A sus 79 años el poeta Enrique Morón (Cádiar) vuelve a la actualidad literaria con el que será su 32º poemario. Empezó a publicar en 1970, aunque ya en 1963 y 1964 escribiera los tres primeros: Poemas, El alma gris y Romancero alpujarreño, que aparecerá en unas próximas obras completas. En la tarde del martes, 23 de noviembre, presentaba Sonetario (Ed. Nazarí) en el que reúne 115 sonetos repartidos en cinco bloques: Por siempre amor (24), Por tierras montaraces (18), Austeridad (27), El latir de los días (25) y Homenajes (21). Lo presenta esta tarde en el Centro Artístico (20 h), donde estará acompañado por su editor, Alejandro Santiago y el poeta, Pedro López Ávila que lo considera «un poeta mayor de nuestro común idioma, y Sonetario un latido espiritual que recoge todos los momentos en los que el poeta no se recupera de los naufragios que conlleva la existencia frente a la embestida del paso del tiempo; si bien, encuentra en su magistral liturgia lírica el bálsamo a su dolor en su deseo de eternidad.
En el primer bloque el tema principal es el amor, una constante en su obra, con la singularidad de que ahora también incluye el amor en la vejez. En la segunda aborda el paisaje de la Alpujarra, otra constante en su poesía. En la tercera trata el paso del tiempo y el recuerdo y en la siguiente, la denuncia social y la solidaridad humana. Por último, ‘Homenajes’ es un recopilatorio de poemas dedicados a sus amigos poetas, muchos de ellos ya fallecidos como Pepe Ladrón de Guevara, Elena Martín Vivaldi, Javier Egea, Juan Jesús León, José Heredia Maya, entre otros, además de a escritores como Gil Craviotto, Rafael Guillén o Arcadio Ortega y uno inédito dedicado a Ana Jiménez-Valladolid. Sobre su preferencia por esta forma estrófica responde tajante, «siempre me ha cautivado el soneto». De hecho entre sus tres libros de sonetos y otros tantos repartidos por el resto de sus obras calcula que tendrá publicados alrededor de 500.
Por su interés y elaboración minuciosa reproducimos a continuación el texto leído por Pedro López Ávila en el acto de presentación celebrado el martes en el Centro Artístico de Granada:
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SONETARIO DE ENRIQUE MORÓN
Por PEDRO LÓPEZ ÁVILA
Para hablar de un poeta como Enrique Morón desde su pletórica individualidad, hay que leerlo y valorarlo desde su propia vida, desde su propia existencia. Por esto, cada poema, que nos encontramos a lo largo de la copiosa obra de nuestro autor, no es sino el retrato más fiel de su estado de ánimo y del espíritu que lo creó en la exactitud de un tiempo en concreto. Y es que el alma de Morón, una vez más, en esta obra que hoy presentamos, Sonetario, contiene una tempestad ante el paso del tiempo, y un abrigo: la palabra, la palabra en donde acuna toda sus angustias catárticamente y que fluye de tal manera que viene a ser como un manantial en donde nace al agua.
Yo quiero a este poeta y me hubiera gustado estar más a su lado, pero por aquellas cosas del destino que tenemos asignado cada uno, no pudo ser; sin embargó, siempre me acompañó con su obra, porque su poesía siempre me transporta al misterio de la vida, al verbo desgranado, a la comunicación de emociones y a compartir muchos puntos de vista existenciales. Y lo que es más importante: muchos de sus poemas me estremecen por su hondura y su desparpajo, por su soplo huracanado y su afabilidad; pero, sobre todo, porque se percibe en sus versos su deseo de estar arrebatadamente vivo.
Sonetario es un libro – una confesión lírica de madurez – articulado en torno a 115 sonetos, bien estructurados en cinco partes: Por siempre amor, Por tierras montaraces, Austeridad, El latir de los días y Homenajes. Si bien, decir que podría haberse organizado de forma distinta sin que se perdiera el sentido global de la obra. En cualquier caso, solicito la benevolencia del autor por no formular comentario alguno que haga referencia a este último apartado -Homenajes – por entender que se trata de oleajes que responden más a escenas súbitas de relaciones específicas personalísimas desde el eje del propio centro vital de Enrique.
En fin, en términos generales, podemos decir que Morón a través de este libro de poemas, en particular, y de su obra, en general, percibe la existencia como una fachada carente de sentido, al más puro sentido sartriano.
El yo poético se sitúa con frecuencia en la soledad, con la que mantiene – en su plática anhelosa – una enconada resistencia al vacío desde un corazón siempre apabullado por la pena. Esto es, Morón mantiene a toda costa un vehemente sentimiento por amparar a su soledad como compañera de sus emociones; incluso, más allá de ella misma, porque como diría María Zambrano: «solamente en soledad se siente la sed de verdad» Así, en Soledad altiva nos dirá:
En esta tarde de soledad altiva,
es mi estado de gracia, compañera,
a tu lado vivir, pues te quisiera,
siempre presente y siempre fugitiva.
La difícil aceptación del paso del tiempo, que conduce al descalabro final y el desgarro de la ausencia, lleva al yo poético a que vida y muerte se unan, se den la mano y se visiten hasta hacerse cómplices. La vida para Morón no tiene consuelo alguno y, por tanto la existencia no tiene más razón de ser que los límites marcados por la propia biología. Dios está definitivamente exiliado para nuestro autor; sin embargo siente el empuje del poeta solitario, sabiendo que su misión le lleva mucho más lejos que la de aquellos poetas deseosos de mundanos reconocimientos, y solo eso.
Que a Enrique a Morón, pudieran gustarle estos reconocimientos, sin duda, como a todos, pero siempre ha huido de las miserias que rodean a los trueques que se producen en este mundo literario. Por estas circunstancias, nuestro autor sabe que su eternidad está en el recuerdo y en el reconocimiento de la palabra legada a la posteridad. En este sentido recordemos los versos de Luis Cernuda como errante solitario, que lo fue también, dentro de los de su generación, cuando expresaba en sus versos: « yo no podré decir cuánto llevo luchando para que mi palabra no se muera silenciosa conmigo y vaya como un eco / a ti, como tormenta que ha pasado (…)
Morón en el poema Trascendencia expresará:
Y el día que me olvides, yo habré muerto,
porque morir es como estar ausente
en la voz de los otros. Y eso es cierto. (…)
En la tarde serena formulara su miedo al olvido:
(…) no me dejes que muera en el olvido,
pues prefiero ganar lo que he perdido
antes que abandonar lo que he ganado.
Frente al poder destructivo del tiempo, a nuestro poeta le queda el recuerdo alojado en la memoria, que le sirve a su vez para construir emociones de un tiempo que ya pasó y que no vuelve, después de haber comprobado, como Heráclito, que el paso de los días no deja nada en el mismo sitio. En el poema No sé cómo decirte lo formulará así: «No sé cómo decirte que a pesar de los años / ya no somos los mismos, mas somos parecidos / desde los hondos gestos que se ha llevado el viento.». Enrique siempre desanda el tiempo y ve con impotencia como este lo trajina a él.
La palabra amorosa o la palabra pasional de Enrique Morón – con destinataria reconocible – nada tienen que ver con las palabras gastadas de otros poetas de poemas amorosos -con los mismos tópicos de siempre- sino que sus poemarios, siempre, nos dejan un aroma de belleza muy personal desde su perspectiva existencial.
Tengamos en cuenta que la belleza solo resulta verdaderamente estimable, si se transforma en clara verdad de nuestra condición humana. Además, en la poética de Morón, hay una clara confianza en el poder secreto de su melodía, sustentada en el valor armónico de sus versos ya sea en endecasílabos, en decasílabos o en alejandrinos:
He invocado a tu amor, lo doy por cierto,
ahora que los dos envejecemos
en esta tarde pulcra y dolorida
que nos hace partir de aqueste puerto
Lo que tú quieras yo te daré,
pues te deseo con amor tanto
que por amarte creció mi llanto
como tú sabes, como yo sé.
De todas formas yo te quiero con tu llanto.
Estoy acostumbrado cual si fuera mi oficio,
a beberme tus lágrimas con delicado encanto.
Los versos de este libro, Sonetario, pastorean por el recuerdo infantil junto a su madre en tierras con bancales pequeños y tenaces, en donde no era fácil poderse alimentar. Su paisaje, este paisaje alpujarreño vivido, es descrito por Morón en el presente desde una mirada, que, a nuestro entender, es producto de su propia tesitura melancólica en cada momento de cada una de las distintas estaciones del año. Con el paso del tiempo nuestro autor nos dirá: «siempre que enuncio el trigo pienso en niño»; se pasean, también, estos versos por el dolor y la alegría de una juventud en que vivió romances con la rosa y con el nardo cierto escalofrío; transita su voz por una madurez desesperada con un miedo perenne e inaudito, sin sombra ni sustancia; hasta que, finalmente, alcanza una vejez enamorada con el vértigo de la desesperanza por todo lo que se ha esfumado y nunca vuelve, porque nacer – para Enrique – es morir en la memoria.
Decía Baroja: « el conjunto de la obra de un poeta, cuando vale algo, es una autobiografía. Pues bien, en Sonetario cada poema es el retrato del espíritu que lo escribió; es el resultado de vivir con el corazón puesto en sus labios; es el alma del poeta golpeándonos con su tristeza la sangre; y es, por fin el infierno sartriano, porque con sus versos el presente nos estalla en el alma, el pasado es una consecuencia irremediable de lo que ya no es y el futuro se otea, por consiguiente, como la melancolía de lo posible. En el poema soy testigo nos dirá:
¡Este ser y no ser que lleva el viento
y lo vuelve a traer! Yo soy testigo
de tanta desnudez, de tanto abrigo
y de tanto volver a mi tormento.
La fuerza de la dicción lírica de nuestro autor está emparentada con toda la tradición de nuestra historia literaria, desde los ecos heraclitianos a los versos manriqueños que emergen en el poema El Can Cervero, en donde Enrique Morón expresará: «nadie se llame a engaño si cualquiera / acaso piense domeñar su suerte»; tal vez el autor de Cádiar está impregnado también de las armonías de las Églogas garcilasianas, en el poema Paisaje nos manifestará: « Pero también confundo, en la tarde serena / el olor de una rosa con mi prudente pena.», hasta llegar a todo el movimiento modernista y las generaciones del 98 y del 27, si es que diéramos por bueno los conceptos generacionales.
Desde luego, es clarísimo como el influjo que ejerce Antonio Machado cala profundamente en su obra; no en la forma, pues, como bien se sabe, el autor de Soledades despreciaba el soneto – como forma métrica – por razones que no vienen ahora a cuento comentar. Sin embargo, las circunstancias que se despliegan en esta confesión lírica de Sonetario, en cuanto al ayer y al hoy, al estado insoportablemente melancólico y nostálgico del poeta y a su continua platica con la soledad, constituyen ámbitos temáticos referenciales – en el rastreo de elementos culturales y filosóficos de este libro que estamos presentando – con el autor de los mundos sutiles. Comprobemos esta la semejanza en el poema Austeridad:
Este hombre que siempre va conmigo
no sé si siempre fue igual que era:
mi compañero amable, mi testigo
(…)
De la misma manera podríamos hablar del peso de Luis Cernuda en esta poética; sobre todo, en lo referente a la memoria como elemento de resistencia frente al poder destructivo del tiempo; o quizá el sentimiento de la obra de Rilke, al sentarse con angustia ante el telón del corazón.
Por otro lado, Morón es un experto en el dominio métrico y de la rítmica del poema; construye y escribe como sus adentros le reclaman y arma sus poemas con toda naturalidad; a veces, en la creación de estos sonetos se sirve de medidas diversas – muy poco utilizadas en nuestra tradición literaria -como el eneasílabo, decasílabo, tridecasílabos, pentadecasílabos o el octonario, también llamado hexadecasílabo. No obstante, los metros que con más frecuencia utiliza en Sonetario son el endecasílabo y el alejandrino, con disposiciones variadas de las rimas que, por cierto, no se limitan a las fórmulas consagradas tradicionalmente, sino que las dispone a su antojo exactamente igual que lo hicieron los poetas modernista, de los que tantas reverberaciones se perciben en este libro.
Y aunque el asunto tratado en cada uno de los poemas sea hondo y desesperado para nuestro autor, sus versos huyen siempre del énfasis retórico del lenguaje y adquieren la conformación de un estilo coloquial, desenfadado y profundamente cercano, que tanto nos van a recordar a Manuel Machado, tan influyente en toda la poesía posterior (Nicanor Parra, Félix Grande, Borges… o desde Alberti a Lorca, así como también en toda nuestra poesía actual), como tan olvidado por razones políticas. No debemos pasar por alto que D. Manuel fue el primero en fundar una nueva sensibilidad en la poesía; es decir, una poesía que es coloquial sin dejar de ser poesía.
Por todo ello podemos decir que la poesía de Morón, resistirá también al paso del tiempo, porque comunica con el hombre que pasa por la calle, porque su lenguaje se percibe con claridad, con afabilidad y sin vocablos rebuscados, porque mantiene una luz propia tan individual que si fuera una oración llegaríamos a conversar con lo sublime, porque aspira a dejar una huella profunda a la posteridad, porque no cae en la vulgaridad de la poesía actual y, sobre todo, porque su riqueza formal y de contenido lo sitúan en lo más alto de nuestra poesía actual española.
Sírvanos de muestra estos versos de Morón para corroborar cuanto acabamos de decir:
De todo lo que llevo caminado
siento que ha sido escaso lo aprendido,
si comparamos tanto lo ganado
con lo poco que tengo conseguido.
En resumidas cuentas: Enrique Morón es un poeta mayor de nuestro común idioma, y Sonetario es un latido espiritual que recoge todos los momentos en los que el poeta no se recupera de los naufragios que conlleva la existencia frente a la embestida del paso del tiempo; si bien, encuentra en su magistral liturgia lírica el bálsamo a su dolor en su deseo de eternidad.
Pedro López Ávila
Noviembre, 2021