Víctor Gómez Pin nos alerta además, en su aludido libro Entre lobos y autómatas, sobre la segunda de las posiciones ideológicas abolicionistas del humanismo contemporáneo: el poshumanismo. Se trata de la vertiente tecno-cibernética o autómata-robótica, que puede hacer peligrar no ya “el puesto del hombre en el cosmos” (tal y como Max Scheler lo postulara y justificara), consagrado por el paradigma antropocéntrico occidental y por toda la antropología de nuestra tradición cultural, filosófica y religiosa, sino también la misma noción de identidad humana, tal y como ha sido concebida durante milenios incluso por tradiciones muy distantes y distintas de nuestro modelo cultural. De este modo, la utopía antihumanista de la animalización y abolición del hombre por disolución o dilución de las fronteras que lo separan del mundo animal, se hermanaría con la utopía poshumanista de la superación del hombre por la vía de la artificialidad tecno-cibernética, que lo separan de los organismos biológicos. “Utopías distópicas”, valga el oxímoron, desde nuestro punto de vista.
Esa segunda posición ideológica poshumanista —complementaria de la antihumanista animalista— consistiría, por una parte, en la abusiva humanización de entidades maquinales (robots, cyborgs, I.A., androides, sensores digitales y otras máquinas autómatas), posibilitada por los impresionantes avances producidos en el ámbito de la tecnología cibernética y de la robótica, y, por otra, en una desnaturalización maquinal del ser humano. En efecto, el desarrollo de la robótica y de la ingeniería génica (mejor que “genética”), así como las investigaciones y estudios sobre la etología y sobre la A. I., parecen haber difuminado en nuestros días las fronteras entre máquinas/robots, animales y hombres, con el consiguiente peligro de dilución o aniquilación de lo humano en la máquina.
Los reduccionismos cientificistas de expertos en A. I. como Marvin Minski, profesor del MIT (Instituto de Tecnología de Massachusset), autor de La Sociedad de la Mente (Society of Mind de 1987) o del investigador en robótica de la Universidad Carnegier-Mellon, Hans Moravec, investigador de El hombre mecánico (1990), al considerar el cerebro humano como una simple máquina computacional más, serían algunos de los principales representantes de esta segunda posición poshumanista. Concretamente Marvin Minsky, sostiene que el cerebro humano no es más que una máquina, en nada diferente ontológicamente de cualesquiera otras (Minsky, M., 1987). Y en su posterior investigación sobre la inteligencia de las máquinas (The Emotion Machine, 2006) ampliará las ideas expresadas en su Society of Mind, argumentando que en un futuro próximo las máquinas inteligentes serán capaces de aprender “emociones”. Las emociones, desde su punto de vista, no serían más que diferentes “formas de pensar” que nuestra mente utilizaría para aumentar nuestra inteligencia y hacer frente a determinados problemas que pudieran surgir en el decurso de la existencia y, en consecuencia, susceptibles de ser “aprendidas” por las máquinas pensantes e incorporadas a su software. En posesión de tal capacidad emocional, las maquinas pensantes o futuros robots no sólo serán capaces de exigir sus “derechos”, llegado el caso, sino incluso de “reclamarlos” con mayor o menor pasión y emotividad.
Alguna de las expresiones más mediáticas y sensibleras de esa vinculación emocional del hombre con la máquina —que llega a humanizarla, atribuyéndole la capacidad de poder enamorarse–– se ejemplifica ya una de las últimas películas de ciencia ficción de Spike Jonze, “Her”, en la que su protagonista, Theodore (Joaquin Phoenix), un solitario escritor pertrechado de un nuevo sistema operativo —basado en el modelo de la A. I. y diseñado para satisfacer todas las necesidades afectivas y sentimentales del usuario— llega a establecer una romántica relación amorosa con ese artefacto, representado e interpretado al efecto por la dulce y atractiva voz femenina de Scarlett Johanson. El propio Peter Singer, ideólogo o líder de la primera posición antihumanista que examinamos en la primera parte de este ensayo, también avalaría esta posición poshumanista. Ante la pregunta de un entrevistador, en 1999, acerca de qué pasaría cuando pudiese desarrollarse un programa informático inteligente y consciente, con la certeza de que el ordenador no actuase de un modo mecánico, el bioético australiano respondió, en coincidencia con Minsky, que “si se pudiera demostrar que un programa informático es inteligente y consciente, tendríamos que aceptar que tiene ciertos derechos humanos” (Sampedro, Javier, 1999).
No muy lejos de esta posición se encuentra un científico de la A.I. tan prestigioso como Judea Pearl, profesor de la Universidad de California, ingeniero computacional, matemático y filósofo, que recibió el premio Turing (el equivalente al Nobel de las matemáticas), y, recientemente, distinguido con el Premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento en Tecnologías de la Información (El Mundo Semanal nº 1800 de 24 al 30 de Abril de 2022). Ante las preguntas formuladas en una reciente entrevista de la periodista Ana Tagarro sobre el futuro de la A. I. y de las máquinas pensantes, declaró que hasta ahora “no hemos hecho máquinas que ‘piensen’. Sólo simulan el pensamiento humano”. En realidad todavía no serían sino extensiones o prolongaciones protésicas exteriores del cerebro humano…
En su opinión —bien fundada, sin duda, por haber descubierto las herramientas matemáticas que nos permiten razonar en los distintos niveles de la inteligencia humana por él descubiertos posibilitando así su aplicación a la inteligencia artificial— sólo cuando la A. I. (máquinas pensantes y robots) alcancen el último escalón de su Escalera de la Inteligencia y sean capaces de imaginar otros mundos posibles, transformarán la medicina, la economía, la justicia y se habrán convertido en la especie inteligente hegemónica o dominante sobre el planeta. Serán, entonces, capaces de hacer cualquier cosa que nosotros podamos hacer (comunicarse, tener voliciones y deseos, “jugar al fútbol”, emocionarse, enamorarse, distinguir el bien del mal; e incluso —aunque expresado por Judea Pearl con cierto grado de duda o cautela— poseer conciencia y miedo de la propia muerte). No habrá ningún impedimento para ello la única diferencia con esas futuras máquinas pensantes es que nosotros, nuestros cerebros humanos, “están hechos de materia orgánica y esas otras máquinas, de silicio. El hardware es diferente, pero el software es el mismo”, afirma con total seguridad nuestro admirado profesor. Lo cual viene a confirmar la predicción —de muchos especialistas en A. I. y de otras especialidades biológicas– de que en un futuro no demasiado lejano, la vida inteligente basada en la química orgánica, del carbono, sería superada y sustituida por otro tipo de vida inteligente, basada en la química del silicio.
Si esta Prospectiva, casi alucinante, llegara a cumplirse en los términos en los que se expresan esos grandes científicos, la especie humana, la inteligencia de la especie humana —surgida con el Homo Sapiens hace aproximadamente 150.000 años y que se ha hecho cargo del curso y dirección de la evolución de especies— habría hecho un flaco favor a su milenaria aventura existencial, optando por su aniquilación futura o por su “servidumbre” respecto de sus propias creaciones tecnológicas o de sus inventados artefactos instrumentales, como si se tratara de aquel “aprendiz de brujo” goethiano, constructor de criaturas que neciamente se rebelasen contra el autor de su propia existencia. Ese final, si llegara a producirse en el curso de algún lejano milenio… no sería peor que el panorama verdaderamente apocalíptico que nos espera, si no controlamos responsable y racionalmente las pasiones, deseos y ambiciones insaciables que empujan a la humanidad actual hacia su autoextinción: bien por la vía de la guerra nuclear o por la de la destrucción pertinaz, empecinada y sistemática de nuestro medio ambiente climático, el deterioro nuestros ecosistemas y la liquidación de los recursos, de todo tipo, necesarios para la supervivencia en este todavía bello planeta azul.
Una salida esperanzadora para este angustioso panorama que nos amenaza en el futuro es la que nos ofrece el filósofo vasco en su ensayo. Para Víctor Gómez Pin el hombre es —debe volver a ser— el fundamento de la ecología y de la tecnología, y no otros animales considerados sus iguales, ni tampoco los autómatas, como algunos postulan, para un no muy lejano porvenir. Defender la causa del hombre, implica, según recuerda J. Echeverría —otro también ilustre filósofo español— volver a situar los problemas que afectan a los seres humanos en el centro de la política, la economía, el derecho, incluyendo las cuestiones tecnológicas y ecológicas (Echeverría, J., 2006). Excederse en una consideración jurídico-moral de animales cercanos al hombre —sostiene Gómez Pin— en la escala evolutiva y, en el futuro, de esas maquinas humanoides o robots, tal que pudiesen ser equiparados al mismo nivel que los seres humanos, podría traer o comportar problemas para la especie humana, para la experimentación científica éticamente regulada y para los fundamentos jurídicos de la convivencia social, de muy difícil solución.
En consecuencia, en su libro sostiene sin complejos un antropocentrismo desde el que se postula que el ser humano vuelva a ser el centro de la cultura, del pensamiento y de la ética y reivindica la denuncia contra la “abolición del hombre” y contra todo tipo de antihumanismos, emprendida ya en la segunda mitad del pasado siglo o a principios del XXI por pensadores como C. S. Lewis (La abolición del hombre de 1945) y Jean Claude Guillebaud (El principio de Humanidad de 2001). Se trataría, en definitiva, de lograr humanizar la ecología en lugar de animalizarla, así como de desantropomorfizar los entornos tecnológico-cibernéticos, en lugar de humanizarlos.
Bibliografía General
Echeverría, Javier, “Tecnolobos”, 2006, El País, jueves 26 de octubre.
Gardner, R y P. Liebermann, D. Premack, D. Rumbaugh y otros, 1976, Sobre el lenguaje de los antropoides, Siglo veintiuno editores, Madrid.
Gómez Pin, Víctor, 2006, Entre lobos y autómatas. La causa del hombre, Espasa, Madrid.
Guillebaud, Jean Claude, 2001, El principio de Humanidad”, Espasa, Madrid.
Lewis, C. S., 2000, La abolición del hombre. Reflexiones sobre la educación, editorial Andrés Bello, Barcelona.
Minsky, Marvin, 1987, The Society of mind. Simon and Schuster.
Ongay de Felipe, Íñigo, 2007, “El Proyecto Gran Simio desde el materialismo filosófico”, El Catoblepas, nº 64, Junio.
Sampedro, Javier, 1999, Entrevista a Peter Singer, El País, lunes 26 de abril.
Singer, Peter, 2003, Desacralizar la vida humana. Ensayo sobre Ética, Cátedra, Madrid.
Singer, Peter, coord., 1998, El Proyecto Gran Simio: la igualdad más allá de la humanidad, editorial Trotta, Madrid.
Singer, Peter, 2021, Liberación animal. Una ética nueva para nuestro trato hacia los animales, Taurus, Barcelona.
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Catedrático de Filosofía