Terminó nuestro tío Teodoro de narrar, y descansando unos minutos, siguió hablando, con nosotros atentos a lo contado y él compungido de lo vivido por tal acción, de uno de aquellos muchos hermanos. Dice Teodoro:
-Yo, pasmado de lo visto le preguntaba a tu tío: Antonio, y ¿Por qué no guardas el conejo hasta que volvamos al cortijo y lo coméis con otros que cacemos y con todos tus hermanos?
-Apenas me contestaba y nunca supe la verdad exacta de aquel raro comportamiento. Deduzco yo que lo hacía por el hambre que tenía al haberse acostado sin cenar y del temor que le embargaba que llegado al cortijo otro se lo comiera y él no probara.
Concluyó y sentenció:
-Era tal las faltas que aquel hombre, pasaba, y lo malo no era él, sino que a la par mucha gente había que si no se comía la caza en el momento de cobrarla poco faltaba para que cosa similar hicieran.
Los tiempos eran malos, los medios no lo mejoraron y la vida complicada por malas sementeras, hacía que socialmente la gente padeciera toda clase de faltas.
Y así discurre la vida que mi tío vivía a la par que el siglo XX corría ya que había nacido en el primer año de dicha centuria.
Desde siempre, lo conocí igual. Apenas para mi cambiaba. Su misma cara, su misma barba, ya blanca, y con la misma mano siempre pegada a la oreja derecha, tratando de aumentar decibelios de la conversación que estuviera siguiendo.
A poco, cambió algo en su vida. Su mano hubo de pegarla menos a su oreja, ya que los tiempos avanzan y Teodoro con ellos. Sus hijas le regalaron un “Audífono” ¡Par diez! que mi tío rejuveneció con aquel aparato, – ¡gran invento!, decía él, porque, aunque con ruidos algo más oía y eso le servía para estar más al día en la conversación.
En verdad su mano derecha no dejó de auxiliar a su oreja, aunque ahora de otra forma. Pasó de forma de embudo junto a aquella a servir de soporte para asir en la mano a modo de micro dicho cacharro y lo pegaba a la boca del que estaba hablando.
Era tal el deseo de no perderse nada.
La estampa de Teodoro cambió, de la oreja al micro pasó. Así como que de la noche a la mañana la tertulia dejaba de hacerse junto al fuego del rincón, ahora por cambio de estación, se hacía a la fresca en la puerta del número 44, puerta de “Tedoro”.
Era tal la fama del número 44 de calle Granada, como la casa del “Tío Tedorico” que cuando los días de lluvia en alguno de los bares del pueblo la gente organizaba partidas de lotería. Amenas y distraídas eran éstas con todos los alicientes del momento. El humo de tanto tabaco quemado hacía que el ambiente se mostrara cargado, entre risas, despistes de un número cantado y no captado, …- ¡Coño callaros ya que no nos esteramos!… Gritaba alguien. Y el que canta las bolas que siempre era un tío simpático. Miles de chascarrillos se iba inventando en su numeroso trabajo. Y así como casi todas las bolas tenía bautizadas y, como antes decía, a la bola que mostraba el 44, él no la leía como tal, sino que decía: ¡¡La casa Tedorico!! …más de una vez después de cantado alguien gritó: ¡¡¡BINGOOO!!!
Formaban un corro y contando sus cosas llegaba la hora en que llegaba la Alsina de la capital, entonces todo animado con gentes esperando la llegada del Bus, no les dejaban platicar, pero no se enfadaba, sino que se dedicaban a mirar el ambiente de toda aquella gente que se juntaba a esperar a los que vienen de “Graná”.
Por la cuesta Parrales, renqueando, ya sube la Alsina, los niños corriendo detrás, y en verdad que el pueblo cada tarde hacía de aquel momento un rato de paseo y ocio mientras esperaban. Era el único y breve espacio y esparcimiento que se tenía en el pueblo.
La gente rodeaba aquel cacharro que olía a gasoil y que ronroneando y muy caliente llegaba cada tarde hasta la puerta de mi tío, en donde desde mucho tiempo atrás hacía su parada.
Allí la gente bajaba con caras de circunstancias ya que terminaban de vivir una aventura como era la de, en aquellos tiempos, ir de viaje a la capital.
Los años fueron marcando la cara de mi tito.
-No sé por qué, hasta ahora no he dicho “tito”, cuando en realidad en Benalúa así llamamos a los hermanos de nuestros padres, titos que no tíos.
-No sé exactamente el motivo, pero quizá “tío” que suena despectivo, lo usamos para ponderar algo de una persona de la que desconocemos su nombre o no queremos que se sepa: -Ej. “Este tío es pesado” “Este tío es estupendo”-.
Es por ello por lo que lo hemos sustituido por “tito” al referirnos a un hermano de nuestros padres.
Pues sí, los años fueron marcando la cara de mi tito, aunque yo de siempre le conocía igual y cierto temor y recelo le tenía. En el momento que descuidado estaba junto a él, escuchándole embobado… ¡me atrapaba! con sus piernas me inmoviliza totalmente, me levanta el brazo y con su pulgar simulaba, en mi sobaco, tocar una guitarra… ¡me desesperaba!, sentía claustrofobia, sentía fuerte agobio, pero él no me soltaba hasta que se cansaba de tocar en mi “su guitarra”. Cuando lograba escaparme corría lejos y desde allí me volvía mirando enfadado mientras él se reía a “todo trapo”. Y en verdad le temía y por ello me cuidaba cuando a él me acercaba.
Ahora, cuando alguna vez a mi memoria viene, me acuerdo de “su guitarra” a la par que lo veo con aquel amable semblante en su gesto de cara, en el que siempre mostraba una disimulada sonrisa que se le adivinaba.
Y este fue mi tito Teodoro del que hasta su nombre era de dulce y afable significado. Bastante bonito, ya que el mismo proviene del griego donde se escribe como:
Theo-doros. Significa “Don de Dios” –Theos (Dios), Doros (regalo, don)
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Inspector jubilado de la Policía Local de Granada y
Autor del libro ‘El amanecer con humo’
Comentarios
2 respuestas a «Gregorio Martín García: «Mi tío Teodoro, alias ‘Tedorico’, y IV»»
Tio Federico, persona qué a pesar de vivir en un lugar privilegiado de familia muy reconocida por todos ha dado para que tú le dediques unos capítulos tan bonitos estupendo escrito
Paco, buenas…»Tío Tedoríco». Tedoríco fue y Tedoríco debe seguir, que ningún Federico es tío mío. jajaja…si ya sé, los dedos como los mios ceporrudos y las ideas ya menos preclaras, apañados vamos amigo Paco si seguimos cumpliendo años…pero entonces ¿Qué hacemos? ¿Morirnos?…
No, no que a mi me queda mucho que dar. un saludo