tiempo”.

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Tomás Moreno Fernández

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