Gregorio Martín García: Origen y regreso de un emigrante benaluense. Parte: 2/3»

Cierta empatía sentía hacia aquella que le acababa de visitar.

– Me dijiste que te llamas María ¿Verdad? Le dijo franqueando la puerta y pasando a aquella casa con la que tantas veces había soñado.

– ¿Te dije que yo me llamo Maria Laura? le informó con un claro y profundo acento argentino.

– Sí, ya me dijiste, pero siéntate, vendrás cansada.

Se sentó agradecida y suspiró en un acto de descanso de aquel cansancio que arrastraba desde hacía días. Se acomodó en el asiento y junto a sí puso el cesto que traía.

Hasta al sentarse mostró modales. Hizo un discreto recorrido visual de la habitación donde estaban, se paró especialmente en las fotos de los cuadros de las paredes. Como si algo buscará en aquellos retratos para “agarrarse” a ello. Alguna muestra alguna prueba que ayudará a tan embrollado estado. Algo que en algún cuadro hubiera que abriera las puertas de su problema.

Un vaso de agua le sirvió María con el que quiso expresar especial trato y sentimiento y se lo sirvió acompañado de una pequeña servilleta y una bandejita, aquella la miró con un claro gesto de agradecimiento por la distinción que le hizo al servirle el agua cristalina y fresca. Casi se lo bebió de un trago. -Qué rica está y que fresquita, seguro que es del Pilar del que me hablaba mi abuelo. -Así es María Laura, es del Pilar.

Además de ser mujer discreta y pausada en sus movimientos y expresiones, al sentar en la silla aún tranquilizó más y pausada siguió narrando su historia, al tiempo, del cesto fue sacando otro pequeño paquete guardado en una caja y en la misma forma que el anterior, bien conservado, eran fotos y otros documentos. Los puso hacia abajo sobre la mesa. María le castigaba la espera, estaba deseosa de ver aquellas fotos que estaban amontonadas sobre el mantel, no eran muchas más de ocho o diez. Había puesto tanta atención en los retratos que hacía rato no oía lo que la argentina le decía.

Le contaba su viaje desde Buenos Aires a Málaga vía Madrid. Y luego hasta Marbella en autobús de línea, donde previsora, buscó desde la Argentina, un trabajo para estar ocupada y con vivienda asegurada mientras hacía las gestiones que le hizo venir a España y más concretamente a buscar el pueblo y cuna de su familia llamado Benalúa de las Villas.

Este paso que había de dar le absorbe plenamente a la vez que temía que todo le saliera mal, por ella por su familia que había quedado allá en la Argentina y enviado a ella como adelantada a abrir camino de vuelta.

Es por ello por lo que prometió que no emprendería nada hasta no estar bien asentada en su trabajo de Marbella, establecida y organizada.

Algo más de dos meses llevaba ya acá y deseosa de emprender la aventura a la que había venido a España, que la consideraba prioritaria.

Hace rato quería hacerlo, pero no se atrevía. La circunstancia del momento relajado y lleno de mutuo entendimiento, se lo facilitó y Maria Laura aprovechó y se incorporó con su palabra y tratamiento a lo que consideraba su familia muy directa y real. Quería cultivar un acercamiento que creía necesario y por ello lo buscó.

María le indicó con un gesto las fotos que sobre la mesa había. Que la argentina, a propósito, no le había enseñado hasta lograr el suficiente conocimiento y confianza.

Un profundo suspiro de su garganta escapó al conocer a aquellos parientes de los que desconocía su existencia. Miró largo rato a María Laura y le sacó, por fin el parecido, quedó paralizada mirándola. – ¡Dios mío! Pero si tienes la cara de una sobrina de mi marido, ¡Eres exacta! Como dos gotas de agua.

Los genes no mienten. Son tan semejantes ambos descendientes a pesar de haber nacido a tanta distancia en el tiempo y el espacio. Se dijo. -No hay duda, esta mujer es mi pariente, esta mujer es descendiente de aquellos familiares que hace ya más de noventa años de aquí partieron en busca de la aventura de la vida que le proporcionará las necesidades vitales a la familia. ¡Pobres!

Casas de la época 

Se compadeció, por primera vez, sintió cariño sintió calor sintió hervir la sangre. Sin duda tenía delante a aquella mujer que seguro era quien decía ser.

Era hora cercana a la comida, en la plazoleta empedrada frente a la fachada de la casa, se oyeron ruidos de motor, un coche subía por el Paseo y aparcaba en la puerta. Era Paco el marido de María que cerraba las puertas de su Seat 127, de donde previamente había sacado su chaqueta y una azada. Saludó al vecino que también del campo venía a la hora del almuerzo.

María se puso algo nerviosa, no sabía por donde habría de comenzar a contar a su marido, Francisco la gran historia en la que estaba incursa y que desde hacía rato vivía con la inesperada visita de un familiar de la Argentina. ¡Qué culebrón! se dijo, no sin cierta satisfacción.

Tras saludar y dar bienvenida a su marido, agarrándole del brazo en actitud cariñosa y como si quisiera evitar su desplome al suelo, puestos frente a la señora argentina que con actitud formal y muy afectiva no dejaba de mirar fijamente a la cara de su familiar queriendo averiguar la reacción que tendría al saber de la situación que frente a sí se encontró al llegar a casa.

-Mira Francisco, le dijo con suave voz que denotaba misterio y a la vez dulzura.

-Esta señora ha venido de muy lejos a contarnos una historia, una vida de familiares tuyos que hace años marcharon lejos. ¿Sabes quién es Juan Manuel Ramírez?

Tras atender breves segundos, Francisco comenzó a mostrarse algo alterado, tanto misterio le desbordaba y su mirada enigmática miraba alternativamente a una y a otra queriendo sacar de sus gestos lo que le iban a decir y que seguro importante era por la manera de proceder. Conoce a su esposa muy bien y sabía que aquel escenario en el que le habían recibido no había sido montado para algo sin importancia. Esto le asustaba.

Maria Laura, se acercó a él, y desde muy cerca, y con su mano cariñosamente posada en su hombro, despacio y pausada como hablaba ella, comenzó a exponer el relato, motivo de su visita a su casa. En silencio escuchaba, no decía nada. Solo pensaba y en su mente seguía aquello que le decían y que para él iba teniendo sentido. Sí, sabía quién era Juan Manuel Ramírez.

Fachada del templo nuevo

Durante la comida, a la que fue invitada Maria Laura. Francisco, guardó silencio y al principio apenas habló, pero una vez asimilados los hechos de lo narrado, se alegró sobremanera y muy contento saeteaba a la que ya llamaba su parienta. Toda clase de preguntas y curiosidades salían de su boca. En determinado momento dijo que en su casa familiar poco se hablaba de ello, por los muchos años pasados, pero sí, su padre alguna vez lo mencionaba su tío Juan Manuel que se fue a las américas con toda su familia, y los recordaba.

Paco estaba satisfecho de la situación y muy contento de haber contactado con aquella familia que era la suya y que hacía muchos años del tronco familiar se había desgajado en busca de mejor situación de la que entonces vivían.

A punto de llorar estuvo varias veces. Recostada en aquella mecedora que le ofreció María para descansar. Agradecida con su nuevo destino parecía que este se ponía de su parte y considerando lo grande y valiente que era la gente de la familia Ramírez, pensaba y se decía para sí: Igual que buena y excelente es la que ha quedado allá y que Dios proteja hasta ver si todo se soluciona y podemos girar nuestro sino y alejarnos del mal y la crisis que desgraciadamente sufre Argentina.

Estos buenos pensamientos le entraron en un estado de paz que durmió muy profundamente.

Al despertar un absoluto silencio reinaba en la casa, era debido al cuidado con que Francisco y María respetaron su descanso.

Por la tarde, quiso dedicarse a pasear por el pueblo y lo quiso hacer sola. Quería enfrentarse con todo aquello que su abuelo le había contado. Quería descubrir a solas con sus sentimientos los lugares en que su familia de allá había estado, había vivido con sus carencias.

Visitó la plaza de España, llena de niños jugando en plena libertad, que valoró. En espontánea aptitud y porque se hallaba muy bien, a todo el que se cruzaba saludaba y, procurando un estilo español, las buenas tardes les daba a lo que era correspondida con la misma forma y atención, lo que mucho le satisfizo.

El paseo, el ambiente pueblerino le gustaba. Alguna vez imaginó que por aquella esquina de allá aparecía algún miembro de su familia. Les recordó.

Fachada nuevo ayuntamiento Benalúa de las Villas

Allí tenía el ayuntamiento, junto a la plaza, algo viejo, presentaba un estado algo cochambroso, su balcón principal abierto y en él tres banderas: La de España, la que siempre alegraba al verla, en el centro. A su derecha la de La Junta de Andalucía y al otro lado la de La Unión Europea, con un azul estrellado y alegre.

Fuente del Junco

Lo segundo visitado y de lo que guardaba curiosidad, eran las dos fuentes de agua existente en el pueblo, El Pilar, en la calle Paseo, cerca del cementerio y las escuelas y la otra en el extremo opuesto la Fuente Junto. Ambas habían sido remozadas y

no estaban como las esperaba según su abuelo. De esas dos fuentes mucho le habían hablado. Acercó su boca al único caño que manaba de la fuente El Pilar, tomó un gran trago y limpiando su boca con el reverso de su mano la paladeo y degusto, momento en que especialmente recordó todo lo escuchado de su abuelo de este punto de esa fuente que ahora ella ocupaba.

Hubo de pasear el pueblo casi en su totalidad para visitarlas y la verdad que el pueblo era más grande de lo que esperaba. Le pareció más que su pueblo argentino desde donde venía, muy cerca de Buenos Aires: El pueblo Benítez, del Partido de Chivilcoy. De actividad rural. El transporte público sólo llega una vez a la semana. Entonces tenía unos 250 habitantes y bajando, con pobre actividad

Hacía una comparativa entre pueblos y vio que Benalúa tenía más vida y más actividad que el suyo de allá.

No es mal sitio para vivir, y aquí quizá encontremos trabajo en el campo, como allá. Se dijo. Meditándolo paró sus pasos al ver frente a sí la iglesia con su puerta abierta, era ya tarde avanzada y dentro unas mujeres y unos pocos hombres rezaban el rosario. Entró. Una diáfana iglesia encontró, ya no estaba la que conocía por relatos familiares. Reconoció varias imágenes, entre ellas a San Sebastián patrón del pueblo y por el que su hermano se llamaba así. El Cristo crucificado en el frontal del altar mayor le impresionó.

Cristo del Altar Mayor

Echó un amplio vistazo y, para no molestar, salió, puso el pie en la pequeña placeta, vino a su memoria los tristes hechos ocurridos allí en la pasada contienda, no quiso entristecer y siguió.

Observaba que la gente de la villa y sobre todo las mujeres la miraban, no le extrañó que también lo hacían en su pueblo. Pasó por el Callejón de los Bueyes, por el Callejón de Canario, subió hasta el Barrio alto. Y todo le atraía, y extraño es, pero ocurría que la primera impresión de lo que observaba lo conocía, así se lo dictaba su subconsciente y así lo percibía.

Ya algo cansada y empezando a anochecer, se dispuso a volver a casa de sus parientes. Se congratuló consigo misma al ver lo bien que conocía el pueblo, como si en él hubiera vivido. Identificar muy claramente muchas casas, muchos rincones y calles por las que se movió a gusto y conocedora de casi todo lo caminado.

De alguna manera temía la vuelta. Algo preocupada por las posibles molestias que estaba ocasionando, pero en ello meditando analizada a la familia y de ella no se desprendía nada de las molestias que pensaba, todo lo contrario, se mostraban muy cercanos y ya pudiera decirse que, conociéndolos desde hacía unas horas, pensaba que ya se querían.

Altar Mayor
Altar Mayor

La cena fue un momento muy agradable, en la preparación de esta participó Maria Laura y un toque argentino dio en la comida que gustó. Tanta emoción les tenía cansados, charla de sobremesa no muy larga y en seguida se fueron a la cama.

Francisco madrugó bastante, tenía que cuidar los animales y alimentarlos. Había dormido poco porque le dio por pensar en su familia argentina y conociendo de su existencia nunca se había preocupado de lo mucho que habrían pasado desde que salieron del pueblo. Se prometió ayudar en lo necesario a su familia.

A María su mujer en la cocina la había oído, hasta él llegó olor a pan tostado y al café ya subido en la cafetera, ponía la mesa cuando ya aseada bajaba Maria Laura, lo hacía muy contenta y enseguida se puso a ayudar a su parienta, mientras Francisco se incorporaba al desayuno, les dio los buenos días y en seguida preguntó a su prima: A vuestra llegada a Argentina ¿Cómo os había ido?

Continuará./…

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Gregorio Martín  García

Inspector jubilado de la Policía Local de Granada y

Autor del libro ‘El amanecer con humo’

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Comentarios

2 respuestas a «Gregorio Martín García: Origen y regreso de un emigrante benaluense. Parte: 2/3»»

  1. Francisco Avila

    Una vez mas con la sensibilidad que tratas tus historias la pones una vez mas cuando sé trata de las gentes de tú pueblo en está ocasión la historia verdadera o ficticia nos trae recuerdos de las gentes que tuvieron que emigrar y no les fue también y no pudieron volver por temor al fracaso o por que su economía no se lo permitia escelente historia contada desde tu sensibilidad que te caracteriza

    1. Gregorio Martín García

      Paco espera a leer la tercera parte y entonces, creo te interesará más. Hay intriga, algo de morbo y algún secretillo que no desvelaré. Un abrazo.

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