J.J. Rousseau o la ideología de la domesticidad (5/5)

V. MUJER Y SABIDURÍA: CULTURA, EDUCACIÓN Y POLÍTICA

En lo referente al acceso a la cultura y al saber por parte de la mujer, Rousseau considera que a las mujeres sólo les está permitido ver solamente una partícula del mundo, la circunscrita a los muros domésticos. “El mundo”, afirma el pensador ginebrino, “es el libro de las mujeres” (EOE, 580), y por ello mismo no tienen prácticamente necesidad de otra lectura. Sus gustos y entretenimientos infantiles –- jugar con espejos, joyas, cintas, muñecas, sobre todo —– están determinados por su destino natural (EOE, 550) Por eso se le prohíbe la lectura de novelas, obras de ficción de las que sólo puede servirse la solidez del espíritu viril. Rousseau, pretende que aprenda de la naturaleza antes que de los libros. Consciente de la estrechez de su horizonte vital, el autor estima conveniente que, en la juventud se permita a las muchachas frecuentar la sociedad, ya que una joven no debe vivir como su abuela, sino que “debe ser vivaz, jovial, retozona, cantar, bailar tanto como le plazca, y saborear todos los inocentes placeres de su edad; demasiado pronto le llegará el momento de ser reposada y de adoptar una actitud más grave” (EOE, 560), de modo que puedan divertirse y tener experiencias antes de encerrarse definitivamente en casa con el matrimonio.

Además de este conocimiento experimental del corazón humano, Sofía necesita unas pocas nociones que le permitan aprender con más cuidado, son las labores de su sexo, hacer cuentas, antes de saber leer y escribir, necesita saber un poco de canto y de danza, y sobre todo, debe saber desarrollar bien todos los trabajos típicamente femeninos, el bordado, la puntilla, el dibujo, cortar y coser sus vestidos” (EOE, 591). Lo conveniente es que las mujeres cultivasen sólo las ocupaciones típicamente femeninas y siguiesen abandonadas a su ignorancia en lo referente a todo lo demás, lo cual sólo sería posible en una sociedad de costumbres sencillas y sanas, no en su época, en la que una muchacha demasiado ingenua sería presa fácil de los seductores. Esto es todo, y el resultado es un ingenio que agrada a todos los que hablan con ella, “aunque no esté adornada de una gran cultura; porque la suya no se ha formado con la lectura, sino con las conversaciones del padre y de la madre, con sus reflexiones personales, con las observaciones sobre lo poco que ha visto del mundo”.

Imagen de la portada de La nouvelle Héloise

Rousseau admite, por otra parte, que existe temor a que la mujer usurpe los derechos del hombre. Por eso aconseja que aquélla “debe tener poca libertad”, y debe aprender muchas cosas; “aunque sólo las que les conviene saber” (EOE, 544). Otra vez aparece como leit-motiv la idea de educación de la mujer en función del hombre y de la familia. Para terminar, diciendo que su único imperio o dominio es un dominio de dulzura, de habilidad y de complacencia, sus órdenes son caricias, sus amenazas lágrimas. Deben reinar en la casa como un ministro en el Estado, haciéndose mandar lo que ella quiere hacer. […] Pero cuando ignora la voz del jefe, cuando quiere usurpar sus derechos y mandar ella, de tal desorden nunca resulta sino miseria, escándalo y deshonor” (EOE, 611).

Refiriéndose a los que opinan afirmativamente que el acceso de la mujer a la cultura en paridad con el hombre significaría conceder a la mujer una primacía que la naturaleza ha concedido sólo al marido: “Antes preferiría yo cien veces una muchacha simple y educada toscamente que una muchacha sabia e instruida que viniera a establecer en mi casa un tribunal de literatura del que ella se constituyera en residente”. Por eso abomina de las marisabidillas:

Una marisabidilla es el azote de su marido, de sus hijos, de sus amigos, de sus criados, de todo el mundo. […] Todas esas mujeres con grandes talentos nunca infunden respeto sino a los necios. Siempre se sabe quién es el artista o el amigo que sostiene la pluma o el pincel cuando ellas trabajan. Se sabe quién es el discreto hombre de letras que les dicta en secreto sus oráculos. […] Su dignidad es ser ignorada; su gloria está en la estima de su marido; sus placeres están en la felicidad de su familia” (EOE, 612).

Y apela, seguidamente, a sus lectores para que le respondan con sinceridad lo que les parece han de ser las labores propias de una mujer:

¿Qué os da mejor opinión de una mujer cuando entráis en su aposento, qué os hace abordarla con mayor respeto, verla ocupada en labores de su sexo, en los cuidados de su hogar, rodeada de las ropas de sus hijos, o encontrarla escribiendo versos sobre su tocador, rodeada de folletos de todo tipo y de billetitos pintados de todos los colores? Toda joven literata se quedará soltera toda la vida cuando sobre la tierra no haya más que hombres sensatos” (EOE, 612-613).

Es necesaria, no obstante, cierta educación del entendimiento femenino, para que el hombre no se aburra en compañía de una mujer completamente falta de cultura, pues “sólo una mujer dotada de una cierta cultura puede hacer la convivencia agradable”. Él mismo debe ser el que complete su instrucción, y, al procurársela, ve confirmada su posición de superioridad.

Por lo que se refiere a su educación moral y religiosa, Rousseau considera que la moral femenina — -centrada en la castidad, la obediencia, la paciencia y la resignación — se corresponde con una religiosidadpresidida por principio de la subordinación femenina. Mientras que para la formación religiosa del joven Emilio (en el libro III, del que Sofía está ausente) fue necesaria la larga Profesión de fe del Vicario saboyano, que se considera que eleva el alma de Emilio al conocimiento intuitivo del autor supremo de la naturaleza, Dios justo y bueno, garantía del orden del mundo y de las virtudes humanas, Sofía no tiene acceso a este discurso racional: tendrá que contentarse, como comprobamos en el libro V, con un catecismo elemental hecho de preguntas, que formula su ama de llaves, y de respuestas, que se reducen a una simple instrucción sobre las cosas que se deben creer, y a unos rudimentos de los principios de la moral útiles para la vida. No hace falta mucho más, porque la religión de una mujer es la del padre o la del marido: “Por el mismo hecho de que la conducta de la mujer está sujeta a la opinión pública, su fe religiosa está sujeta a la autoridad”.

La incapacidad para razonar como el hombre se traduce, pues, -entre otros rasgos- en la imposibilidad de las mujeres para comprender “razones” para creer en materia religiosa. Éste es el motivo por el cual la hija debe seguir y tener la religión de su madre, y toda mujer la de su marido. Incapaces de juzgar por sí mismas, deben aceptar la decisión de los padres y de los maridos como de la Iglesia. Por esto Rousseau invita a las madres a que no hagan de sus hijas teólogas o lógicas, sino a que les enseñen solamente lo necesario a la sabiduría humana y a acostumbrarlas a que “se sientan siempre bajo la mirada de Dios”. Igual que en otros aspectos, también en materia de religión las mujeres están sometidas a la autoridad de los padres y de los maridos, así como a la de los hombres de Iglesia.

Celia Amorós

En lo que se refiere al lugar de la mujer en la sociedad y su estatus político, en el caso de Rousseau se cumple la característica y habitual discriminación y exclusión de la mujer entre los ilustrados (con excepción, tal vez, de Condorcet): la mujer no es sujeto del contrato social ni participa en la constitución de la voluntad general, pues su misma inmediatez con la naturaleza, hace de ella un ente pre-cívico y determina su aptitud como forjadora, en el espacio privado, de las condiciones de posibilidad de lo cívico, es decir, como reproductora del ciudadano (1).

En efecto, como sostiene Celia Amorós: “La idea de naturaleza como paradigma servirá aquí para sancionar que el lugar de la mujer siga siendo la naturaleza con las connotaciones que tenía el primer sentido como aquello que debe ser dominado, controlado, domesticado. La mujer es la naturaleza misma, el orden natural de las cosas lo que la define como parte de la naturaleza. Así, para Rousseau, “por naturaleza” el hombre pertenece al mundo exterior y la mujer al interior, encabalgando así en la dicotomía naturaleza-cultura la dicotomía interior-exterior que cobra especial relevancia en la sociedad burguesa (2). Sólo desempeñando este papel, su papel natural, continúa la filósofa española, “podrá la mujer autorrealizarse de forma asimismo natural. En una época en que todo el mundo era muy sensible a la exigencia de sus derechos naturales, resultaba particularmente eficaz enseñar a la mujer a concebir su propia subordinación como algo “natural” (3). Rousseau es suficientemente claro y explícito al respecto: “El imperio de las mujeres no les pertenece porque los hombres lo hayan querido, sino porque así lo quiere la naturaleza” (EOE, 538). Nuestro lúcido pedagogo, concluye Celia Amorós, no iba a ser menos que los Padres de la Iglesia a la hora de tratar a la mujer como naturaleza perversa que ha de ser redimida y reprimida por la penitencia (4).

Ser pre-cívico y en consecuencia pre-moral o infra-moral, ya que para Rousseau no hay moral fuera de la política, la mujer no puede disfrutar del derecho de ciudadanía más que en cuanto esposa de un ciudadano está excluida de la realidad política. La contribución de estas “amables y virtuosas ciudadanas” a la colectividad consiste sólo en garantizar la pureza de las costumbres y en velar por la buena marcha de la familia. Por ello, mientras que a Emilio se le educa antes del matrimonio para la vida social y, a través de sus viajes, a conocer las distintas formas de gobierno, para Sofía no es necesaria esta educación. En un famoso texto del Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres, se muestra con meridiana claridad cuál es para Rousseau el lugar y la función de la mujer en la sociedad política, al dirigirse a las ciudadanas de Ginebra con estas palabras:

¿Podría olvidarme de esta preciosa mitad de la República que hace la felicidad de la otra mitad, y cuya prudencia y dulzura mantienen la paz y las buenas costumbres? Amantes y virtuosas ciudadanas, lo que mejor hará siempre vuestro sexo será dirigir el nuestro. ¡Dichosas vosotras cuando vuestro casto poder, ejercido solamente en la unión conyugal, no se hace sentir más que para la dicha del Estado y el bien público! […]. A vuestro cuidado corresponde mantener siempre, por vuestro amante e inocente imperio y por vuestra persuasiva inspiración, el amor de las leyes en el Estado y la concordia entre los ciudadanos […]. Sed, pues, para siempre lo que sois: castas guardadoras de las buenas costumbre y suaves vínculos de paz, y continuad haciendo valer en todas las ocasiones los derechos del corazón y de la naturaleza en beneficio del deber y la virtud”.

Wanda Tommasi ha escrito que el pensamiento de Rousseau sobre la mujer es de una coherencia intachable: la mujer no es igual al hombre, no recibe la misma educación, ni desde el punto de vista intelectual ni en materia de moral y de religión, y en consecuencia no tiene derecho al papel ni al nombre de ciudadana, más que metafóricamente. Sin embargo y paradójicamente — al contrario de lo que cabría esperar por todo lo escrito por él — Rousseau fue un autor muy leído y muy amado por las mujeres: su profunda y atormentada sensibilidad, su inquieta imaginación, su finura psicológica cuando examina el conflicto entre amor-pasión y amor conyugal, su valoración del matrimonio por amor y su encendida defensa para elegir al cónyuge, su revalorización de la esfera del sentimiento, son elementos todos destinados a apoderarse del ánimo femenino.

En definitiva, precisamente por la influencia que ejercía sobre las mujeres, se puede considerar a Rousseau un gran seductor y, al mismo tiempo, corruptor de las mentes femeninas. Posiblemente nadie más que él ha contribuido a crear la imagen, típicamente moderna y burguesa de la mujer como esposa y madre, dedicada a gobernar la esfera íntima de los afectos y a gestionar la organización de la vida doméstica y privada. Defiende a capa y espada el principio de la diferenciación entre los sexos que fomentaba, en opinión de Eva Figes, no sólo el narcisismo femenino, sino también un cierto masoquismo asociado a su pasividad y sumisión (5). Una mujer débil, intuitiva, modesta, recatada, sumisa, dependiente psicológicamente de la aprobación masculina y de la aprobación social, incapaz de pensar racionalmente, impulsada por sus sentimientos, será su modelo de mujer.

El autor ginebrino configura así la relación entre los sexos en términos rigurosamente jerárquicos, como inferioridad y subordinación de un sexo femenino tanto más vejado cuanto más se ha legitimado su reclusión a lo privado con la justificación de lo sagrado de la naturaleza. Puede ser que el hecho de afirmar con tanta fuerza la inferioridad de la mujer fuese para Rousseau el modo de mantener a raya a ese sexo femenino frente al cual, como se desprende de sus escritos autobiográficos, experimentaba un miedo profundo, que se convertía probablemente en una proyección de poder y en una actitud de pasividad ante el objeto amado. Él vio en la mujer una oscura amenaza, un poder tanto más inquietante cuanto que, incluso sojuzgada, no dejaba de infundirle temor ni de seducirle.

BIBLIOGRAFÍA Y NOTAS

1. Cristina Molina, Dialéctica feminista de la Ilustración, Barcelona, Anthropos, 1994.

2. Celia Amorós Puente, Rasgos Patriarcales del discurso filosófico: Notas acerca del sexismo en Filosofía, en M. Ángeles Durán Liberación y utopía, Akal Universitaria, Madrid, 1982, pp. 35-59.

3. Celia Amorós, Rasgos Patriarcales, op. cit., p. 35.

4. Ibíd. Según Celia Amorós esa inmediatez con la naturaleza de la mujer la aproxima a las connotaciones negativas que tenía en la Patrística: sexo demoníaco, que ha de ser dominado, encauzado y controlado por la religión y la cultura.

5. Eva Figes, Actitudes patriarcales: las mujeres en la sociedad, op. cit., pp. 112-113.

V. MUJER Y SABIDURÍA: CULTURA, EDUCACIÓN Y POLÍTICA

Tomás Moreno Fernández

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