¿Quién no ha conocido a Teodoro, alias Tedorico? que, aunque él no oía nada ¿Quién de él no ha oído hablar algún día? Teodoro García Raya, hijo de Adoración y de Teodoro, éste del que en el pueblo se decía y seguro con mucha razón: -Eres más feo que Teodoro- muy guapo no sería cuando de él ello se decía. Aunque escribiendo esto, alguien me comenta qué, feo no era, sino que la culpa la tenía el haber padecido viruela y quedar en su cara de ello secuela.
Pues hay gente todavía que sin conocerlo ni saber nada de él suelen decir ese piropo de aquel hombre padre del otro Teodoro del que aquí relataré algo de su interesante vida que sin dejar de ser normal hay matices en él de los que se merece hablar.
Cuando el hombre vivía, si alguien le preguntaba por su fecha de nacimiento enseguida decía: Voy con el siglo, nací cuando él nació y mi edad es el año presente en que todos vivimos de este siglo que estamos-siglo veinte-.
Su vida, casi entera, transcurrió en estado de viudedad al haber muerto su esposa joven pero ya había traído a este mundo y para Teodoro dejó cinco hijas, todas hembras. Mujeres, cinco eran ellas.
Cuadro difícil se presentaba al hombre, que con cinco mujeres casi todas pequeñas cuando su madre murió era difícil cuestión organizar aquel hogar al que solo podría colaborar la mayor de las hermanas. Pero todos se adaptaron muy bien a las circunstancias que presentaba una familia formada por seis miembros dispuestos a sacar adelante el problema presentado al faltar la madre.
El buen talante de Teodoro, mi tío, hombre apacible y conversador, imprime carácter a la convivencia del día a día de su familia.
Las cinco hermanas de corta edad a excepción de la mayor, todas aunaban las faenas y labores de la casa, al principio con menos acierto al haber faltado pronto aquella que les habría enseñado a trabajar como en aquel tiempo aprendía toda mujer.
Sus faenas y trabajo diario, algún error cometido, muy normal y obvio en aquellas circunstancias. Con el tiempo y el rodaje fueron mejorando. Se impuso organización, adoptaron grado de responsabilidad. Mientras las más pequeñas asistían a la escuela del pueblo las mayores quedaban a las faenas y cuidado de la casa y colaboración con su padre que siendo agricultor, al campo, cada día tenía que marchar para labrar sus tierras y lograr la cosecha que dé sustento y menesteres. Llenará necesidades y evitará carencias.
Ya se dominó el problema de la falta de una madre en casa, el buen hacer de ellas, el semblante de Teodoro, su buen estilo y talante hacía que su familia marchara y él que de su casa nunca quería faltar, tan solo lo imprescindible y como fuera hombre que le gustaba conversar a la par que mucho escuchar, la chimenea de su casa quedaba pequeña y hasta sillas llegaran a faltar para albergar a la cantidad de amigos y familias que siempre encontraban asiento y silla al calor de dicho hogar.
Era sitio de tertulia perenne y permanente, la aceptación del anfitrión era excelente y si la de las hijas no era tanto, por aquello de que la gente les mermaba intimidad u originar molestias propias de visita perenne, ellas aceptaban y con gusto aguantan si con ello lograban que su padre se sintiera a gusto, rodeado de sus amigos ejercitando la charla que tanto le distraía.
Aquello aunaba lo más agradable y atractivo de un club de amigos, de permanencia, lo que origina que todo el día durara la reuniones que cualquier tertuliano o casino, el ambiente relajado, con extrema empatía y apetecible día se daban, especialmente los días de lluvia en que no se podía trabajar el campo, entonces la permanencia en jornada intensiva se transformaba no estorbando los que allí había ni a la hora de comer en que con absoluta normalidad, en llegando ésta mi tío y sus hijas se ponían a la mesa y a comer se disponían. Y con naturalidad inmensa todo proseguía, hasta la conversación en curso o la historieta del momento, en verdad que nunca había visto ni volví a ver a lo largo de mi vida, la amistad vivida en aquellas largas jornadas al calor de la “pava” y al de los amigos. Mi tío, el anfitrión no lo podía pasar mejor y así mismo mis primas, en que alguna vez cansadas de las largas charlas vividas saltaban con cierto enfado que nadie en serio tomaba, con aquello de que:
– ¡Ya está bien! a lo ancho la calle te podrías ir ya-
Rabieta que con cierta frecuencia repetían, pero nadie escuchaba ya que nadie a lo ancho de la calle se marchaba, solo alguna risa o frase condescendiente de algún tertuliano o la de Teodoro el anfitrión y padre de aquella.
Recuerdo con agrado, todas aquellas charlas, relatos y ocurrencias que yo he escuchado en tan recordado lugar de atractiva audiencia y mejores narradores.
Yo quizá, el más joven o de los más jóvenes allí reunidos, me limitaba a escuchar y guardar en mi memoria aquellas cosas de mayores o también de viejos que allí, de forma muy pausada y amena contaban. Algunas muy curiosas, otras raras y extrañas, las había difíciles de creer y más de una vez rotunda mentira eran no exenta de exageración que también se daban, muy especialmente cuando los tertulianos eran en su mayoría cazadores, sobre todo en tiempo del celo del pájaro de perdiz o de cacería de la liebre con galgos
Eran frecuentes, muy animadas y hasta beligerantes con voces y gritos y hasta tiros tiraban, cuando en lo mejor de su historia apuntaban a la pieza que en el punto de mira tenían y disparaban con un ¡pum! con un ¡pam! o también con un ¡Boom!, según la escopeta sentimental y que en el interior de su ser está y de tal forma idealizada en sus sentimientos que cada cual disparaba de forma distinta en función de estos, por eso los había: ¡chaff pim!, ¡poomm!, ¡plaff!, ¡boom! y hasta disparos había que sonaban de forma muy especial ¡chaff pun!
Es memorable los tiros que el buen amigo Librado, mejor cazador, aunque de jaleador no hubiera ido mal porque a voces expresaba lo que contaba y narrador de gestos aspeados de tal pasión adornado que gastaba mucha munición en las aventuras que hacía en el rincón de Teodoro a las que no le faltaban exageración en demasía y algo de mentiras en sus cacerías.
De él decía Paquillo Bolívar – padre- también miembro de la tertulia, en que alguna vez llegando a ella, al entrar, se quedó fijo mirando a Librado y le dijo muy acertado: -” Librado”, por el Paseo venía hacia aquí abajo y dos o tres postas de tus tiros me han “pasao” muy cerca de mi sombrero…pero ¡chiquillo, ten “cuidao”! el día menos pensado matas a alguien-.
Cuando Librado contaba algo de su galgo tras la liebre, toda la tertulia había de escucharlo y en silencio, para lograr ello, elevaba la voz tanto que la tuya se ahogaba y por eso era mejor imponer el silencio.
Contó algo una vez en que su galgo en los Salobres perseguía a la liebre de tal forma que ya le echaba las babas en la culata de esta y Librado cogido del hombro y el brazo fuertemente agarrado a su compañero de cacerías que era Antonio, hijo del Perlo, lo zarandeaba fuertemente en el fragor de la persecución que aquel su gran galgo hacía, por los terrenos de la Angostura a la liebre que ya cogía, mientras seguía el zarandeo al Antonio El Perlo no dejaba a grandes voces de animar a su galgo, voces oídas en las Cabañuelas, en la sierra en toda la Cañada del Alamillo. Antonio movido con tal violencia entre vítores de Librado a su perro, saltó emocionado de ver la tal gesta y también vociferando, decía, Antonio el del Perlo, mi primo: “¡Libraao! ¡Yo me compro un galgo como ese!¡¡Valga lo que valga!!¡¡Cueste lo que cueste!! yo, que ni “jumo” yo, que ni bebo yo, que no voy con mujeres malas… ¡Yo! ¡Yo! me compro un galgo por lo que vaaalga”.
Continuará. /…
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Inspector jubilado de la Policía Local de Granada y
Autor del libro ‘El amanecer con humo’
Comentarios
2 respuestas a «Gregorio Martín García: «Mi tío Teodoro, alias ‘Tedorico’, I»»
Aunque mis recuerdos son muy pocos debido a mí edad, tal como cuentas la vida de este hombre convertido en personaje sea fácil de verla como alguien qué por algun motivo es digna de dedicarle
Paco, si tú como yo hubieras estado en ellas (las tertulias), ahora disfrutarías de la memoria de aquellas que casi todos los días y, mas los que llovía ejercitábamos allí, en casa de mi tío.