Cuando todo termine no bastará con cargar contra nuestra clase política, aunque por todos es sabido, también internacionalmente, que no está a la altura de la sociedad española. Tampoco será solo cuestión de contar los días de retraso con los que actuamos, ni si las mascarillas eran suficientes y homologadas, porque todo lo dicho forma parte del pasado más reciente.
Pretendo referirme aquí a lo que se debería haber hecho mucho antes de que el Covid-19 se acercara siquiera a nuestras costas y no se hizo. Y, en consecuencia, a lo que es imprescindible que hagamos “cuando todo termine” si queremos estar mejor preparados la próxima vez que algo similar nos suceda.
Empezando por la ciencia, porque está claro que nuestra supervivencia en el futuro dependerá cada vez más de ella. Y no puede volver a ocurrir que los investigadores tengan que buscarse la vida fuera de nuestras fronteras, en países como Alemania -por cierto: bastante mejor parada en este asunto-. Tenemos que mantenerlos aquí a todos y con todos los medios posibles. Necesitamos menos rotondas y más laboratorios. ¡Subamos ya nuestro presupuesto para CIENCIA E INVESTIGACIÓN!
También la sanidad. Durante años hemos venido oyendo que “es la mejor del mundo” y permitan que lo ponga en duda: ni sus recursos humanos ni sus recursos materiales han sido los suficientes, porque llevamos años de recortes que han afectado a las plantillas y a las instalaciones, a lo que podemos sumar unos gestores de los más ineficientes de la administración desde hace décadas y unos sindicatos arbitrarios que solo defienden sus propios intereses o los de algunos de sus afiliados. En consecuencia: ¡Subamos ya también nuestra inversión en SANIDAD! y dejémosla en las manos exclusivas y libres de los mejores profesionales de la medicina y la enfermería.
Pero “pongamos que hablo de Madrid” (según diría Sabina). Allí es donde más se ha cebado el dichoso virus. ¿Solo casualidad? ¿No tiene nada que ver una aglomeración urbana de cerca de siete millones de habitantes en el espacio equivalente a una provincia más pequeña que la de Granada?
La Comunidad de Madrid se acerca en población al conjunto de la de Andalucía, que ha estado menos gravemente afectada por la epidemia. Pero su superficie es casi once veces menor que la andaluza. Y para colmo, Madrid, en el centro de la península, está rodeada de dos grandes comunidades con muy escasa presencia de seres humanos: Castilla La Mancha y Castilla León. ¿Cómo se ha consentido este crecimiento tan desequilibrado? Me consta que el tema viene de lejos, pero ha sido negligente por parte de todos los gobiernos de la democracia no haber potenciado un mejor reparto de la población. El motivo no es otro que solo se han tenido en cuenta factores económicos que han propiciado un crecimiento desmedido de la actividad productiva, de la construcción y de los habitantes allí donde el lucro podía ser astronómico. Y la autonomía, tanto de las comunidades como de los municipios, ha sido cómplice de esta barbaridad. Por tanto, hace falta una política que favorezca en los próximos años un crecimiento más armónico de las ciudades y de los pueblos. Para ello, no cuenten solo con los economistas, busquen también a los geógrafos y háganles caso.
¿Y las residencias de nuestros mayores? Hemos descubierto que algunas han parecido “campos de exterminio” -por brutal que suene- de quienes tanto han trabajado por nuestro país. Aquellos que ya sufrieron la guerra, el racionamiento y la dictadura, aquellos que tanto ayudaron con sus pensiones en la anterior crisis, han sido ahora víctimas en soledad de la mortal virulencia de la epidemia en estos centros geriátricos que son propiedad, en ciertos casos, de “fondos de inversión”. ¡Menos mal que la Fiscalía ha empezado a investigar el tema! Démosle todos los medios para que llegue plenamente al fondo y nunca más vuelva a repetirse esta enorme indignidad, vergüenza y crimen (“presuntamente”).
Solo me faltan dos cuestiones: la economía y el sistema educativo. Ninguna de las dos ha tenido una relación de causalidad directa con la propagación vertiginosa del Covid-19 en nuestro país. Pero indudablemente no pueden olvidarse en esta propuesta de cambios urgentes.
Hace doce años nuestra economía dependía tanto del “ladrillo” que la crisis financiera venida de fuera la hundió drásticamente. Debimos aprender que un país necesita tener una producción diversificada y no basada en un solo sector. Pero me temo que no lo hicimos, sino que solo cambiamos de sector. Me explico: en los últimos tiempos se ha apostado tan fuertemente por el turismo que muchos pueblos y ciudades se han llenado de hoteles, bares, terrazas y apartamentos como nunca anteriormente, con los efectos, positivos y negativos, correspondientes. Estos meses todos han estado cerrados. En cambio, hemos vuelto a valorar la importancia de la agricultura, que nos sigue dando de comer, y de la industria, que en muchos casos se ha reconvertido rápidamente para fabricar todo lo que ha sido necesario. Y la lección debe ser lograr por fin esa diversificación que nos daría seguridad, tanto para minimizar futuras crisis económicas como para conseguir un mejor y rápido abastecimiento de provocarse una nueva pandemia como la actual. No defiendo una guerra económica, ni mucho menos, pero sí favorecer una fabricación propia de todo lo posible y no una economía apoyada exclusivamente en un sector, sea el que sea. Nos haría un país más próspero y mejor preparado ante cualquier adversidad futura.
Por último, la educación, posiblemente de lo único que realmente entienda después de llevar treinta y cuatro años enseñando.
Hace unos días me preguntaba un joven periodista si los centros educativos estaban preparados para esto. La respuesta fue que nadie lo estaba, pero que en el caso de la enseñanza los profesores y maestros hemos estado trabajando desde casa con los alumnos y salvando la situación como hemos podido; sin duda, unos mejor que otros. Lo hemos hecho con nuestros propios medios, no solo con la red wifi y la compañía telefónica elegida y pagada particularmente, sino también con el teléfono móvil, la tablet o el ordenador que cada cual había comprado. Y es cierto que esto mismo ha estado sucediendo posiblemente en todas las administraciones en las que se ha trabajado así; pero no debería ser igual en el futuro, porque lo que ha ocurrido es que la educación y otros servicios públicos han funcionado exclusivamente gracias a los medios privados. Habría que entender que los recursos de los colegios y los institutos son, sobre todo, sus maestros y profesores, por lo que para que estén bien equipados, no es que lo estén las aulas, sino que deben estarlo sus profesionales, allá donde estén.
Por otro lado, Andalucía ha abierto ya plenamente sus terrazas y bares, sus tiendas y hasta sus chiringuitos y playas desde la fase 2. Mientras, los profesores hemos seguido trabajando desde casa. Para nosotros está siendo como para un médico atender a todos sus pacientes solo por whatsApp o como para un actor de teatro recitar aislado la obra para retransmitir su doméstica grabación por radio. Nos ha faltado desde marzo lo más importante: nuestros alumnos delante, atentos o no, pero ahí, motivándonos, como el mejor público posible. Y a ellos les hemos faltado nosotros. ¿Por qué no se ha vuelto a los centros escolares, aunque hubiera sido escalonada y voluntariamente para el alumnado? seguro estoy que muchos profesores lo habríamos agradecido y quienes se enfrentan en julio a la EvAU (Selectividad), también.
La respuesta está en la masificación. Llevamos años de ratios desorbitadas: hasta 33 alumnos posibles en grupos de Secundaria y hasta 38 en los de Bachillerato. En consecuencia, solo doblando el número de profesores se lograrían unidades por debajo de 20 estudiantes, ¿y qué consejería de educación pueda ahora hacer frente a ese gasto? Se tendría que haber hecho progresivamente, poco a poco, desde hace años, pero ningún gobierno ha estado a la altura, probablemente por el cómplice consentimiento de los padres y madres, que solo alguna vez, sin levantar mucho la voz, han pedido la reducción de estas ratios.
Ahora, como siempre, tenemos grupos tan llenos que no hay solución rápida. Bueno, sí: que los maestros y profesores sigan obrando milagros desde sus casas y, si no, ¡qué malos maestros son!
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Profesor de Historia en el IES Padre Manjón
y autor del libro ‘Un maestro en la República’ (Ed. Almizate)