No solo disfrutamos de lo citado, en las riberas fluviales encontrábamos de todo, quien no se ha manchado comiendo zarzamoras, quien no ha llenado una fiambrera de ellas y se la ha llevado con cariño a alguien que quiere o comidas in situ, uno se pone hasta arriba de moras y hasta toda la ropa y cuerpo manchado también.
Las majoletas eran fruto que en gran cantidad las había junto a los bosques del río. Endrinas hay menos pero también sus morados arbustos y frutos los encontrábamos en el río Moro, y por qué no comerse unos membrillos dorados, con sus característicos nudos y atragantamientos al intentar tragar su pulpa, de los muchos que a los lados había, algunos cultivados pero también salvajes crecen entre la arboleda del río, algún ciruelo de la clase “mangafrailes” había allá en los bajos del tajo del Peñón que quizá por su falta de cultivo, eran aquellas ciruelas dulces como azúcar, era tal su dulzura que por fuera el fruto de azúcares embadurnado estaba. Semi escondido estaba el árbol y yo lo sabía, era por ello por lo que cada año un par de visitas le hacía.
Cercanas higueras crecen en las orillas del río que cuando sentíamos hambre a saciarla íbamos. Cosa rica unas brevas o mejor higos, por la mañana, antes de que el sol le diera al árbol. A pesar de estar estas en tierra laboreada, no solía enfadarse el dueño de éstas porque tú cogieras alguna de ellas, Había suficientes en el término de Benalúa.
Lo que no te perdonaban era, si te daba por comer de sus almendras, eso es otra cuestión, la almendra suele tener buen precio y no gusta nada que alguien llegue, se siente bajo tu almendro y con dos piedras, una de yunque y otra de mazo, comerse un kilo o más de almendras.
Era una cuestión muy arraigada y discutida lo de las dos horas de margen para hacer la digestión después de comer. Había los que decían que una chorrada era esperar un tiempo para dar una carta. Otros de distinta manera opinan que dos horas era demasiado que él hacía la digestión en poco más de media. Y así cada uno hacía aquello que en el momento le convenía y se bañaba o dejaba de hacerlo según marcaba su ego.
A eso del mediodía, se acercaban a los chilancos todos aquellos obreros y peones, más jóvenes, que habiendo estado en el tajo toda la mañana habían venido al pueblo para almorzar y después de ello, tras un descanso volver al tajo. Era este tiempo aprovechado para darse un buen baño y volver al trabajo de tarde fresco y aseado.
Muy especialmente en tiempo de encierro de pajas, con carros y herpiles o ahoyando en los rincones más recónditos del pajar, junto a vigas, tirantes y telarañas donde no se puede ni respirar.
Solo piensas en el chilanco y en habiendo terminado corriendo vas al río y si te acuerdas, empiezas a desnudarte a distancia del charco y habiendo llegado de cabeza se tiraba y de abajo no salía hasta no olvidar la paja “ahoyada”, las vigas, las tirantes y telarañas.
El río, nuestro río, era todo el año buen vecino del pueblo epicentro y alma de este y motivo de disfrute, ya en el verano era todo, allí casi hacíamos la vida y tanto nos daba que nuestras vidas llenaba y nuestros sentidos despertaba.
Nos daba agua que la sed evita, en sus numerosas fuentes en toda su orilla. Agua para riego también, sus tres presas regaban una vega ribereña formada por los limos que también el río aporta. Y es que todo son bienes lo que nos regala. Álamos chopos de sus alamedas se sacan y las maravillosas riberas de bosque por cientos de árboles formado, Sargatillo, mimbre y álamos blancos, álamo común, abedules, los fresnos, tilos y sauces y otras tantas aquí no descritas, así como otras tantas o más de aquellas plantas adaptadas a la humedad y medio acuático, unas totalmente sumergidas otras parcialmente, con hojas flotantes o hundidas¡, es tanta la variedad que del rio hacen edén donde se manifiestan las mayoría de las plantas, como, nenúfares, lavanda, jacintos de agua, juncos, berros, menta acuática.
Y de todo este gran puzle de color y olor de mil perfumes compuesto, rasantes vuelos de aves cazando en el bosque, y la corriente de cristalinas aguas que sonriente avanza con su música celestial que, sintoniza y acompasa con los trinos de los pájaros, el cantar del búho, la torcal y el ruido de la chichara. Serpenteante vertiente fluvial avanza a descargar en nuevo río que a la mar llevará sus aguas.
Río Moro, rio de Benalúa de las Villas, rio de mi pueblo. Cuanto te disfruté de niño, cuanto en ti jugué, cuanto lo hice de joven, cuánto de ti recuerdo.
Ahora de mayor te miro y en ti adivino, mil historias, mil aventuras, mil vivencias ocurridas en tus paisajísticos rincones de frescor y ensueño.
Gracias Rio Moro. ¡Añoro y quiero todo tu recorrido!
(¿Cómo es posible que el río tirara tanto? Fácil, no había tele ni consolas ni móviles, pero teníamos ese paraíso que disfrutábamos mucho más, así como nos aportaba en cantidad, salud, aire puro y todo bueno. Normal pues, era. ¿O no?)
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Inspector jubilado de la Policía Local de Granada y
Autor del libro ‘El amanecer con humo’
Comentarios
2 respuestas a «Gregorio Martín García: «Los ‘chilancos’ del pueblo. Parte: 3/3»»
El rio moro, con sus chilancos que hacían de piscina de aguas cristalinas y sin cloro, río fundamental para la supervivencia del pueblo en sus orillas llenas de frutos salvajes para él deleite del paladar dias vividos en sus orillas qué nunca se olvidarán Gregorio escelente relato
Gracias Paco, No se te escapa ni una, cosa que agradezco, como siempre. La venidera semana, voy de viaje otra vez cerca de ti, ya que enviaré un mensaje cuando recorra tus lares. Un saludo