En las páginas iniciales de este Ensayo (*) que hoy presentamos aparecen tres citas que no están ahí casual o caprichosamente: están elegidas con toda intencionalidad, pues muestran las características definitorias del mismo: desde el punto de vista de su contenido temático; del objetivo que lo ha motivado; y del talante metodológico que ha presidido, desde el inicio su realización. La primera cita pertenece a Amelia Valcárcel y dice así:
Cuando se intenta visualizar la historia del feminismo, ésta ha de ser rastreada preferentemente en la historia de la misoginia, por lo tanto, en su inversión, a modo de una imagen en un espejo cóncavo. Cada vez que el feminismo logró hacer pasar a cuestión candente alguna de sus propuestas (el voto, el acceso a la educación, la paridad en el poder), varios autores dedicaron sus genios a definir en qué consistía ser mujer (Las filosofías políticas en presencia del feminismo).
Si echásemos un vistazo al índice de este ensayo nos apercibiríamos inmediatamente de que este texto de la filósofa española contiene la urdimbre primigenia del ensayo, sobre la cual se ha tejido la trama que trata de explicitarse y desarrollarse en él; un perfecto resumen o epítome del mismo.
La segunda cita elegida es de Rita Lévi-Montalcini, neuróloga italiana, Premio Nobel de Medicina de 1986, una de las más grandes mujeres del siglo XX. En ella la científica nos recuerda que:
Los dos grandes cromosomas X han marcado el destino de millones de mujeres durante milenios, sin tener en cuenta sus talentos e inclinaciones naturales. Tengo la esperanza de que, a las puertas del tercer milenio, las barreras que han impedido que las mujeres logren su realización durante tanto tiempo sean finalmente superadas, no sólo reconociéndose su enorme potencial sino también [su capacidad] para contribuir a la salvación de la especie humana (Declaraciones al ABC de la Ciencia, 12 diciembre de 1997).
Se trata de un texto que manifiesta una inequívoca confianza en el coraje de las mujeres y en su voluntad demostrada de remontar las situaciones más hostiles y los obstáculos más pertinaces, a la hora de tomar las riendas de su propia vida, de su libertad y de su dignidad personal. Y, al mismo tiempo, formula su denuncia de las barreras que han impedido su plena emancipación como seres humanos, sujetos de su historia y responsables de su vida, y que las ha relegado a la desigualdad y al sometimiento más insoportable y oprobioso.
La tercera cita es del gran filósofo judío holandés, de ascendencia hispano-portuguesa, Baruch Spinoza, pertenece a su obra “Tratado político”, y dice así:
Humanas actiones non ridere, non lugere, neque destestari sed intelligere. En ella Spinoza exhorta a los hombres, filósofos o no, a “No ridiculizar ni lamentar ni detestar las acciones humanas sino a entenderlas”.
Ésta, efectivamente ha querido ser nuestra actitud metodológica; una actitud no neutral –algo imposible en una temática como la tratada en nuestro ensayo- pero sí alejada de todo sectarismo y radicalismo visceral, de un signo u otro, autocrítica incluso con la propia tradición cultural (religiosa y filosófica) de la que hemos partido.
Una vez presentado este preámbulo, pasemos a explicitar el contenido temático específico del ensayo: el de la confrontación entre misoginia y feminismo. Algunos expertos sostienen —con argumentos y pruebas plausibles y certeras— que tal vez todo este fenómeno lamentable (de la misoginia, el acoso a la mujer, la violencia machista o de género) al que venimos asistiendo con demasiada frecuencia, por desgracia, tenga que ver con los últimas manifestaciones de un fenómeno social, de una situación antropológico-cultural, en vías de desaparición: los últimos síntomas o estertores de la decadencia; el final de una muerte anunciada: la del Patriarcado, tal y como ha existido y dominado, durante milenios, en prácticamente todas las grandes civilizaciones conocidas (en unas más que en otras).
Un final, motivado por una serie de causas sociales, laborales, políticas, institucionales, antropológicas, farmacológicas, entre las que destacan: la plena incorporación de la mujer al mercado de trabajo y su acceso a los estudios superiores, y también por todo un conjunto de cambios en la institución familiar, con la emergencia de nuevos modelos familiares posibilitados por la aparición de nuevas tecnologías contraceptivas (píldora), de fecundación in vitro, de fertilización o reproducción asistida, de gestación sub-rogada, o el establecimiento de bancos de semen etc. Y otras muchas causas y cambios en los que no podemos ahora entrar.
Ha sido Gerda Lerner, la máxima representante de la historia del Patriarcado y del Feminismo, quien ha insistido en anunciar ese final, en la 2ª parte de su libro El origen del Patriarcado, titulada La creación de la conciencia feminista. Desde la Edad Media hasta 1870, demostrando cómo el patrón o paradigma del Patriarcado comienza efectivamente a agrietarse hacia finales del XIX, como resultado directo de la emergencia de una elevada conciencia feminista y de su organización militante. En su autorizada opinión, el período de hegemonía patriarcal sobre la cultura ha llegado ya a su fin. Asistimos, en consecuencia, al final del Patriarcado en Occidente. Reconoce, asimismo, la historiadora feminista que las mujeres todavía no ostentan poder de una manera plena o en paridad con el varón sobre las instituciones, sobre el estado o sobre la ley, pero “las ideas teóricas que los estudios académicos feministas modernos han conseguido hasta ahora, tienen poder para destruir el paradigma patriarcal”. Ese paradigma y sus constructos intelectuales, afirma, “pueden retrasar temporalmente el proceso de transformación intelectual en curso, pero no lo pueden detener”. Y señala con lucidez: “A pesar de que en la mayoría de los lugares del mundo, incluso en las democracias occidentales, la dominación masculina en las grandes instituciones culturales persista, la emancipación cultural de las mujeres ha destruido el sólido monopolio que los hombres disfrutaron durante tanto tiempo”.
En su libro, nos va a ofrecer, en definitiva, las claves para entender la enorme magnitud de la empresa que emprendieron las mujeres, desde el inicio mismo de esta historia, de oponerse al patriarcado y a sus injustas prescripciones/mandatos, y enfrentarse a las dificultades y obstáculos, de toda índole, que tuvieron que soportar e ir superando hasta lograr crear la autoconciencia de su propio valor y dignidad, su conciencia feminista. Gerda Lerner señala a este respecto que:
Todo este esfuerzo costó cientos de años. Lo específico de este proceso es la discontinuidad en la historia de ese esfuerzo intelectual por parte de las mujeres. Una y otra vez, generación tras generación de Penélopes destejía la tela para luego volverla a tejer. Los cambios en la sociedad que fueron permitiendo a un número considerable de mujeres vivir con independencia económica fueron cruciales para el desarrollo de la conciencia feminista.
La historiadora y antropóloga estadounidense concluye finalmente su investigación con estas aleccionadoras palabras:
Más de 1300 años de luchas individuales, decepciones y persistencia han llevado a las mujeres al momento histórico en que podemos reclamar la libertad de nuestras mentes tal y como reclamamos nuestro pasado. Los milenios de pre-historia de las mujeres han llegado a su fin. Estamos en el comienzo de una nueva época en la historia del pensamiento de la humanidad, a medida que reconocemos que el sexo es irrelevante para el pensamiento, que el género es un constructo social y que la mujer, al igual que el hombre, hace y define la historia.
No debe extrañarnos, después de todo lo hasta aquí expuesto, las conclusiones a las que ha llegado la filósofa española Victoria Camps, en su libro El siglo de las mujeres (Cátedra, Madrid 1998), cuando sostiene que nadie, con dos dedos de frente, puede defender, hoy día, la desigualdad jurídica y formal entre los sexos, la inferioridad bio-fisiológica, psico-emocional, intelectual o moral femeninas, o la dominación de un sexo sobre el otro. Nadie, en su opinión, puede dudar tampoco de que el feminismo haya sido uno de los grandes movimientos sociales triunfantes del siglo XX, aunque todavía tenga batallas en las que luchar y combatir. Por todo ello, nuestra ilustre catedrática de ética, llegará a afirmar con total verosimilitud que el siglo XXI va a ser el siglo de la mujer: “el siglo XXI será femenino o no será”. Entre otras razones, “porque sólo ellas, las mujeres, podrán ser el antídoto más eficaz contra la barbarie y el desprecio de la vida”, en palabras de Julia Kristeva, la famosa semióloga y psicoanalista búlgaro-francesa.
Desde nuestra atalaya filosófica vislumbramos un panorama fácilmente perceptible en el que se enfrentan dos paradigmas culturales en conflicto: uno viejo, ya en crisis, ocaso y decadencia, el patriarcal (dominante hasta hace casi un siglo, hasta la Segunda Guerra Mundial), que se resiste a ser sustituido; y otro naciente, en ascenso, el feminista, un nuevo paradigma que ya se inició hace tiempo, desde el último tercio del XIX y principios del XX, y que se anuncia imparable en el presente y en el inmediato futuro, y en el que la mujer de nuestro tiempo tendrá mucho que decir y hacer. En este nuevo paradigma emergente, la mujer, no será ya excluida u orillada de la sociedad y de la historia, como ha ocurrido en los tres últimos milenios de los que tenemos noticia fundada, sino que alcanzará definitivamente la condición de sujeto responsable, de su propia vida y protagonista de la historia humana al mismo nivel que el hombre varón. De la resolución equilibrada, armónica y justa de este conflicto dependerá, presumiblemente, el futuro luminoso o sombrío de la Humanidad.
Por sólo centrarnos en nuestro enfoque filosófico —desde el que hemos analizado la dialéctica Misoginia vs. Feminismo a lo largo de nuestra tradición filosófica y cultural occidental— hemos de reconocer que la presencia, el protagonismo y, sobre todo, la aportación de las mujeres a la filosofía, la ciencia y la cultura a lo largo del siglo XX y previsiblemente del futuro más cercano, van a representar (o representan ya) toda una revolución filosófico-conceptual y epistemológica, que comporta una manifiesta confrontación entre dos formas antagónicas de pensar y de saber, (claro indicio de ese cambio de paradigma).
Una forma, representada por la tradición filosófica teórico-especulativa, androcéntrica o falogocéntrica (como la calificara Jacques Derrida) hegemónica a lo largo de toda nuestra historia cultural desde el inicio de la modernidad y constituida precisamente por un pensamiento calculador, simbólico-abstracto, algebráico-logicista, propio del hemisferio cerebral izquierdo, que se ocupa de lo lineal, secuencial, analítico y fragmentario, y que procede “paso a paso”, a la manera del cálculo aritmético y de la abstracción matemática y espacial. Téngase en cuenta que la Neurofisiologia más reciente, representada por neurocientíficos tan ilustres como Eccles, Penfield, Gazzaniga, Sperry, Levi-Agresti, o Damasio etc., confirma experimentalmente esos rasgos específicos de tal específica forma de conocimiento. Efectivamente los dos hemisferios del cerebro humano —conectados como es sabido por el cuerpo calloso, compuesto por 200 mil fibras nerviosas— son asimétricos, funcionalmente diferentes y casi autónomos. Pues bien, en la mujer, el cerebro está mucho menos lateralizado que en el hombre y, en consecuencia, las conexiones interhemisferios son más fluidas, con acceso inmediato y simultáneo a ambos hemisferios. En el hombre, por el contrario, el cerebro está más lateralizado y por consiguiente dominan en él las capacidades del hemisferio izquierdo más especializadas).
Ésta forma de pensar, caracterizada por una racionalidad instrumental, invasiva, y por el predominio del intelecto sobre la afectividad característica de ese hemisferio cerebral, ha dominado según Edgard Morin (Los siete saberes necesarios para la educación del futuro, Paidós, Barcelona, 2001) la educación occidental, orientada preferentemente a educar el pensar abstracto, propio de las ciencia naturales y experimentales, Ese saber y esa forma de pensar serían responsables de la dominación científico-técnica del mundo, de la depredación de la vida animal y de la degradación/destrucción de la naturaleza. A este respecto no podemos dejar de remitirles al Discurso de apertura de la UGR, curso académico 2003-2004, de Pedro Cerezo, titulado “La responsabilidad de la inteligencia en la era tecnológica”, en donde desarrolla este tema nuclear de la filosofía de nuestro tiempo como es el análisis crítico de la tecno-ciencia, de la dominación científico-técnica de la naturaleza y de la tecnificación misma del pensamiento que inspira/impulsa esa forma de pensar aludida, a través de un riquísimo y profundo diálogo con los grandes pensadores europeos del siglo XX (desde Edmund Husserl y su ensayo “La crisis de las ciencias europeas”, hasta Hans Jonas y su Principio de Responsabilidad o el Ernst Bloch de El Principio Esperanza, hasta la renuncia de esa voluntad de dominación representada por el principio de Serenidad o Gelassenheit de Heidegger, actitud de confianza en el orden del ser y de cuidado respetuoso por todo lo que existe, y con los no menos ilustres filósofos españoles como Ortega y Gasset y Pedro Laín, entre otros muchos.
La Otra, inspirada por el principio femenino, configura un pensamiento no invasivo, poético-meditativo, propio o característico del hemisferio cerebral derecho (hemisferio encargado de lo simultáneo, sintético, holístico, geométrico). Nos proporciona y facilita una manera de “hacerse cargo de la realidad” más cercana a la sensibilidad femenina, más conectada a los sentimientos, a la afectividad receptiva, a la inteligencia emocional, y será la responsable, sobre todo, de las habilidades artísticas, la poesía y la música en general, del poetizar pensante o del pensar meditativo. Así, mientras que el Pensamiento calculador, algebraico, simbólico-logicista, abstracto y masculino, ha sido responsable del olvido, pérdida o “encubrimiento del mundo de la vida” (Lebenswelt); el Pensamiento poético-meditativo, sentimental, emocional, receptivo y femenino, lo ha sido, por el contrario, de la recuperación de ese Lebenswelt husserliano (Edmund Husserl, La crisis de las ciencias europeas y la fenomenología trascendental, Altaya, Barcelona, 1999).
Esta segunda racionalidad teleológica, de fines, no instrumental, posibilitará la realización de un mundo futuro más humano; cuyos valores –que son “valores femeninos” como nos recuerda Victoria Camp— tratarán de realizarse y extenderse por doquier. Entre esos “valores femeninos” cita: la acogida/acogimiento, la atención, el cuidado (epimeléia), la cordialidad, la donación, el pathos compartido, la empatía, la capacidad de comprender, de hacerse cargo (op.cit.). La Pandemia que sufrimos ha demostrado que nuestro complejo mundo, y los seres que lo habitamos, estamos ineluctablemente sometidos al azar, la incertidumbre y el riesgo como seres indigentes, menesterosos, frágiles y vulnerables que somos. La vulnerabilidad de nuestra naturaleza y nos obliga, en consecuencia, a tratarnos con empatía y a contar con el cuidado, la empatía, la compasión y la solidaridad como único camino y solución para salvarnos… precisamente “esos valores” son femeninos. A propósito de todo esto recomiendo leer La Meditación del confinado de Pedro Cerezo, toda una antropología del dolor, del sufrimiento y la muerte que apela a nuestra disponibilidad, responsabilidad y diligencia ante el sufrimiento y debilidad del otro, y que nos obliga a la piedad, el cuidado y la compasión ante la epifanía del rostro desnudo del otro o de su palabra en forma de “grito” o de sollozo, como Enmanuel Lévinas nos mostrara en su Totalidad e Infinito (Conferencia impartida en la sede de la RACMYP en febrero de 2021).
Estamos, en consecuencia, convencidos de que, como ha demostrado Helen Fisher en El primer sexo. Las capacidades innatas de las mujeres y cómo están cambiando el mundo, (Taurus,Madrid, 2000), esa forma de pensar de la mujer en redes conceptuales; esa posibilidad de ver la realidad desde un solo golpe de vista; esa capacidad de “realizar múltiples tareas a la vez”; esa disposición para “ofrecer las soluciones más flexibles, no violentas y a largo plazo, para todo tipo de conflictos, problemas y relaciones interpersonales”; esa empática delicadeza para no irrumpir agresivamente en la realidad, sino “dejarla ser” y cultivarla para que crezca libre y autónoma harán posible en el futuro más inmediato salvarnos de la autodestrucción. La importancia y trascendencia de este modo de pensar/sentir femenino, para el mundo que nos espera, no es, pues, un mero desiderátum o ilusión utópica e inalcanzable: Se ha manifestado ya a nivel teórico, con la emergencia y el redescubrimiento del valor de lo femenino en el pensamiento filosófico de nuestro tiempo, por parte de un conjunto de pensadoras, teólogas, escritoras y místicas agrupadas por Laura Boella, bajo la etiqueta de pensadoras de la Razón Cordial (Pensar con el corazón. Hanna Arendt ,Simone Weil, Edith Stein, María Zambrano, Narcea Ediciones, Madrid, 2010).
Entre ellas, cabe citar a la germana Edith Stein, con su razón empática o afectiva (Einfühlung); a la francesa Simone Weil, con su razón compasiva, amorosa y solidaria; a la alemana Hannah Arendt, con su habitual apelación al corazón que comprende; a la búlgara-francesa Julia Kristeva, con su principio femenino dirigido a humano-feminizar la existencia ante la peligrosísima amenaza tecnológica para la vida de la humanidad; a la española María Zambrano, con su razón poética; a la teóloga y poeta alemana Dorothée Sölle, que acuñó el concepto de teo-poesía, con su “mística de la resistencia y del viaje hacia-dentro” y su “lenguaje del alma”; a la mística holandesa judía. A la mística holandesa Etty Hillesum que, en sus escritos, redactados desde el campo de concentración nazi de Westerbok, antesala de Auschwitz, poco antes de morir, a finales de noviembre de 1943, quiso autodenominarse con el apelativo de corazón pensante par identificarse con sus compañeros del Campo de exterminio (el título de sus Cartas fue precisamente el corazón pensante de los barracones). O, finalmente, a la norteamericana Martha Nussbaum, que con su imaginación compasiva tratará de desmantelar todos los estereotipos estigmatizadores de hombres y mujeres.
(*) Nota: Palabras del autor del ensayo, Misoginia Vs. Feminisimo. De Aristóteles a Simone de Beauvoir, Colección Exagium, entorno gráfico ediciones, Atarfe (Granada), 2020, pronunciadas en el acto académico celebrado 25. IX, 21 en el Aula Magna (Edificio de Psicología), organizado por María del Carmen Lara Nieto, Profesora Titular de Filosofía de la UGR, y presentado por Pedro Cerezo Galán Catedrático emérito de Filosofía de la UGR.
Ver más artículos de
Catedrático de Filosofía