III. SEXUALIDAD HUMANA, AMOR Y MATRIMONIO
En lo referente a la opinión de Immanuel Kant sobre la sexualidad tal vez sean los Principios metafísicos del derecho, de 1796, la obra que mejor pueda orientarnos por lo que respecta a la misma. Su tesis la expone en el apartado dedicado al “Derecho conyugal” en el que habla del llamado “comercio sexual”, entendido de forma muy amplia. Este “comercio” se define como la utilización de los órganos sexuales de un individuo de sexo diferente. Es natural, cuando se practica según la naturaleza animal pura o atendiendo a la ley y es contra natura, cuando se practica con una persona del mismo sexo o con un animal extraño a la especie humana. Vemos pues que Kant rechaza todo sexo fuera del matrimonio o se opone a todas las practicas sexuales concebibles, excepto las existentes entre marido y mujer: la homosexualidad y el autoerotismo también son rechazadas como como perversiones antinaturales.
Según Michael J. Sandel, catedrático de la universidad de Harvard,para Kant es rechazable toda relación sexual fuera del matrimonio, por consentida que sea por ambas partes, ya que degrada a quienes se entregan a ella y se convierten en objetos. Es rechazable, porque en esa relación sólo impera el deseo sexual, no el respeto a la humanidad del otro: “El deseo que un hombre siente por una mujer no se dirige hacia ella porque sea un ser humano, sino porque es una mujer; que sea un ser humano no le preocupa al hombre sólo su sexo es el objeto de sus deseos”, sostiene el filósofo alemán (1).

Igualmente, Martha C. Nussbaum interpreta de manera semejante la concepción kantiana del instinto o de la inclinación sexual: “En esta inclinación se da una humillación del hombre, ya que tan pronto como se convierte en un objeto del apetito del otro es en verdad una cosa gracias a la cual se sacia ese apetito ajeno y, como tal cosa, puede ser objeto de abuso por parte de los demás […] Ésta es la causa de que uno se avergüence por tener esa inclinación y de que los moralistas más estrictos hayan intentado sojuzgarla e incluso prescindir de ella” (2).
El comercio sexual acorde con la ley viene definido por el matrimonio, de una manera bastante fría y alejada de lo que entenderíamos por “amor romántico”. El matrimonio es crudamente concebido por Kant como: “la unión de dos personas de sexo diferente para una posesión perpetua y recíproca de sus atributos sexuales”. El fin del matrimonio es procrear y educar a los hijos. Pero, si la procreación es desde luego un fin que la naturaleza persigue y anhela para su propia regeneración, no lo es de manera exclusiva de la unión de los esposos. Lo que importa es la regeneración de la naturaleza, El intercambio sexual, el goce entre los esposos, es licita expresión del instinto sexual humano, el medio del que la naturaleza se vale para asegurar la procreación. El goce sexual mutuo basta para fundamentar la unión entre los esposos. Un planteamiento que lo hace extrañamente avanzado a su tiempo y que entrará en contradicción a veces con la posición cristiana al respecto.

Es evidente que Kant rechaza tanto cualquier planteamiento orgiástico, que quede fuera de la razón o de la ley, como el puritanismo extremo, pero a la vez confiere –- ya lo hemos señalado — una entidad sexual a la unión matrimonial que la legitima en el ámbito de la razón, pero también de la naturaleza, como expresión natural del instinto sexual humano. A pesar de las ventajas que Kant encuentra en el matrimonio, también plantea la conveniencia de ahorrar, tanto como se pueda, el esperma y las eyaculaciones, rechazando el autoerotismo, o la masturbación, tal vez influenciado por sus conocimientos taoístas, —- que lo proscriben para evitar despilfarro y obtener el máximo placer mutuo, para que dure el mayor tiempo posible y así garantizar una larga vida — o por las ideas higienistas de Tissot que, muy riguroso en relación a las prácticas sexuales, quien sostenía que la práctica del onanismo amenazaba al macho de muerte por la pérdida de su sustancia viril y también que los hombres que permanecen célibes mantienen un aspecto juvenil durante más tiempo a causa de este menor gasto espermático. En este sentido el rechazo kantiano de las prácticas autoeróticas será contundente: “Antes una prostituta que la práctica onanista”, recomendará Kant a los jóvenes. No hay nada, en fin, como la abstinencia ya que, como decía el médico del siglo XVII François-Mercure Van Helmot: “Si la simiente no es emitida, se transforma en una fuerza natural” (3)
Muy dotado para las relaciones sociales y los cumplidos, y muy elocuente desde joven, Kant era bienvenido en los salones. Su interés por las mujeres es visible en sus Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime, que escribió a la edad de 40 años y en sus escritos antropológicos: Antropología Práctica (de 1785), luego ampliada en Antropología en sentido pragmático (de 1798). En las Observaciones distingue entre las mujeres agradables y las encantadoras, habla de las risueñas miradas que perturban a un hombre, y hace elocuentes observaciones sobre la naturaleza del matrimonio. Incluso en su ancianidad, cuenta Ben-Ami Scharfstein, conservaba su sentido de la belleza y del encanto femenino, aunque tal vez influido, por Winckelmann, y también a no dudar por su propia naturaleza, al escribir en sus notas: “La belleza femenina es sólo relativa, la masculina absoluta. Por eso es por lo que los animales machos son bellos a nuestros ojos, porque tienen relativamente poco encanto para nuestros sentidos” (4).

Al parecer, hasta marzo de 1770 la posibilidad de buscar esposa estaba en el horizonte vital del filósofo, pero Kant nunca lo haría. Según su amigo Von Hippel, autor de un Ensayo sobre el matrimonio, en el que mostraba su inquina por esa “costumbre” social del matrimonio, reconoce —en esa fecha— que tal vez su amigo Immanuel Kant caiga en esa torpe tentación. Cosa que no ocurrió, pues ya en su cuarentena vital, al comprobar las dificultades y penalidades que el matrimonio comportaba y ocasionaba a sus amigos “casados” –que se fueron divorciando uno tras otro —, llegó a escribir esta tajante máxima: “Uno no debe casarse”.
Pero que renunciara al matrimonio no significa que no sintiese atracción por las muchachas, ni que desestimara las relaciones con “esos extraños seres humanos” del “otro sexo”, llamado bello. Al parecer Kant tuvo la tentación o intención casarse en más de una ocasión (la verdad es que pocas). Cuando ya tenía 70 años, la prometida del hijo de su amigo Motherby le gustó tanto que siempre le pedía que se sentara en la mesa donde él pudiera verla, fuera del campo de su ojo ciego”. Ciertamente no parecía alojar en su interior sentimientos de “amor romántico”, ni era tampoco un libertino o seductor nato. Pese a su no muy agraciado aspecto físico, y a su figura algo desvalida, no dejo de tener un cierto atractivo para las mujeres. Al parecer gustaba a las damas, quienes lo encontraban interesante, por su vivacidad.
De hecho, tuvo sus admiradoras, más o menos ocasionales. Cuenta Joseph Muñoz Redón (5) que se conserva una carta de 1762, que Kant recibió cuando frisaba los treinta y ocho años en la que una admiradora del filósofo le mandó una atrevida carta insinuante, e incluso algo picante, para concertar una cita con él para verse en un jardín y gozar juntos románticamente de la naturaleza. Se la envió María Charlotte Jacobi, amiga del grupo o círculo intelectual que frecuentaba el filósofo y en el que se analizaban y debatían temas culturales, filosóficos y científicos. En casa del marido, el señor Jacobi, solían reunirse con un general, Von Losson, la Baronesa Thile, el jefe de la casa de la moneda, negociantes, banqueros, científicos y otros contertulios ilustres de la ciudad. Al parecer la dama renovó en 1766 de nuevo su ofrecimiento, sin éxito. Acabaría divorciándose del marido por infidelidad. No sería con Kant, pues éste se alineó con el marido.
“Cuando necesité a las mujeres, no me las podía permitir económicamente, y cuando me las pude permitir, ya no las necesitaba”
I. Kant
Las justificaciones o explicaciones que los biógrafos han dado de su soltería son variadas. Para unos, tal vez su menesterosa economía inicial pudo tener que ver con su soltería. El comediógrafo Von Hippel, buen amigo de Kant, y solterón empedernido, escribió a un amigo que, si Kant recibía garantías de su nombramiento como profesor, podía presentarse como novio en cualquier momento al estar asegurada su economía doméstica, pues estaba dispuesto a dar ese antifilosófico paso (6). Ya de viejo, se cuenta que dijo Kant: “Cuando necesité a las mujeres, no me las podía permitir económicamente, y cuando me las pude permitir, ya no las necesitaba”. Otros especulan sobre imaginarias orientaciones o prácticas sexuales secretas o estigmatizadas socialmente. Las especulaciones sobre posibles visitas a prostíbulos y sobre una supuesta homosexualidad carecen de toda base. El celibato de Kant –- ni esposa, ni novia, ni amante, ni visitas a lugares de lenocinio — se entiende mejor, en cualquier caso, desde la perspectiva higienista de Van Helmot y de Tissot que Kant seguía al pie de la letra y a la que ya antes aludimos, o desde su conocimiento del taoísmo.

Y, desde una perspectiva ética más profunda, vinculada y derivada de su filosofía moral, porque para Kant todo deseo sexual conduce inexorablemente al uso instrumental de las personas (como medios y no como fines en sí mismas, “objetualizándolos”) y, por ello, a la degradación de su humanidad y de su dignidad:
“Quien ama por inclinación sexual convierte al ser amado en objeto de su apetito. Tan pronto como posee a esa persona y sacia su apetito se desentiende de ella, al igual que se tira un limón exprimido su jugo. Es cierto que la inclinación sexual puede vincularse con la filantropía o el amor de la humanidad, pero tomada aisladamente y en sí misma no pasa de ser un mero apetito (7).
Martha C. Nussbaum ha comentado este texto señalando que Kant, a diferencia de los moralistas más estrictos, no deseaba eliminar completamente el deseo sexual, dado su interés en la familia; pero al restringirlo al matrimonio creía haberlo rodeado de garantías externas de interés y de ayuda mutua, limitando así sus inclinaciones nefastas por su condición de apetito (“acompañado de vergüenza”), que nunca podría ser reformado desde dentro. Entiende la filósofa estadounidense que Kant incluiría sólo el amor humano, y no el “amor sexual”, en la vida ética buena (8).

Otros la achacaron a su fijación con la figura materna, una idea de importancia en Freud, para quien la imagen de la madre “queda como el modelo que todas las figuras femeninas deberán en el futuro más o menos seguir hasta poder excitar el caprichoso ardor por el que una inclinación, más bien burda es compelida a la elección entre los diferentes objetos de un sexo”. Los juicios de Kant sobre las mujeres sorprenden cuando se los compara con los indefectiblemente favorables que formulaba sobre su madre Regina Reuter, cuya educación pietista tanto marcó a su hijo, inspirándole el rigor moral que caracteriza su ética. Un psicoanalista podría decir que se resistía a las mujeres que pudieran tratar de usurpar el lugar de aquélla, por un mecanismo de rechazo y transferencia. Pero quizás inconscientemente la estaba atacando (9).
BIBLIOGRAFÍA Y NOTAS
1. Michael J. Sandel Justicia ¿Hacemos lo que debemos?, Penguin Random House Editorial Debolsillo. Barcelona, 2011, pp. 149-152. En su opinión, para Kant, sólo el sexo dentro del matrimonio “puede liberarse de degradar la humanidad” pues eleva el sexo al llevarlo más allá de la gratificación física y ligarlo a la dignidad humana. Dos personas pueden librarse de que el sexo los convierta en “objetos” sólo cuando se dan la una a la otra en su “integridad” y no sólo para el uso de sus facultades sexuales. Sólo cunado ambas “comparten con la otra persona el cuerpo y el alma, en lo bueno y en lo malo y en todos los aspectos” puede su sexualidad conducir a “una unión de seres humanos” (p. 167). Ni el consentimiento, ni la autonomía bastan por sí solas para conferir a un acto/conducta respeto “hacia sí mismo” o conformidad y adecuación con la “dignidad Humana” (Ibíd.).
2. Kant, Lecciones de ética, trads., Roberto Rodríguez Aramayo y Concha Roldán Panadero, Crítica, Barcelona, 1988, pp. 163-164.
3. Josep Muñoz Redón, Las razones del corazón Los filósofos y el amor, Ariel, Barcelona, 2008, pp. 52-54.Samuel Auguste Tissot (1728-1797) fue un médico suizo higienista, amigo de Voltaire y de Rousseau, autor de un tratado, L’Onanisme. Dissertation sur les maladies de la masturbation, en 1760 (previamente apareció en latín, en 1758). Para la aparición de esta entidad nosológica fue necesario que, en el contexto de la moral cristiana, se fuese conformando un ambiente normativo contrario a esa práctica sexual. A partir del cual, otros valores —sociopolíticos y culturales – propios de la Ilustración hicieran posible que surgiera esa práctica sexual como enfermedad debilitante y esterilizante. Su influencia terminó medicalizando y patologizando esa práctica en la medicina occidental durante los dos siglos siguientes. Kant fue uno de los que en ese contexto ilustrado fue influenciado por sus doctrinas asumiendo sus consejos y prevenciones al respecto.
4. Citado en Ben-Ami Scharfstein, Los filósofos y sus vidas, Cátedra, Madrid, 1984, p. 241.
5. Joseph Muñoz Redón, Las razones del corazón. Los filósofos y el Amor, cap. El derecho al amor. Emmanuel Kant, pp. 47-55. Por su parte, Ben-Ami Scharfsteinrelata algunos otros intentos matrimoniales. En una ocasión Kant llegó a pensar en casarse con una simpática viuda. Pero “comenzó a calcular los ingresos y los gastos y consideró conveniente aplazar su decisión de un día para otro hasta que la joven le abandonó para casarse con otro”. Posteriormente nos informa de este otro, esta vez protagonizado por una una bella muchacha deWestfalia, cuya compañía le complacía; pero era dama de compañía en los viajes de una mujer, y cuando él se decidió a visitarla resultó que estaba ausente. que en otra ocasión dijo haber considerado y luego perdido su entusiasmo. Y algunos cotilleos más redundantes o imaginados por algún biógrafo ocioso. Lo cierto es que, con todo, Kant fue reacio al matrimonio, y permaneció célibe toda su vida, Vid., en Ben-Ami Scharfstein, Los Filósofos y sus Vidas, pp. 242 y ss.
Filósofos famosos no ya célibes sino vírgenes, sin relación o contacto carnal, han existido siempre (Plotino, Tomás de Aquino, Erasmo de Rotterdam, Spinoza, Pascal, Malebranche, Hobbes, Locke, Hume, Leibniz, Newton, Huygens, Adam Smith, J. Bentham, Kant, Simone Weil, e incluso Jacques Maritain, cuyo matrimonio con Raissa, fue de mutuo acuerdo casto); también simplemente solteros, (Platón, Descartes, Nietzsche, George Santayana, J. P. Sartre); u homosexuales (Weininger, Wittgenstein, Foucault).
6. Aun siendo un tópico injustificado, siempre se suele aludir a la soltería de los filósofos. Nietzsche llegó a decir que” todo filosofo casado me parece un personaje de comedia”. Filósofos famosos no ya célibes sino vírgenes, sin relación o contacto carnal, han existido siempre (Plotino, Tomás de Aquino, Erasmo de Rotterdam, Spinoza, Pascal, Malebranche, Hobbes, Locke, Hume, Leibniz, Newton, Huygens, Adam Smith, J. Bentham, Kant, Schopenhauer, Kierkegaard, Simone Weil, e incluso Jacques Maritain, cuyo matrimonio con Raissa, fue de mutuo acuerdo casto); también simplemente solteros, (Platón, Descartes, Nietzsche, George Santayana, J. P. Sartre); u homosexuales (Weininger, Wittgenstein, Foucault). Es decir, el panorama es variado como en todos los seres humanos, e irrelevante para el ejercicio intelectual, artístico o profesional de cualquier índole y para su valoración ética personal. Pero en comparación con los “casados” han sido minoría. Uno de ellos, Francis Bacon, que escribió esto: “Ciertamente las mejores obras son escritas por solteros u hombres sin niños”, se casará poco después. Schopenhauer, decía detectar a las mujeres y abominaba de toda relación sexual porque pensaba que el objetivo de nuestras vidas, correctamente entendido, es la liberación de nuestra voluntad del impulso erótico/deseo sexual que comporta una atadura o apego a la existencia, que es el mal y la causa de todos nuestros sufrimientos. Sin embargo, no dejaba de relacionarse a la menor ocasión con mujeres bellas, alegres y divertidas.
Lecciones de ética, op. cit. pp. 163-164.
7. Kant, Lecciones de ética, op. cit., pp. 163-164.
8. Martha C. Nussbaum, Pasajes del pensamiento. La inteligencia de las emociones, Paidós, Barcelona, 2008, pp. 511-513
9. A favor de esta posibilidad puede recordarse que Kant creía que su predisposición a la hipocondría la causaba su estrecho tórax. Y es el caso que atribuía a su “pecho cóncavo”, junto con su apariencia general, a su madre, y es posible que haya sentido oscuramente que ella tenía la culpa de esta herencia, tal como había de culparla, aunque públicamente se la elogiase, de su muy rigurosa y estricta moralidad.
INDICE
I. KANT. PERFIL PSICOLÓGICO DE UN FILÓSOFO SOLTERÓN
II. LOS ULTIMOS AÑOS: LA MUERTE DE UN FILÓSOFO
III. SEXUALIDAD HUMANA, AMOR Y MATRIMONIO
IV. KANT. INFERIORIDAD BIO-PSICOLÓGICA FEMENINA
V. KANT. INFERIORIDAD MORAL FEMENINA
VI. KANT. INFERIORIDAD INTELECTUAL FEMENINA
VII. SUMISION Y EXCLUSIÓN DE LA CIUDADANÍA DE LA MUJER






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