VI. KANT. INFERIORIDAD INTELECTUAL FEMENINA
El atributo de la belleza se extiende no solo a la moralidad, como hemos visto, sino a todas las cualidades del sexo femenino, incluida la inteligencia. Al confrontarla con la inteligencia masculina, Kant observa que “el bello sexo tiene sin duda tanta inteligencia como el masculino, sólo que es una inteligencia bella; la nuestra debe ser una inteligencia profunda, como expresión para significar lo mismo que lo sublime” (O. B. S. 229).
De nuevo nos encontramos con una discriminación infundada y gratuita: la afirmación de que la inteligencia femenina es “bella”, más que profunda, esto es, que es una inteligencia más ligera que se realiza aparentemente sin un esfuerzo profundo: “La inteligencia bella selecciona como objetos suyos cuanto está emparentado con el sentimiento delicado, y abandona para la inteligencia infatigable, metódica y profunda, las especulaciones abstractas o los conocimientos que son útiles, pero secos” (O. B. S. 230).

Y, por consiguiente, la inteligencia de la mujer se encuentra menos capacitada que la del varón para tareas intelectuales que sí exigen tal esfuerzo: sean las relacionadas con las ciencias físicas, las matemáticas, la filosofía, e incluso la geografía y la historia, y todos aquellos saberes que requieren un razonamiento más abstracto y laborioso. “Una reflexión profunda y un tratamiento largo y continuado son nobles, pero pesados y no se corresponden bien con una persona en la que los atractivos naturales no deben mostrar otra cosa que no sea una naturaleza bella” (O. B. S., 229). Precisamente por ello: “El contenido de la gran ciencia de la mujer es ante todo el ser humano y, entre los seres humanos, el varón. Su filosofía no consiste en sutilizar, sino en sentir” (O.B.S., 230).
En su Antropología práctica (1), Immanuel Kant señala explícitamente que “El hombre piensa conforme a principios; la mujer, tal y como piensan los demás; si bien ésta se adhiere a la opinión general para obtener una aprobación que no podría conseguir en caso contrario.” (A. P. 115). Su dependencia del juicio exterior, de la opinión ajena la incapacitan para ser auténtico sujeto de conocimiento.
En lo que respecto a su educación,varón y mujer son distintos, por ello deben educarse por separado, como postulara Rousseau, porque la misma educación de naturalezas desiguales daría lugar a un tópico muy comúnmente deplorado en la época: la “confusión des sexes” (Kant habla en este sentido de “mujeres barbadas y hombres lampiños”). La mujer no debe injerirse en las ocupaciones del hombre. De todo ello se concluye que, en lo que se refiere a su educación, Kant seguirá en este punto, la misma argumentación que Rousseau y, por eso, considera que:

“Aprender con trabajo o cavilar con esfuerzo, aun cuando una mujer debiera progresar en ello, hacen desaparecer los primores que son propios de su sexo, y pueden convertirse en objeto de una fría admiración a causa de su rareza, pero debilitan al mismo tiempo los encantos mediante los cuales ejercen ellas su gran poder sobre el otro sexo. Una mujer que tenga la cabeza llena de griego, como la señora Dacier, o que mantenga discusiones profundas sobre la mecánica como la marquesa de Chatelet, únicamente puede en todo caso tener además barba; pues este sería tal vez el semblante para expresar más ostensiblemente el pensamiento profundo, para el que ellas se promocionan” (O. B. S., 229-230) (2).
Kant sostiene, por lo tanto, que las mujeres están recluidas, en lo referente al saber y a la cultura, en el reino de lo bello:
“Tampoco tendrán necesidad alguna de conocer sobre la estructura del universo nada más que aquello imprescindible para hacerles conmovedor el aspecto de una noche bella, si es que han llegado a comprender de alguna manera que pueden existir otros mundos y por lo mismo también otras bellas criaturas. El sentimiento por la expresión en la pintura y en la música, no en cuanto es arte, sino en cuanto manifiestan sensibilidad, todo ello refina o realza el gusto de este sexo y tiene cierta conexión, en todo momento, con emociones morales. No les conviene nunca una instrucción fría y especulativa, sí sensaciones en todo tiempo y precisamente de aquellas que se mantengan lo más cercanas posible a su relación con el otro sexo. Una enseñanza de este estilo es rara, porque se exige para ella talentos, capacidad de experiencia y un corazón con mucho sentimiento. La mujer puede prescindir muy bien de toda otra enseñanza, y aun sin ésta, comúnmente ella se forma muy bien por sí sola” (O.B.S., 231).

Esto lo confirma Kant en una observación de su Antropología en sentido pragmático, según la cual, la mujer usaría la cultura como un adorno, más que por su valor intrínseco: “Las mujeres cultas utilizan los libros poco más o menos como el reloj, que llevan para que se vea que lo tienen, aunque de ordinario esté parado o no vaya con el sol”. Sólo con el paso del tiempo, cuando se han marchitado sus gracias y encantos o cuando se siente la amenaza de la edad — “el gran asolador de la belleza” — la mujer pasa del reino de lo bello al de lo sublime, es decir, “las cualidades sublimes y nobles tienen que ocupar poco a poco el lugar de las bellas” (O. B. S. 239). Sólo entonces tiene la mujer vía libre para el acceso a las ciencias bajo la tutela del marido: “Al mismo tiempo que van remitiendo las pretensiones de sus encantos, la lectura de libros y la ampliación de su inteligencia pudiera reemplazar insensiblemente el puesto que dejan vacante las Gracias por las Musas” (O. B. S. 239-240).
El ser sujeto de conocimiento parece ser para Kant incompatible con ser objeto de deseo, pues sólo les concede a las mujeres esa capacidad de aprender y conocer en la vejez, como con insistencia reitera el filósofo. Pero en general, y sobre todo en la juventud, el modo femenino de contribuir al progreso de la humanidad consiste únicamente en suscitar emoción por la belleza. La mujer pertenece a la naturaleza, pero a una naturaleza cuya finalidad no es sólo la de reproducir la especie sino reproducir también el buen gusto, el refinamiento y la civilidad: refinar la sociedad.

La naturaleza a través de la mujer ha contribuido a inspirar e infundir en el hombre los sentimientos más delicados, que pertenecen a la civilización, es decir, los de la sociabilidad y de la convivencia, de modo que su moralidad, unida a la “gracia para hablar y para hacer”, ha llevado al hombre, si no a la moralidad misma, al menos a “lo que es como el hábito externo de la moralidad, es decir, a ese comportamiento cívico que es la preparación y recomendación para la vida moral. Seguramente esa ha sido la aportación femenina al proceso de civilización de las costumbres.
BIBLIOGRAFÍA Y NOTAS
1. Antropología práctica (Según el manuscrito inédito de C. C. Mrongovius, fechado en 1785), edición preparada por Roberto Rodríguez Aramayo, Tecnos, Madrid, 2007.
2.A esto se refiere Celia Amorós, cuando comenta en este sentido que: “la mujer sabia, como madame du Chatelet, traductora al francés de los “Principia” de Newton, se le antojaba a Kant desgarbada y hombruna. En su opinión, debería llevar bigote y barba. En realidad, es un monstruo porque va en contra de “los designios de la naturaleza”, cuya voluntad prescriptiva resulta coincidir con la vocación coreográfica de los varones a la hora de distribuir espacios”. Vid. en Celia Amorós, Tiempo de feminismo. Sobre feminismo, proyecto ilustrado y posmodernidad, op. cit., p. 261.
3. Michelle Crampe-Casnabet, “Las mujeres en las obras filosóficas del siglo XVIII”, en Historia de las Mujeres, tomo 3º. Del Renacimiento a la Edad Moderna, dirigida por Georges Duby y Michell Perrot, Taurus, Madrid, 1993, p. 360.
INDICE
I. KANT. PERFIL PSICOLÓGICO DE UN FILÓSOFO SOLTERÓN
II. LOS ULTIMOS AÑOS: LA MUERTE DE UN FILÓSOFO
III. SEXUALIDAD HUMANA, AMOR Y MATRIMONIO
IV. KANT. INFERIORIDAD BIO-PSICOLÓGICA FEMENINA
V. KANT. INFERIORIDAD MORAL FEMENINA
VI. KANT. INFERIORIDAD INTELECTUAL FEMENINA
VII. SUMISION Y EXCLUSIÓN DE LA CIUDADANÍA DE LA MUJER






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