El legado de Santa Teresa de Jesús en la espiritualidad de nuestro tiempo. En el IV centenario de su canonización, 1622-2022. (1ª parte)

Se conmemora este año (2022) el Cuarto Centenario de la Canonización en Roma de Santa Teresa de Jesús. En la solemne ceremonia, que tuvo lugar en la Basílica Vaticana el 12 de octubre de 1622, el Papa Gregorio XV canonizó además a otros cuatro santos, tres españoles, San Isidro Labrador, San Ignacio de Loyola y San Francisco Javier y uno italiano, San Felipe Neri. Dedicamos este ensayo a la santa andariega castellana de Ávila, como modesto homenaje a su simpar obra y a su excepcional personalidad.

Pocas figuras femeninas de la historia de la Iglesia han sido tan valoradas y seguidas por otras mujeres como Santa Teresa de Jesús (1515-1582). No existe Historia del feminismo que no la incluya en uno de sus capítulos como paradigma de la defensa de la mujer y adelantada del feminismo (1). Simone de Beauvoir se refiere con unas muy sugestivas palabras a su figura y obra en el capítulo XIII (“La Mística”) de su famoso ensayo El Segundo Sexo. Giulio de Martino y Marina Bruzzese, dedican a la santa castellana un elogioso capítulo en su libro Las Filósofas (2), e igualmente lo hace Wanda Tommasi en su ensayo Filósofos y mujeres. La diferencia sexual en la Historia de la Filosofía (3).

El colectivo feminista de la diferencia italiano denominado Diotima (4) valora encomiásticamente su figura como ilustre antecedente. Diana Sartori, una de sus representantes más caracterizadas, escribe al respecto:

Intentando, pues, aclarar a qué se debía la admiración que sentía por ella (Teresa) y la fidelidad a su palabra, me respondí que lo que me había conquistado fueron su pasión por su libertad, la grandeza de sus deseos, su fuerza para afirmarlos y realizarlos, y su capacidad para comunicarlos, para seguir transmitiéndolos después de cuatro siglos. Pero, sobre todo, el hecho de que Teresa tuvo constantemente en cuenta la condición primera que le tocó en suerte, la de ser mujer, condición no cancelable y que no se le olvida nunca subrayar, ni por lo que se refiere a ella ni a quienes toma por interlocutores o interlocutoras. Y son casi siempre mujeres: se dirige a sus semejantes, a ellas les pide escucha, les ofrece palabra, a nosotras, a mí me habla. Me han conquistado, pues, ella y su saber pero, también y sobre todo su saber conquistarme” (5).

Otra pensadora perteneciente al mismo colectivo, Luisa Muraro, reconoce que “la figura de Teresa de Ávila me la ha recuperado, precisamente, la biografía de Edith Stein, que tomó la decisión de hacerse católica (era judía agnóstica) después de leer el Libro de la Vida de Teresa” (6) y confiesa que se encontró con la figura de Teresa de Ávila investigando sobre el realismo filosófico para constatar, en fin, cómo la santa castellana participa con otras figuras femeninas como Simone Weil, Edith Stein, Hannah Arendt, y también a Clarice Lispector, Gertrude Stein y Elsa Morante de similar actitud epistémica, lamentando “que no llevan nombre de filósofas porque están extra, externas al recinto filosófico, como gran parte de la filosofía femenina” (7).

Manuscrito del Libro de la Vida

Pero para tomar conciencia de su importancia en los orígenes del movimiento feminista religioso y, sobre todo, en la génesis y alumbramiento de la autoconciencia feminista en Occidente (como nos recuerda y destaca Gerda Lerner en La creación de la conciencia feminista), permítasenos esbozar o pergeñar aunque sea con unas gruesas pinceladas su perfil personal, algo indispensable para entender la inmensa tarea reformadora y renovadora de la espiritualidad femenina de su tiempo. Llevada a cabo con enorme esfuerzo y admirable determinación por esta mujer del pueblo, sin estudios académicos, de débil y quebradiza salud, de personalidad ciclotímica, y en un contexto sociocultural poco favorable para ella, por sus antecedentes familiares.

No debemos olvidar que nuestra audaz y decidida “monjita” había interiorizado y conocido la marginación de sus antepasados judíos y que sufrió en sus carnes el acoso de quienes recelaban de su “limpieza de sangre” o sospechaban de su origen converso y que, en consecuencia, debería sentirse solidaria con uno de los grupos más marginados de su tiempo, las mujeres: “Quizá” —escribe José María Fernández— “desde esta perspectiva pueda explicarse también su feminismo, porque no es fácil sustraerse al impulso de defender a la mujer, como ser marginado, cuando se procede de un pueblo cuya raza está marginada y perseguida” (8).

Proyectará por todo ello Teresa de Cepeda y Ahumada, sin ninguna clase de complejos y con toda determinación su programa de liberación espiritual de la mujer. Tendrá que afrontar, no obstante, un segundo obstáculo difícilmente superable en su época para la realización de su objetivo o empresa: el representado por el contexto religioso-cultural e ideológico en el que va a desarrollarse su vida y su obra literaria y fundacional. Teresa de Ávila, vive y actúa en un ambiente androcéntrico y patriarcal, en el que el rol de la mujer era de total sumisión al varón, y mucho más en la Iglesia (jerárquica e institucional) de su tiempo, en la que la mujer estaba totalmente sometida a las directrices del Patriarcado eclesiástico.

En efecto, degradada la mujer como heredera de Eva, nacida de un hueso torcido (“la costilla de Adán”), introductora del mal y del pecado original en la humanidad —según una versión patriarcal de texto del Génesis, que los Padres de la Iglesia, desde Tertuliano o Clemente de Alejandría hasta Agustín de Hipona y Tomás de Aquino, habían prescrito y sancionado— toda una milenaria herencia de sofismas e invectivas sobre la mujer y su inferioridad se fue consolidando como verdad incuestionable. A ello había que añadir la constante apelación, por parte de predicadores y teólogos, a unas desafortunadas palabras de san Pablo, (supuestamente) escritas en su Epístola Primera a los Corintios, en las que prescribía el silencio de las mujeres en el templo, herencia y condensación sin duda del antifeminismo rabínico bíblico-alejandrino del que el apóstol de los gentiles tal vez participara por sus orígenes y formación. Del texto de San Pablo no sólo se deducía la inferioridad de la mujer y su exclusión de las órdenes sagradas, sino que se justificaba la prohibición a la mujer de su ancestral derecho a la predicación, algo que pertenecía, efectivamente, a la estructura misma de la Iglesia ya desde sus orígenes. Como podemos deducir de los textos neotestamentarios y de Tertuliano la mujer misionera podía predicar la palabra. Fuera de la Iglesia católica, antes y después, lolardas, puritanas, cuáqueras también ejercían o ejercerán esa misma función predicadora: el sermón.

Santa Teresa de Jesús

La ideología androcéntrica del patriarcado eclesiástico relegaba, sin embargo, a la mujer a la taciturnitas y la confinaba en una segura dependencia del varón, al que elevaba en exclusividad al orden divino sacramental. En el tiempo de Teresa, y después de los esfuerzos de los filólogos bíblicos de la época humanística, aquella interpretación sesgada y misógina de los textos bíblicos no podía seguir manteniéndose. Se trataba, además, de una imagen de lo femenino que en nada se correspondía —tal y como se desprendía de una lectura atenta de los textos evangélicos— con las relaciones habituales de Jesús con la mujer, confiadas, dulces y respetuosas hasta el punto de desconcertar a apóstoles y fariseos. Esa imagen de la mujer subordinada e inferior, además de tentadora e incitadora al mal como descendiente de Eva, fue la que pervivió en la Iglesia y en la sociedad cristiana europea a lo largo del Renacimiento, la Reforma y la Contrarreforma. Pues bien, contra esa interpretación misógina del texto revelado y, sobre todo, contra la injusta situación de la mujer en el seno de la Iglesia se alzará la voz dramática de Teresa de Ávila y la de otras religiosas contemporáneas y defensoras igualmente de la dignidad espiritual femenina.

Las palabras que no encontraron muchos renombrados teólogos y hermeneutas del Libro Sagrado para oponerse a toda esa exégesis textual misógina y androcéntrica del Génesis, las va a descubrir y utilizar Santa Teresa enfrentándose, unas veces encubierta e irónicamente y otras directamente, a los letrados y teólogos eclesiásticos que, basándose en San Pablo, continuaban excluyendo a la mujer de la predicación evangélica, de la participación litúrgica más activa, y de la reflexión teológica. Sus palabras sugerían unas veces, o proclamaban con claridad otras, que esos “letrados” hacían “traición a los textos”, que tales ideas y prohibiciones eran “antievangélicas” y que en la Sagrada Escritura no sólo existe Pablo.

En efecto, sin presumir de ser eminente exégeta de los textos revelados, Teresa de Jesús era, en palabras de José Jiménez Lozano “lo suficientemente cristiana como para percatarse de que, en ese miedo y ‘encerramiento de mujeres’, de que hablaban san Pablo y los demás [padres de la Iglesia], había algo que no podía hacerse pasar por voluntad de Dios”. “Parecíame a mí —argumentaba Teresa— que, pues san Pablo dice del encerramiento de las mujeres […] díjome el Señor: Diles que no sigan por una sola parte de la Escritura; que miren otras y que si podrán, por ventura, atarme las manos evidentemente” (9). Y comenta nuestro gran escritor castellano, “no hay en la Escritura ni una sola tilde, no ya de desprecio por el sexo y la mujer, pero ni siquiera una minusvaloración de ésta y lo que ha ocurrido es que, de alguna manera, se han ‘atado las manos de Dios’, como diría Teresa de Jesús, o se ha ahogado ese espíritu de la Escritura, cuando se ha leído ésta bajo la influencia de ideas totalmente paganas —estoicas, platónicas o aristotélicas— y desde luego, desde la cosmovisión androcéntrica, que llegaba incluso a pretender como doctrina teológica cierta y dogmática algo tan disparatado como que la subordinación de la mujer al hombre estaba incluida en el plan de la Creación divina. Precisamente por manifestar estas opiniones el nuncio apostólico en España quiso arrastrar a Teresa de Ávila ante la Inquisición, bajo la acusación de no atenerse a las prohibiciones paulinas derivadas de la inferioridad de la mujer (10).

En conclusión: su incuestionable apuesta por la mujer y por la defensa de su dignidad y valor, su confianza en la capacidad de autonomía de las mujeres para decidir sobre sus propias vidas, para pensar u orar por sí mismas, y llevar a cabo sus personales proyectos existenciales sin sometimiento a nadie ajeno a ellas mismas; su reivindicación, en fin, del papel de la mujer en la Iglesia —en momentos en que defender eso comportaba serios peligros para su propia vida— hacen de Teresa de Jesús una adelantada de su tiempo, un verdadero adalid y guía ejemplar de la causa de la dignificación de la mujer, mucho antes (casi cuatro siglos) de que emergieran en Europa y Occidente los movimientos organizados de reivindicación femenina.

Así pues, antes de que Olimpia de Gouges, fuese guillotinada en 1792 por haber escrito la Declaración de los derechos de la mujer, mucho antes de que Mary Wollstonecraft escribiera su Vindicación de los derechos de la mujer y de la ciudadana (1879), o de que la periodista y activista norteamericana en pro de los derechos de la mujer Sarah Margaret Fuller publicara su angustiosa Woman in the Nineteenth Century, ya Teresa de Ávila había escrito páginas inequívocas e imperecederas en pro de la igualdad y de la dignidad de la mujer y había expresado de palabra o por escrito su denuncia contra el injusto sometimiento y relegación de las mujeres en un hostil y prepotente mundo patriarcal y androcéntrico, como era el de la Iglesia de su tiempo, que recelaba, además, de todos los movimientos místicos femeninos como sospechosos de herejía y/o satanismo.

Al enfatizar o destacar este talante pro-femenino o pro-feminista de la santa de Ávila, representativo, sin duda alguna, de una de las muchas tendencias encomiables que el plural movimiento feminista contemporáneo nos presenta, Teresa de Jesús se nos ofrece como paradigma y pionera de lo que podríamos denominar un feminismo cristiano “avant la lettre”, en el que actualmente se integran muchas mujeres —seglares y religiosas, pensadoras y teólogas— de las diferentes confesiones cristianas de nuestro tiempo.

Bibliografía y Notas

1) Cf. Bonnie S. Anderson y Judith P. Zinsser, Historia de las Mujeres. Una historia propia, Crítica, Barcelona, 2007, pp. 236-237 y Simone de Beauvoir, El Segundo Sexo, Cátedra, Madrid, 2008, pp. 839-847.

2) G. Martino y M. Bruzzese, Las filósofas, Cátedra, Madrid, 1996. El apartado 6. “El retorno del misticismo”, del capítulo IV de esta obra, pp. 103-108, está dedicado a la santa castellana. Véanse también Rosa Rossi, Teresa de Ávila: biografía de una escritora, Icaria, Barcelona, 1984 y Oliva Blanco, “Teresa de Ávila frente a Sor Juana Inés de la Cruz (o el feminismo de la diferencia versus en feminismo de la igualdad”), en Desde el Feminismo, Madrid, diciembre, 1985..

3) Wanda Tommasi, Filósofos y mujeres. La diferencia sexual en la Historia de la Filosofía, Narcea editores, Madrid, 2002, pp. 92-98.

4) Diotima, VVAA, Traer el mundo al mundo, Icaria, Diana Sartori cap. II, “Por Qué Teresa”, pp. 41-78 Barcelona, 1996 (Diotima es un colectivo o comunidad filosófica femenina/feminista fundada en 1984 en la Universidad de Verona, representante en Italia del feminismo de la diferencia y en el que colaboran pensadoras como Chiara Zamboni, Diana Sartori, Luisa Muraro, Wanda Tommasi etc).

5) Diana Sartori “Por qué Teresa”, op. cit., p. 47.

7) Ibid., p. 80.

8) José M. Fernández, “Un análisis sociológico de las relaciones personales”, en José M. Fernández,

Ángel P. González, José M. Román y M. Isabel Sampietro, Cinco Ensayos sobre Santa Teresa de Jesús, Editora Nacional, Madrid, 1984, p. 136.

9) J. Jiménez Lozano, “Teresa de Jesús y el obstáculo del sexo”, en Cartas de un cristiano impaciente, Destino, Barcelona, 1968-1975.

10) Jiménez Lozano, Ibid.

(NOTA: Este artículo y otros seis que semanalmente se irán publicando en esta sección de Ideal en clase, componen la Segunda parte, reelaborada, de un ensayo de mayor extensión titulado: El feminismo de Teresa de Jesús y su proyección y legado en el siglo XX, pendiente de publicación)

 

Tomas Moreno Fernández,

Catedrático de Filosofía

Tomás Moreno Fernández

Ver todos los artículos de

IDEAL En Clase

© CMA Comunicación. Responsable Legal: Corporación de Medios de Andalucía S.A.. C.I.F.: A78865458. Dirección: C/ Huelva 2, Polígono de ASEGRA 18210 Peligros (Granada). Contacto: idealdigital@ideal.es . Tlf: +34 958 809 809. Datos Registrales: Registro Mercantil de Granada, folio 117, tomo 304 general, libro 204, sección 3ª sociedades, inscripción 4