Uno de los más grandes teólogos de nuestro tiempo, Karl Rahner, escribió en la década de los ochenta del pasado siglo, que “en el siglo XXI los cristianos serán místicos o no lo serán”. Con esas palabras (de su ensayo “Ser cristiano en la Iglesia del Futuro”) el teólogo germano vislumbraba ya de una manera diáfana y en consecuencia “luminosa” (del latín “Lux”), algo que se fue gestando, sin ninguna duda, en la mística cristiana femenina del pasado siglo XX. Esa mística, nos ofreció, efectivamente, un rostro secular y extra-clerical constatable. La “laicización de la mística” se fue haciendo realidad ostensible en el mundo occidental: mujeres judías, pensadoras agnósticas y profesionales seglares, ajenas a las Iglesias jerárquicas (y vinculadas con la fe tal vez como “cristianas anónimas”) alcanzaron, por caminos diferentes, el encuentro con la vivencia y la experiencia mística, que desde entonces iluminó sus vidas.
Nos referimos a mujeres místicas como la germana Edith Stein, filósofa discípula de Husserl, que llegó a profesar como monja carmelita tras su conversión al catolicismo ya en una edad madura ; la francesa Simone Weil, pensadora deslumbrante y profesora de filosofía de Liceo; y la neerlandesa Etty Hillesum, escritora de unas “Cartas” y un “Diario” sobre sus conmovedoras vivencias y experiencias en el campo de concentración nazi de Westerbork. Todas, nos ofrecieron ejemplos admirables y esperanzadores de vidas entregadas a la contemplación, la experiencia mística y la oración. Se trató de una mística, patrimonio del pueblo de Dios, de los cristianos de a pie, — confesional o no — que teólogos, como Johann Baptist Metz, bautizarán años más tarde con el nombre de “Mística de los ojos abiertos”.
Mística, caracterizada por servir a una fe buscadora de justicia. En su opinión, los cristianos deben ser, ciertamente, místicos, pero no exclusivamente en el sentido de una experiencia individual espiritual meramente contemplativa, “sino en el de una experiencia de solidaridad espiritual” con los demás. Obligados a ser, por ello mismo, ‘místicos de ojos abiertos’, es decir, que nos hagan compartir el sufrimiento de los demás, que nos insten a sublevarnos contra el “sinsentido del dolor inocente e injusto” y que susciten en nosotros hambre y sed de justicia, de una justicia para todos. Esa fue, avant la lettre, la mística que profesaron esas heroicas mujeres judías y próximas al cristianismo, y que las llevaron a inmolar sus vidas tras extenuantes esfuerzos, trabajos y sacrificios por los más débiles y necesitados, durante los trágicos años de la Segunda Guerra Mundial. En los tres casos, nos encontramos con místicas comprometidas con el mundo, ya que practicaron (sin saberlo) una mística de ojos abiertos o una mística de la misericordia y de la solidaridad (en expresión del teólogo jesuita Ignacio González Faus); que las llevó a una espiritualidad caracterizada por ser contemplativas o pasivas respecto a Dios, pero activas respecto a los hombres, y que comprometieron, en fin, sus vidas por la causa de los perseguidos, los oprimidos y las víctimas. Vivieron “en tiempos sombríos”, trataron de liberar al mundo del dolor, asumiéndolo en carne propia.
La primera de ellas, Edith Stein fue tomada prisionera, con su hermana, en el Carmelo de Echt y trasladadas a Auschwitz. Allí murió Edith, la santa carmelita, el 9 de agosto de 1942, con 51 años. Poco antes de morir –- cuenta un prisionero superviviente — se la vio en el campo sentada en el barracón, desolada y con una serena tristeza en sus ojos, como una Pietá sin el Cristo.
Simone Weil, la segunda, entregó su vidaa los 34 años, el 24 de agosto de 1943, después de una vida inmolada a los pobres, a los obreros, a los campesinos y, al final de su vida, a sus combatientes franceses, como una auténtica mártir de la solidaridad y de la caridad. Había decidido dormir en el suelo y no comer más de la ración asignada a un soldado en el frente o a sus compatriotas prisioneros de los campos de concentración nazi. La debilidad y la tuberculosis se adueñaron de su salud hasta morir en el Sanatorio de Ashford. Fue enterrada el día 30 en el New Cemetery de Ashford en la zona reservada a los católicos.
De los últimos momentos de Etty, la menor, la más joven de las tres, poco sabemos con certeza. Solamente que encontró la muerte llena de vida y alegría, con 29 años. El 7 de septiembre de 1943, partía junto a su familia (sus padres y su hermano Mischa) desde el campo de Westerbork (campo de tránsito no de exterminio) en el convoy que le llevaría a una muerte anónima en las cámaras de gas de Auschwitz. Según la Cruz Roja ello sucedió el 30 de noviembre de ese mismo 1943.
A pesar del aparente final trágico, infausto y truncado de sus vidas, a pesar del desprendimiento y de la autonegación de sí mismas — entregadas u ofrendadas en sacrificio por amor a Cristo y a los demás —- en absoluto las vidas de estas mujeres fueron vidas malogradas o sinsentido, sino plenamente logradas, máximamente realizadas. De ellas podemos decir lo que Susan Sontag escribió al comentar la vida, pasión y muerte de la joven Simone Weil: “Algunas negaciones de la vida permiten la verdad, crean salud y embellecen la vida”.
No anda, en consecuencia, muy descaminada nuestra genial, admirable y carismática compositora, coreógrafa y cantante Rosalía, cuando — de una manera fascinante e intuitiva — ha sabido conectar, en su reciente álbum “Lux”, con la simbología religiosa de esa corriente y de esa espiritualidad mística (sobre todo con la figura de S. Weil, de la que toma además del título, numerosas referencias icónicas), lo que permite a nuestra joven artista ofrecer a las juventudes del mundo toda una ventana de oportunidad —de solidaridad y esperanza en un futuro más luminoso y humano — para superar el relativismo, el materialismo, el hedonismo, el consumismo y el sinsentido de un mundo atribulado y doliente, que las enajena y oprime y que, cada vez más, sólo les brinda caminos autodestructivos y esclavizadores para mal conducir su existencia y hacer fracasar sus más nobles proyectos de vida personal, responsable, libre e ilusionante.
[NOTA: Este artículo de Tomás Moreno se ha publicado en la edición impresa de IDEAL Granada, correspondiente al martes, 18 de noviembre de 2025, pág. 23]






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