La voz de Molinera: «¡Menos belenes y más parabienes!»

Por la paz, la convivencia y el respeto a todas las vidas

Soy Molinera, la burrita que camina por los senderos polvorientos de la Serranía de Ronda… llevando por doquier la Pedagogía Andariega.

Hoy mi corazón late junto a los pueblos masacrados…
junto a las ciudades reducidas a escombros…
junto a los campos que ya no dan fruto.

Sé bien lo que viven mis congéneres en Palestina.
Siento en mi piel su cansancio y su angustia.
Animales que acompañamos a familias enteras en su huida…
cargados de enseres, recuerdos… y miedos.
También cargamos sus silencios, su pena… por la matanza de tantos inocentes.

Por eso hoy quiero prestar mi voz a quienes no pueden gritar:
animales, personas, hogares enteros arrancados de sus tierras y sus raíces.

No hay pasto en medio de tanta devastación.
No hay agua limpia.
No hay sombra donde descansar.

Mis patas flaquean.
Mi lomo arde bajo el peso de la necesidad.
Mi estómago vacío conoce bien el sabor del abandono.

Sobre mis costillas se acumulan el odio…
la indiferencia…
y la hipocresía de quienes hablan… pero no actúan.

Nosotros, en cambio, no dejamos tirada a la gente.
Transportamos sus huesos…
sus historias…
sus memorias…
sus esperanzas…
y aun así nuestras voces…
y las de quienes acompañamos…
quedan ahogadas en el polvo del exilio.

Hoy rebuzno alto y claro: renuncio a ser un mero adorno en los portales de Belén.

Renuncia a ser esa tonta de los villancicos, cargada de chocolate
No quiero que mi figura sirva para escenas dulcificadas…
mientras afuera se perpetúa el dolor…
la discriminación…
y la violencia.

¡Basta!
¡Menos Belenes y más Parabienes!

Que esos portales de Belén engañosos y discriminatorios desaparezcan…
o, si acaso permanecen, que sean símbolos de encuentro, reflexión y convivencia posible.

Aquí, en esta llamada “civilización” occidental, veo que muchas escuelas cuentan solo una parte de la historia.
Se enseñan tradiciones del pueblo judío…
pero se silencian las de la cultura palestina…
y del mundo árabe, también hijos de esta misma tierra…
y protagonistas de su memoria.

¿Cómo hablar de paz si la historia se cuenta a medias?
¿Qué aprendemos al olvidar a quienes han caminado y cuidado estos mismos caminos?

La educación debe mostrar que nadie es extranjero en esta Tierra.
Que judíos y árabes comparten raíces… saberes… esperanzas.
Que todas las culturas merecen ser reconocidas y respetadas.

Por eso quiero rebuznar, con toda la fuerza de mis pulmones, la siguiente proclama:

Que los portales de Belén apaguen sus luces ficticias…
para encender las luces verdaderas de la justicia.

Que la infancia aprenda que la paz se cultiva
mirando de frente a todas las vidas.

Que se cuide a las personas desplazadas…
a los animales que las acompañan…
y a la tierra que todavía puede sostenerlos.

Las burras y los burros no somos invisibles.
Los pueblos oprimidos no son invisibles.

Todos somos Molinera.
Todos somos compañeros de camino.
Y nuestra voz quiere llegar tan lejos…
como nuestro paso lento, pero resistente.

Que la escuela eduque desde una dignidad compartida.
Que los portales de Belén vuelvan a ser un canto a la convivencia.
Que nunca más un niño —sea humano o animal— tenga que vivir bajo las bombas…, el hambre…, el miedo.

¡Tierra, pan, libertad y educación para el pueblo de Palestina!

¡Para el de Ucrania!
¡Para todas las criaturas!
¡Para cada vida que se resiste a desaparecer!

Isidro García Cigüenza

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