El autor con Molinera, la burra

Aprender desde los pies a la cabeza. La estética del aprendizaje en clave andariega

La Pedagogía Andariega, al poner en marcha una educación en movimiento, relacional y situada en el entorno, se hermana naturalmente con las ideas de la pedagogía sensible y la estética del aprendizaje. Este artículo propone un encuentro entre estas perspectivas para seguir abriendo sendas hacia un aprendizaje más humano, científico y poético al mismo tiempo.

La pedagogía sensible parte de una premisa simple pero profunda: para que haya educación, debe haber presencia. No solo presencia física, sino presencia sensible, afectiva, ética. Enseñar no es únicamente transmitir conocimientos, sino recrear un vínculo, cuidar un espacio común, abrirse a la incertidumbre del encuentro con lo que nos ofrece el entorno.

En la Pedagogía Andariega, esta idea encuentra un terreno fértil. Caminar con otros, compartir el silencio del bosque o la palabra en la plaza, en la fábrica, en el museo…, analizar una piedra o fijar por escrito una vivencia son actos pedagógicos que nacen del estar presentes. El docente deja de ser un guía vertical para convertirse en un compañero de andanzas, atento al ritmo del grupo, a las señales del entorno, a los recursos que nos ofrece el vecindario.

La estética del aprendizaje no se refiere a embellecer aulas y bibliotecas llenándolas de paneles y más paneles decorativos, sino a reconocer que todo aprendizaje significativo tiene una dimensión estética: moviliza el asombro, despierta los sentidos, deja una huella emocional y corporal.

En la práctica andariega, lo estético está presente en los detalles: en cómo las personas, los empresarios, los trabajadores modélicos, disponen los materiales, cuidan al detalle el continente y el contenido de los productos que ofrecen. Las actitudes, los comportamientos, la solidaridad en el trabajo, en el barrio, en la calle, comportan una estética y una forma de crear belleza. La ética de los vecinos auténticos, tanto como la estética de que hacen acopio, no adorna: revela nuestra forma de ser, de estar y de compartir. Revela el valor de lo vivido, de lo compartido, de lo que no se puede cuantificar pero sí atesorar.

Dibujo de David

Una educación que camina devuelve al cuerpo a su lugar central. En la pedagogía sensible, el cuerpo no es un obstáculo para el saber, sino su condición primera. Aprendemos con los pies, con la piel, con la respiración, con la mirada. Porque aprender es también moverse, vibrar, desear, detenerse y observar.

La Pedagogía Andariega recupera esta dimensión corporal del saber al invitar al movimiento, a la exploración activa, al juego y a la interrelación con el mundo. No se trata de aprender sobre la naturaleza, sino desde ella; no de hablar de lo social, sino de estar en comunidad. Las rutas andariegas no son solo geográficas: son también rutas sensoriales, emocionales y relacionales.

Una pedagogía sensible es también una pedagogía del cuidado. Cuidar los tiempos, las palabras, los espacios naturales y los comunales, las formas de estar juntos. El aula la entendemos ahora como un espacio abierto; un espacio sin paredes, mesas, ordenadores y otras engañifas al uso, (como las que ofrecen las escuelas Reggio Emilia con sus “maravillosos” espacios cuidados, sus materiales nobles, la presencia del arte y del juego enjaulado como lenguaje).

Dedicatoria a los abuelos

En la Pedagogía Andariega este cuidado se traduce en la atención al ritmo colectivo, en el respeto por la voz del entorno, en la creación de espacios de escucha horizontal. El vínculo no es un medio para enseñar, sino un fin educativo en sí mismo. Es en la relación donde se construye el sentido de lo que se aprende.

Cuando se entrelazan la pedagogía sensible, la estética del aprendizaje y la Pedagogía Andariega, surge una visión de la educación profundamente intelectual, poética y relacional. Una educación que no corre, que no acumula, que no impone. Una educación que camina, siente, cuida y crea.

Esta alianza configura una apuesta por una pedagogía de lo vivo. Una educación que genera sujetos sensibles, atentos, capaces de leer la belleza en lo cotidiano y de responder con cuidado y compromiso ante lo común.

Andar es también un modo de pensar. Pensar con los pies, con la mirada que se posa en el camino, con los silencios compartidos. Y si educar es abrir mundos posibles, entonces toda pedagogía que permita la lentitud, el cuidado, la escucha y la belleza —como lo hace la Pedagogía Andariega— favorece un porvenir más digno, más sensible y más humano.

Isidro García Cigüenza

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