En la búsqueda incesante de modelos formativos capaces de transformar la Educación Institucional que padecemos, la Pedagogía Andariega camina con los ojos abiertos, atentos al hallazgo. Y, a veces, la revelación llega desde lo más cercano, en el lugar menos esperado, casi escondido por su aparente sencillez. Así ocurrió con El Colmenar, una pequeña barriada en pleno corazón de la Serranía de Ronda (Málaga), rodeada por dos Parques naturales: Los Alcornocales y Grazalema.
Allí, bajo el pretexto de una sencilla “Semana Cultural”, se celebra desde hace treinta y dos ediciones un acontecimiento que, año tras año, instruye y emociona a niños, jóvenes y adultos, tanto residentes como visitantes. Pero lo que sucede en El Colmenar va mucho más allá de una programación festiva: es una escuela viva, un ejemplo concreto de lo que la Pedagogía Andariega defiende y sueña.
El punto de partida es radicalmente sencillo: cerrar las aulas para abrir los caminos. Aprender caminando, dejar que el territorio sea el aula, que las voces de la comunidad se vuelvan libros vivos y que la experiencia directa se convierta en fuente de conocimiento. Así, vecinos, artesanos, músicos, agricultores, artistas, científicos y voluntarios se convierten en maestros circunstanciales, transmitiendo sus saberes desde el hacer y no desde la imposición.
La Semana Cultural del 2025 en El Colmenar es un testimonio elocuente de esta pedagogía en acción. Entre las actividades organizadas encontramos:
- Un pasacalle de la Banda de Música de la localidad, con baile de disfraces de elaboración propia.
- Juegos deportivos y de mesa: natación en el río Guadiaro, ping-pong, carreras de velocidad, resistencia en bici y a caballo, carreras de motos, parchís, etc., coordinados por jóvenes monitores voluntarios.
- Una marcha campestre para conocer el funcionamiento de la EDAR local (Estación Depuradora de Aguas Residuales), guiada por el propio encargado de su mantenimiento.
- Una exposición de objetos sagrados de distintas religiones, presentada por un viajero de la localidad.
- Una exposición de pintura a cargo de una vecina que reside fuera.
- Una sorprendente exposición de “Escenas de la Historia” con muñecos de Playmobil, organizada por un matrimonio veraneante.
- Presentaciones de libros de autores locales y visitantes.
- La obra de teatro “La Ventolera”, representada por un grupo de vecinos —albañiles, corcheros, peluqueras, ceramistas— dirigidos por una profesora jubilada y una artista colaboradora.
- Actuaciones musicales, con un cantante de copla y un niño del pueblo como protagonistas.
- Una muestra de gastronomía local, con un agricultor que ofreció productos de la huerta y un ganadero que compartió sus quesos artesanales.

Cada actividad encierra una pedagogía implícita: el aprendizaje surge del encuentro, de la transmisión viva de saberes y de la participación directa. Aquí no hay currículos impuestos ni lecciones descontextualizadas: hay vida que enseña vida.
Si, como defendemos desde la Pedagogía Andariega, sustituimos los incentivos artificiales —notas, premios, recompensas inmediatas— por estímulos profundos, serenos y enraizados, despertaremos en niños y jóvenes el deseo genuino de saber. Aprender no se fuerza: se provoca mediante la sorpresa, la emoción, la curiosidad y la interacción real con el mundo que nos rodea.
Además, esta experiencia muestra que para generar un aprendizaje efectivo, natural y comprometido no son necesarias legislaciones educativas, estructuras institucionales, libros de texto, consejerías ni ministerios. No hace falta más que personas implicadas, territorio vivo y voluntad colectiva.
Es cierto: lo de El Colmenar es solo un botón de muestra. Pero es un ejemplo sencillo y luminoso que demuestra que otra educación no solo es posible, sino que ya está sucediendo. La Pedagogía Andariega lo reconoce: el camino no pasa por reproducir las formas de la escuela tradicional, sino por reaprender a mirar, por devolverle a la comunidad su papel educativo y por confiar en que el conocimiento crece cuando se comparte caminando.





