Las leyes del movimiento en relación con el andar
“El movimiento es la causa universal de la naturaleza.” — dejó escrito Aristóteles. Newton, por su parte, descubrió que todo cuerpo, incluso el más distante, se halla sometido a fuerzas. En el universo nada está verdaderamente quieto: cada partícula vibra, cada planeta responde a la atracción de otro.
También en la educación sucede algo parecido. Los cuerpos, los pensamientos y los afectos se mueven bajo fuerzas visibles e invisibles: la curiosidad, el miedo, la rutina, el deseo de comprender y mejorar.
La Pedagogía Andariega puede leerse, entonces, como una física encarnada del aprendizaje. Si la Física describe cómo se mueven los cuerpos, nuestra pedagogía indaga por qué y para qué se mueven. Ambas reconocen una verdad común: que el movimiento es el principio de toda transformación.
Primera ley de Newton: “Todo cuerpo persevera en su estado de reposo o de movimiento uniforme si no actúa una fuerza externa sobre él.”
En el ámbito educativo, la inercia adopta formas harto conocidas: programas que se repiten, aulas que no cambian, metodologías que ignoran el paso del tiempo…
Un sistema en reposo tiende a permanecer inmóvil si no se le aplica una fuerza externa. Esa fuerza, en nuestro contexto, implica el acto de salir a la calle, de poner el cuerpo en relación con el entorno, de alterar la rutina de la enseñanza actual.
El impulso andariego no se impone: se despierta. Es una invitación al movimiento sensible, al roce con el mundo, a la experiencia que rompe la quietud. Como escribía Merleau-Ponty, “habitar el espacio es habitar la posibilidad de moverse”.
Cuando caminamos con nuestros alumnos no buscamos solo el desplazamiento físico: buscamos vencer la inercia mental que adormece la curiosidad. Caminar es reanudar el aprendizaje. Se trata de una fuerza interior que devuelve vitalidad al pensamiento y que recuerda que la educación, como el universo, necesita ser puesta en marcha una y otra vez.
Segunda ley de Newton: “La fuerza que actúa sobre un cuerpo es igual a su masa por su aceleración (F = m·a).”
La segunda ley de Newton ofrece una imagen precisa del acto educativo: la fuerza pedagógica no depende de la cantidad de energía invertida, sino de la relación entre el peso de la experiencia individual y el ritmo de su aprendizaje.
Si la experiencia (masa) es liviana —sin sentido, sin afecto—, ninguna aceleración (ritmo) la hará significativa. Si la experiencia es demasiado pesada —impuesta, saturada—, el avance se vuelve imposible. El equilibrio entre ambas definirá la potencia del movimiento educativo.

El maestro andariego, como un físico del alma, regula esta ecuación constantemente. Sabe cuándo aumentar el ritmo y cuándo disminuirlo, cuándo dejar que el paisaje, el artesano o el ganadero hablen, y cuándo detenerse a reflexionar consigo mismo.
En nuestro caminar, la fuerza se mide en compromiso: compromiso con nosotros mismos, con los demás y con la realidad que nos circunda.
El movimiento no es, pues, un resultado mecánico, sino una forma de correspondencia viva entre cuerpo, entorno y tiempo. Así, el aprendizaje se convierte en la experiencia de sentir cómo las leyes del universo también rigen, invariablemente, en el interior de cada ser que aprende.
Tercera ley de Newton: “A toda acción corresponde una reacción igual y opuesta.”
Esta ley revela una ética profunda: toda fuerza genera una respuesta; todo acto produce reacciones. Entre nosotros esta reciprocidad resulta fundamental. Caminar con otros implica aceptar que cada gesto educativo conlleva una reacción humana: lo que el maestro ofrece transforma al alumno, pero también lo transforma a él mismo.
Frente a la unidireccionalidad del modelo tradicional —enseñar desde legislaciones, evaluar desde fuera—, el movimiento andariego restablece la simetría de las fuerzas: enseñar supone dejarse enseñar; guiar implica dejarse conducir. ¡Algo que los educadores debiéramos aprender apenas entremos en contacto con niños y jóvenes!
En el camino, la acción no se opone a la reacción: la contiene. Cada paso de los alumnos modifica el ritmo del docente; cada experiencia del entorno devuelve al grupo una comprensión nueva.
El saber se convierte así en energía compartida, en una danza de fuerzas que se equilibran y se reconocen solidariamente.
En resumen, las tres leyes de Newton no solo explican la dinámica del universo: ilustran el modo en que se despliega nuestra denominada Global Wayfaring Pedagogy ,en inglés.
Las leyes del movimiento describen un universo dinámico, interdependiente y sensible a las fuerzas. La educación, cuando se asume como proceso vital y no como sistema de transmisión, obedece a estos mismos principios.
Nuestra aportación amplía la de Newton al situar sus leyes en el terreno del sentido y la relación. El universo se mueve porque existe la fuerza. La educación se transforma porque existe la aspiración y el deseo de mejora. Entre ambos movimientos —el cósmico y el humano— se dibuja la línea invisible de una verdad compartida: que el aprendizaje comienza cuando nos ponemos en marcha, porque, como ya adelantábamos en otra ocasión: “Caminar no es solo desplazarse, supone reconciliarnos con el Universo.”
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