Empiezan a caer las primeras lluvias y enseguida olvidamos las rutinas del verano: los viajes, las comidas familiares, el tiempo compartido con los amigos. También desaparecen los espacios para la reflexión individual y el encuentro con uno mismo. Y los breves momentos en los que hacemos balance del curso anterior.
Una piscina es, quizás, el mejor lugar para relajarse, descansar y pensar en el futuro. Después de nadar varios largos, no hay nada mejor que tumbarse boca arriba, y pararse a contemplar desde el agua el cielo al atardecer. Un avión que cruza. Las bandadas de pájaros. Las azoteas. Los árboles mecidos por el viento. Nada más existe a nuestro alrededor en ese instante mágico de flotación.
Una piscina es un buen sitio para modelar cada verano nuestros sueños y proyectos personales. Para replantearnos la vida futura y pensar que todo es posible. Cuando estamos sumergidos, llegamos a ver la vida del color azul de nuestras gafas, podemos observar nuestros propios movimientos a menor velocidad y llegamos a distinguir dentro del agua las voces familiares entre los sonidos distorsionados. Incluso, en cada largo podemos perseguir una idea, un proyecto, un largo deseo.
Una piscina es, además, un espacio donde aprender. A nadar y a relacionarse. Nunca olvidaremos la piscina donde nos enseñaron a flotar y dimos nuestras primeras brazadas. La piscina donde aprendieron a nadar nuestros hijos. O la piscina de la urbanización donde nos reuníamos en pandilla cada verano.
Es un clamor que en Granada faltan piscinas públicas de verano. Está claro que los granadinos han hecho de la indolencia su bandera. Que a muchos ya les da igual ocho que ochenta. |
La piscina de mis recuerdos está en Granada, en el campus universitario de Fuentenueva, el lugar donde se forman desde hace medio siglo los futuros ingenieros, ese pequeño oasis donde muchos granadinos pasean y se entrenan a diario. En esta piscina he nadado cientos de kilómetros, a braza principalmente. Aquí mi hija aprendió a nadar con solo tres años. En su agua fría he apurado las últimas tardes de muchos veranos, sumergido boca arriba, contemplando el cielo y las azoteas.
La piscina universitaria de Fuentenueva es la única piscina olímpica de Granada. La única piscina pública al aire libre que está dentro del centro histórico. La piscina más solidaria y con los mejores precios del área metropolitana -las piscinas de los pueblos vecinos de Granada triplican sus precios para los no empadronados-. La única que siempre ha estado abierta a todos, universitarios y no universitarios, granadinos de la capital y de la provincia, turistas nacionales y extranjeros. Para que todos y todas pudiesen hacer ejercicio o refrescarse un rato en los meses de verano.
En esta piscina pública se han tejido cientos de historias. De amistad, de amor y de superación personal. Historias de niños que comenzaban a nadar, de adolescentes que jugaban a dar saltos desde el bordillo y de jóvenes nadadores que pasaban todo el año entrenando hasta alcanzar su marca. También historias de ancianos que ejercitaban sus huesos lentamente bajo el agua. Incluso los más pequeños han llegado a ver aquí sirenas en lo más profundo.
La piscina está en el corazón de los ‘paseíllos universitarios’, la infraestructura deportiva emblemática de la Universidad de Granada, la que partió en dos el nuevo Metropolitano y la que logró remover por un momento el orgullo de los granadinos. Tres pabellones, un campo de fútbol, otro de rugby, pistas de baloncesto, tenis y balonmano. Los ‘paseíllos’ son un icono del deporte granadino y la única zona verde y de esparcimiento público de esta parte de la ciudad.
La piscina universitaria de Fuentenueva lleva ya cinco años cerrada. Y los signos de su abandono son manifiestos. |
A pesar de todos estos argumentos -que no son menores-, la piscina universitaria de Fuentenueva lleva ya cinco años cerrada. Y los signos de su abandono son manifiestos. No tiene agua. Su vaso está lleno de escombros. Sus gradas están sucias y despintadas. El césped ha sido vencido definitivamente por las malas hierbas.
La Universidad de Granada dice no tener dinero en su presupuesto -405 millones de euros- para poder asumir los tres millones de su reforma, y para acometer las obras, la rectora ha planteado a la Junta de Andalucía que asuma el coste en compensación por las obras del Metro. Una medida tan justa como extemporánea.
Mientras tanto, el Ayuntamiento de Granada planea una gran operación urbanística en la zona para costear un hipotético soterramiento del Ave. Su proyecto es una de las transformaciones urbanas de mayor envergadura de las últimas décadas, que forzará una ‘innovación’ del PGOU, y que prevé la construcción de viviendas, aparcamientos, zonas comerciales y hoteles al lado de la nueva estación del tren. Un proyecto especulativo, que obligaría a la UGR a trasladar sus comedores universitarios y su campo de rugby. Su parcela linda con la de Adif y resulta muy apetitosa. ¿Y qué hacemos ahora con la piscina? Es un clamor que en Granada faltan piscinas públicas de verano. Está claro que los granadinos han hecho de la indolencia su bandera. Que a muchos ya les da igual ocho que ochenta. Y salvo que las próximas elecciones andaluzas, o las elecciones al rectorado, obren el milagro, la piscina de Fuentenueva puede ser muy pronto otro recuerdo más de esta ciudad. Y con ella, sus históricos ‘paseíllos universitarios’.
Reflexionemos. Hagamos balance. Pensemos en el futuro: en los días de calor extremo del próximo verano. Siempre será mejor una piscina que un parking o un hotel. Una piscina al aire libre es, sin duda, el mejor lugar para refrescarse y descansar, para hacer ejercicio y entrenarse, donde aprender a nadar y a relacionarse. O simplemente, para flotar de vez en cuando.
Publicado en la edición impresa de IDEAL, correspondiente al 22 de octubre de 2018 (pág. 17)
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