Sendas muchachas —maestras en fase de prácticas tras haber superado las oposiciones— se han prestado, junto a sus alumnos y conmigo, a llevar a cabo un Proyecto Andariego. Lo hemos titulado: “El ciclo del agua potable de tu localidad”.
La propuesta consiste en recorrer, paso a paso, el itinerario del agua: desde su captación en el río hasta la cloración, el uso doméstico e industrial, la depuración y su devolución al cauce natural. Incluimos también una visita a la central hidroeléctrica cercana, para conocer de primera mano cómo la fuerza del agua se transforma en energía. Todo ello, por supuesto, acompañados de nuestra burrita Molinera, compañera de camino y símbolo de esta pedagogía que aprende andando.
El proyecto no puede ser más atractivo ni más fértil en aprendizajes. Su riqueza radica en la experiencia directa, en la observación viva y en la conciencia que despierta sobre un elemento tan vital para la naturaleza y para nosotros mismos. Contamos, además, con una circunstancia afortunada: podemos acceder caminando a todos los enclaves y acaba de ponerse en funcionamiento la Estación Depuradora de Aguas Residuales (EDAR) local, que antes no existía.
Fuera del horario escolar y con un entusiasmo ejemplar, hemos diseñado entre todos recursos, estrategias, metodología, actividades, visitas y entrevistas a personas y lugares implicados. Hemos incorporado los contenidos esenciales: la vida del río, aspectos geológicos, botánicos y zoológicos del territorio, tecnologías de conducción, análisis de residuos, tratamientos bacteriológicos, gráficos climáticos y estudios comparativos de calidad del agua.
Todo ello quedará recogido en un Cuaderno de Campo, que servirá como guía viva del proceso: incluirá información, esquemas, guías para entrevistas, vocabulario técnico y una serie de ítems para valorar lo aprendido. Además, elaboraremos un PowerPoint, un libreto divulgativo y, con un poco de suerte, contaremos con la atención de Canal Sur para difundir el trabajo.

Hasta aquí, todo parecería un ejemplo modélico de práctica educativa enraizada en la realidad y en el territorio. Pero —según advierten las maestras—, lo que se nos solicita no es tanto el proyecto en sí como su “traducción” a un formato burocrático: la llamada Situación de Aprendizaje, esa gran aportación de la LOMLOE.
Lo que podría parecer una formalidad se convierte, sin embargo, en un auténtico laberinto tecnocrático: concreción curricular, competencias específicas, conexión con el perfil competencial al finalizar cada ciclo, recursos cognitivos, adaptaciones y medidas DUA, niveles de desempeño competencial, procedimientos de evaluación de la práctica docente… Una maraña de términos que amenaza con diluir la frescura del aprendizaje vivido entre formularios y tecnicismos.
En otro artículo ya demostramos —con evidencias y testimonios— que las programaciones de aula, de departamento y de centro son, en la mayoría de los casos, documentos inertes: aburridos, rutinarios, poco leídos, muchas veces copiados y pegados, o directamente elaborados por la inteligencia artificial.
Si uno hojea las guías que las autoridades educativas han difundido sobre las bondades de estas Situaciones de Aprendizaje, lo primero que sorprende es su lenguaje hermético, plagado de términos que difícilmente comprenderían las familias, las empresas o la sociedad en general —precisamente los pilares sobre los que se asienta la Pedagogía Andariega—. Son textos escritos, parece, por una pedagogía de despacho más que de camino.
Buscando referencias útiles, acudí a los Recursos Educativos Abiertos (REA) que las administraciones promueven como ejemplo. Y efectivamente, allí estaban: más de 250 propuestas de distintas materias y niveles. Cada una de ellas gira en torno a guías didácticas que justifican la situación de aprendizaje, el reto a alcanzar, el producto final, la secuencia didáctica y la explicitación de pautas DUA, multinivelación y procesos cognitivos. Todo ello destinado —según se dice— a favorecer la atención a la diversidad y la evaluación por competencias.
El documento afirma que estos recursos “incluirán una descripción clara de los elementos del currículo, guías de uso docente, metodologías activas, mecanismos para promover la creatividad, el espíritu crítico y la reflexión”. A primera vista, parecería el marco ideal para una propuesta como la nuestra: un espacio abierto, colaborativo, en el que maestras y maestros pudieran aportar sus experiencias andariegas para compartirlas con la comunidad educativa.
Sin embargo, la realidad dista mucho de esa intención. Detrás de la retórica inspiradora se esconde una dependencia total del entorno virtual. Los “recursos” a los que aluden no son cuadernos de campo, rutas, entrevistas ni experimentaciones, sino programas, plataformas y bancos digitales que mantienen a los alumnos anclados a sus pantallas, en aulas cerradas, lejos del aire, del tacto y del asombro que despierta la experiencia directa.
El texto oficial lo dice sin ambages: “Un entorno virtual de aprendizaje con un banco de recursos digitales, un aula virtual y un conjunto de recursos educativos abiertos que se puedan alojar y consumir desde dicha plataforma”. Todo ello, concluyen, “con el propósito de, entre otras cosas, hacer más eficiente el sistema educativo andaluz”.
Ese “entre otras cosas” es, quizá, lo más inquietante para mí. Desde una mirada andariega, revela un prurito de sinceridad involuntaria: la educación como gestión, más que como experiencia; como sistema, más que como vida.
Frente a ello, nuestra burrita Molinera sigue su paso firme, recordándonos que el aprendizaje verdadero no se institucionaliza: se camina.






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